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El individuo se sentó frente a la chica de blanco, doblo las piernas y reflexionó un instante sobre como explicarse, suponía, de una forma inocente, que ella no lo comprendería. Ella permanecía sentada mirando fijamente a un punto en el tejado, también reflexiva; algo de tristeza se derramaba por su mirada. Su rostro pálido recordaba al letargo físico de las largas enfermedades, sin embargo su expresión no aludía al sufrimiento, de hecho, no había en ella emoción dolorosa. Su expresión era la dulce mueca de un ser maravillado por lo incomprensible; él era un ser ignorado, en definitiva, voluntariamente. El se había sentido intimidado por esa fría evasión de terciopelo, pero el temor que le invadía no se comparaba con el sentimiento de maravilla. De algo estaba seguro y era de ello; aquella chica de blanco era la mujer de sus sueños.

El estaba nervioso, de eso no existía la menor duda. Había pasado muchas noches pensando en estas palabras. Ahora que ella estaba frente a él sus argumentos huían como palomas espantadas. No obstante, tomo fuerzas de algún punto desconocido de sus convicciones. Era necesario contarle toda la verdad; ella no consentiría otra mentira, lo sabia, la conocía perfectamente.

—Tienes razón—dijo con un tono amedrentado—no te he sido sincero, en estos días, supongo que has aprendido a conocerme. Espero que me comprendas, tuve miedo de perderte, tuve miedo de asustarte, de que no comprendieras los hechos, y de que me juzgaras sin antes escuchar mi versión de lo sucedido. Si estoy encerrado aquí, no es por lo que supones, créeme que simplemente ha sido la mala suerte la dueña de mi destino.

Ella, por primera vez, libero una sonrisa. Aquel gesto inesperado le dio una seguridad extra al perplejo individuo.

—Solo quiero que sepas—dijo aquello con una mirada pérdida en un pasado difuso y extraño—que estoy cansado. Nada ha sido tan difícil como mantener las fuerzas luego de estos años de lucha, vez sin embargo, que todo ha sido inútil. Estoy condenado por que jamás conocí la resignación, esto condenado por que creo en mitos que aun no poseen nombre, y por que dentro de mi viejo pellejo aun vibra algo de idealismo, idealismo barato supongo, nadie me recordara en el futuro como un héroe, es mas, no lo merezco. En toda mi vida, siempre fui un hombre solitario y mediocre. Nací en una vieja ciudad que tú no conoces, y que si yo visitara en este instante, de seguro no reconocería. En aquella ciudad todos los hombres son desconocidos, uno tras otro, a la hora de la verdad, terminan sus días en lugares como este. Por ello he pasado los últimos años con una tranquilidad renovada. Sé, con algo de convicción, de que solo he vivido un destino ya establecido.

Afuera, un grito desgarrador se asomó por las paredes. Era el hombre de la habitación de al lado, como era cotidiano, sufriendo por torturas imaginarias. Un instante después se escucharon algunos golpes secos sobre la pared, Luego, un silencio absoluto.

—No quiero que me temas—él se acercó a ella y le tomo la mano—pese a lo que digan ellos no soy un individuo peligroso. Estar encerrado tanto tiempo te hace un poco violento, yo sin embargo trato de relajarme, en los últimos días tus visitas me han ayudado ha serenar mi desesperación. Aquí he aprendido demasiado de mi propia naturaleza; jamás me había sentido tan frágil, tan impotente. No existe una sola gota de honor y de orgullo dentro de mí; no me queda nada más que la absurda resignación del condenado, y tú recuerdo, por supuesto. Si tú no existieras no habría ningún significado para este hombre que el tiempo no se cansa de pisotear.


El individuo se levantó y dio un par de vueltas por la habitación. Empezaba a alterarse, tenía miedo. Ella lo seguía con la mirada; ningún fragmento de su rostro se había modificado.

—hoy, desde que desperté, recobre algunos recuerdos. Sin embargo todos son temores, solo me queda eso, los sueños, aquí, son un privilegio; te mentiría si te digo que anhelo la libertad, te mentiría si te digo que deseo algo diferente a tu compañía, mentiría además si te digo que estoy arrepentido de mis actos, los hombres como yo no suelen arrepentirse; mi historia—lo poco que he logrado rescatar de ella—no es mas que una secuencia lamentable de errores e infortunios, acaso conocerte ha sido lo único positivo, por eso te lo diré mil veces mas hasta que seas incapaz de dudarlo, te necesito.


