Apagaron el fuego,
lo hicieron con sus propias manos,
los tizones se les pegaron a los dedos,
sus manos hendieron el agua,
ésta hirvió y no llegó el alivio,
el dolor los acicateaba, se relamían,
se separaban y un imán cruel
los regresaba al punto aquel,
punto exacto en que sus corazones
ardían una vez más, no eran capaces
de romper los eslabones de su infortunio,
se hermanaron en el sadismo,
fueron masoquistas sacándose los ojos,
lloraron a mares y se quedaron secos,
y secos como yesca y apagados
fueron pasto fácil de las llamas
y renacieron como el ave mítica
en la gloria y en sus escombros,
se desgarraron a besos, se asesinaron
y cuando sus almas huyeron de la tierra
una lágrima resbaló de los ojos de Dios
por esa obra suya tan bien plasmada
y tan digna de ser expulsada una vez más
a los extramuros de ese paraíso sin alma…