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Y así, mientras garabateaba los últimos detalles de mis resultados, los cuales se me apetecían exageradamente satisfactorios, me dirijí a mi sillón para explorar un poco el hiperespacio multidimensional que había desarrollado en mis horas de ocio, por lo cual, debo confesar, me encontré distraído de afanes que en otras circunstancias no hubiera dejado pasar: no reparé en el procesador subatómico que dejé encendido y tampoco en la carga eléctrica aplicada a mi pequeña invención que esperaba incólume el toque final de mi creatividad. Un ligero detalle olvidado a causa del placer de saborear un premio no concedido pero cercano a todas mis ambiciones científicas.
El sueño no se hizo esperar y me encontré sumido en una reconfortante siesta que me recobró las fuerzas perdidas en esas maratónicas horas en el laboratorio; a no ser por mi gato Nekochan, me hubiera pasado la noche sentado y sin cenar. Me desperté con el felino en cuestión mirándome fíjamente a los ojos, como si intentara decirme algo, algo que por supuesto, fue incapaz de comunicarme. Acaricié su cabeza con una mano mientras con la otra trataba insistentemente de girar el sillón en dirección del único reloj que usaba y tenía colgado en la pared: estaba detenido. Una súbita sensación de desasosiego me obligó a buscar en mi reproductor espacial la hora proyectada a escala global: era exactamente medianoche. Mi excesiva manía de tener todo cerrado y con las luches apagadas me dejaron un poco confundido acerca de mi ubicación. Dejé a Nekochan sobre la mesa donde horas antes había descrito mis resultados y traté de encender el interruptor más cercano; la luz de de la lámpara encima de mi escritorio no era lo suficientemente brillante como para brindarme total ubicuidad. Fue entonces cuando sentí un ligero escalofrío que me escaló desde los talones hasta perderse inescrupulosamente entre los cabellos de mi nuca. No lo puedo explicar. La idea de encontrarme solo y a oscuras en mi laboratorio se me convirtió, por primera vez, en agobiante y espantosa por razones que sólo ahora puedo entender: la puerta donde tenía atrapada a mi creación había sido reducida a añicos y los goznes de acero permanecían encendidos y pendulantes siguiendo el mismo ritmo de la respiración que se me acercaba por atrás.

Texto agregado el 26-04-2007, y leído por 119 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
27-04-2007 Lo leí varias veces y cada vez me parecía más escalofriante. Muy bueno. 5* kone
 
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