Ella lo observo silenciosa, expectante. El recobro el aire y la compostura, no sabia si sus palabras habían generado el efecto deseado

—no puedo negártelo, ellos tienen algo de razón. A mi me ha consumido el odio, sencillamente por que al igual que muchos otros, soy un exiliado. Un bastando sin significado, un ser ajeno a todo lo hermoso, a todo lo que alguien como tu consideraría sublime, digno de amor y admiración. Pero estoy seguro que lo que me arrastro a este lugar y a esta irracional vejez fue el aislamiento, sencillamente me produce pánico sentirme solo. Por que a pesar de que la vida había sido cruel y despiadada, yo extraño el desprecio y el silencio de la gente… ¿eso si es estar trastornado, verdad Magdalena? Lo cierto es que la soledad fue tan dura aquellos primeros meses que algo de mi exigió libertad, no tanto por la desesperación, si no mas bien por la necesidad de compañía. Para poder obtenerla cree una mentira que me sostuviera, en aquel momento no lo tomaba como tal, pero ahora sé que era una mentira. Odie al mundo por que supuse que ellos me odiaban, por eso hicieron mi vida miserable, por eso me enviaron aquí condenándome a extrañarles. Mi debilidad entonces se convirtió en una coraza reseca y metálica ajena a todo lo humano; el odio, esa emotividad tan pura, si, me condene al odio.

Empezaba a anochecer. La luz del día, que llegaba a través del minúsculo espacio entre el suelo y la puerta, había sido reemplazada por la luz mortecina del blanco neón. Un enfermero entro y le colocó al individuo un calmante para dormir. Ella lo miró tranquila, sin moverse siquiera. El enfermero Salió de nuevo, cerró la puerta, visito la habitación del lado.


—Si, así fue—dijo el individuo mientras la droga le nublaba los pensamientos—entonces fui fuerte, pero esa fortaleza también fue una mentira. Fue una mentira que nubló mi debilidad, fue una mentira que me permitió sentirme alguien, no alguien querido, tampoco alguien amado, si no alguien odiado. Solo entonces la gente me miró en las calles sin ignorarme, solo entonces fui alguien. Yo invocaba ese odio y me sentía feliz, creo que durante aquella época la soledad era una emoción desconocida, si, en verdad que lo era.

El individuo respiro profundo, descargó su cuerpo sobre la cama, y continuo su relato.

— estoy a punto de morir, querida Magdalena. La vida se me escurrió entre los dedos, encerrado entre estas paredes y estudiado por unos hombres desconocidos; ellos temen que mi enfermedad se contagie a otros y por eso me aíslan, pero la enfermedad, a la hora de la verdad, se encuentra en ellos y no en mi. Ellos son los artífices de esta demencia que se acomoda en el cerebro de los débiles y los impotentes; el odio que nosotros profesamos es el resultado de su repugnancia y de su rechazo. Quizás se den cuenta de que ellos también me dan asco, quizás se den cuenta algún día de que encerrándome aquí no ganarán nada, afuera hay otros como yo, rechazados, reprimidos, ¡alimentando esa violencia que un día hará arder esta ciudad!


Ella lo miro sorprendida, por primera vez, luego de mucho tiempo, su rostro cambió de expresión.

—si, querida mía, esa es una verdad que endulza mis noches, te preguntarás entonces, ¿que tiene que ver esto contigo? La droga me quito el privilegio de soñar despierto, pero la soledad fue mas fuerte, fue árida, fue una niebla siniestra que devoro mi cordura, y ahora, pensándolo bien, quizás si este enloqueciendo. Con los años deje de soñar con alguien y te invente como aquella mujer ideal que lo entendería todo con una mirada, con los días deje de imaginarte y comencé a hablarte, a tocarte mientras dormía, y también cuando estaba despierto. Por un tiempo me negué a aceptar tu presencia, pero adentro, en el fondo, sabia que te necesitaba, y que eras la ultima oportunidad que tendría de tener a alguien a mi lado. Descubrí gracias a ti un sentimiento que me ha sido desconocido toda una eternidad. Tú eres la suma de mi locura, mi soledad y mi obscena imaginación. Es por eso que los enfermeros te ignoran, no pueden verte siquiera. Algún día creí que eras un ángel, y en verdad debes serlo. Eres el ángel de la locura, querida Magdalena. Esta es la razón de tu existencia, si tienes alguna otra duda, la resolveremos mañana.


Entonces el individuo serró los ojos, y derrotado por el calmante, se quedó dormido.








Texto agregado el 17-04-2007, y leído por 65 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
17-04-2007 Excelente escrito, perfectamente narrado. Una historia de locura, es fuerte. Besos y estrellas. Magda gmmagdalena
 
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