Corrías con los pies descalzos sobre la arena caliente. Desde atrás, veía sólo tu silueta, recortada por el resplandor de la siesta. Aunque sabía que podía alcanzarte, no me esforzaba por hacerlo. Quería seguir tu juego. Ver dónde terminabas. Quería saber si había cosas en vos que aún no había descubierto.
La playa, la cerca de madera, la entrada de la casa, la galería, la hamaca de mimbre que tantas veces habían soportado nuestros kilos sumados. Los escalones de madera de la entrada rechinaron cuando pasamos sobre ellos. El mosquitero, las huellas de arena sobre el piso encerado.
Te diste vuelta para ver si te seguía. No. Para que viera la intención en tu sonrisa. Llegando al piso de arriba, en el último escalón, te atrapé y te dejé escapar. Pude verte subiendo la escalera del altillo. Esperé un poco. Cuando subí, te hacías la dormida. Me mirabas con un ojo entrecerrado. Esperabas el contacto, sabías que te iba a tocar. Te acaricié la espalda, las piernas, todo.
Anoche soñé con vos