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[...] ¡Oh yo no sé! /¿por qué no me las das? / si agarras la onda / te alivianarás / y si me las sueltas / al grito de ¡zas! / en viaje muy chido tú te meterás...
Tú te meterás / en viaje muy chido, / en viaje muy chido / tú te meterás. [...]
Rockdrigo


Escribo buscando dejar plasmada la esencia real de mi alma en la disposición aparentemente azarosa de las letras. Escribo pretendiendo hacerte saber que cada una de las palabras es la certeza absoluta de un espíritu atormentado: el ánima común de los benditos demonios que encarnados en mi piel quisieran saltar a beber hasta el desaliento al percibir la sutil y dulce humedad que se desprende de tu ser cuando posas tus ojos de ensueño sobre estas líneas. ¡Cómo quisiera estar allí, en ese acto visual de desfloración de mis signos! ¡Cómo quisiera beber cada pequeña gota del rocío que acaso impregna tu mirada y empapa el centro de tu ser: tu alma física! Te secaría con atención desmedida, obsequiosidad sin paralelo; sería ternura infinita, paciencia de dios benevolente; comedida lengua de fuego lamiendo despacio, muy despacio entre tus piernas y repitiendo esas mismas mágicas frases ahora en el plano verbal y desatando una vez más el milagroso ciclo. Hasta volverse río y desierto, esperanza y avaricia, vida y aridez, ansia y temblor. Bebiendo de ti hasta la embriaguez que produce estados de ánimo tan contradictorios. Ebrio de ti: perdido. Nada es metáfora. Todo es reflejo pleno de las intenciones que desean comunicar esta lúbrica larva que llevo en el cráneo y este vertical y endurecido apéndice orientado cual brújula hacia donde tú ahora muy lejos de mí te encuentras. Tal como te escribo es como es. Cada imagen evocada a través de mis palabras es un ansia desbordante que hasta el momento no tiene otra salida que la miserable autosatisfacción. Mi obra es mi corazón y mi mano hace las veces de válvula de vapor. Toda imagen acerca de mis actos es veraz y los aromas agridulces que han impregnado mi desvencijado sofá son testigos de la deprimente furia de mi única salida. Escribo, siempre, siempre mientras escucho a Morphine. Y aprende que también siempre, siempre todo ejercicio caligráfico va acompañado de una explosiva ofrenda líquida que me redime del atrevimiento de alabar con tan escasos recursos y tan limitadas formas a tu altivez divina.

Te vuelves mi religión y te celebro con una frecuencia desgastante. Esa es la constante de mi adoración: el malestar físico. Un cuerpo común no soportaría la obsesiva regularidad de los actos de ofrenda, pero el mío es un cuerpo destinado al martirio de tu evocación. Me vuelvo santo mientras me acaricio pensándote y el dolor de cabeza y el enrojecimiento del miembro son los estigmas de mi santidad. Me transformo en hombre ejemplar en el ejercicio permanente del vehículo que me acerca a la perfección: otorgarme placer y cansancio y malestar y dolor al unísono con la imagen de tus perversos senos lastimándome el corazón con una intensidad punzante que no tendrían ni flecha ni espina.

Entablar un diálogo a partir del sufrimiento. Eso es lo que busco y ya desde la misma búsqueda sufro. Sufro mientras tu indiferencia inherente a los seres superiores te hace ser tan soberbia como para darte cuenta que tan extendido está tu culto en mi persona. Soy un idolatra absoluto de tus formas ofensivas de tan perfectas. Y tu divinidad te hace tan ajena a mi condición. Eres el dios sin olfato al que ofrendo carretadas de líquido incienso. Eres el dios sordo a quien grito con mocos y rabia mis plegarias desesperadas. Eres el dios ciego que no verifica la agonía de mi condición física y moral por la maldita insistencia de exprimirme hasta la aspereza. Dios insensible y soberbio, dios de capacidades sensoriales nulas. Y sin embargo no desisto. Y sin embargo te abrazo con más furia en mis sueños y el aumento de presión provoca que me sangre el lacerado espíritu.

Culto íntimo y desconocido, enfermizo. Fanatismo martirizante e impugnable. Feligrés ignorado e inhumanamente correspondido.

Divinidad terrena de senos magnánimos y cintura imposible:

Yo no soy digno de que voltees hacia mí, pero un solo monosílabo tuyo bastará para sanar mi alma.

Un sí.
(o un zas)
P.D. Sabrosa: Por esas chiches doy las nalgas...

Texto agregado el 28-04-2007, y leído por 65 visitantes. (0 votos)


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