CRUZ Y CRUZ DE LA MONEDA

En el bar “GATO NEGRO” están cerrando. Son las 11 de la noche, y no hay clientes.
Es 1º de mes y día de cobro. Germán está contento, porque podrá reponer la vacía despensa de su hogar.
Al cruzar el puente, y sin perder el paso, mira hacia abajo. Casi no se oye el ronroneo del escaso caudal del riachuelo. Hay demasiada altura.
Camina con paso decidido. Cruza la avenida, y se adentra en un laberinto de callejones.
En el estío del verano, las ventanas están abiertas y se escuchan voces, gritos, llantos de niños y algún gato por los tejados.
Llega a su edificio, saca la llave del bolsillo, abre la puerta y avanza un paso. Retrocede, cierra de nuevo y camina sobre sus pasos, con rapidez, volviendo la mirada, como quien quiere asegurarse de que no le siguen.
En el nº 17 de la populosa avenida, un enorme anuncio luminoso lo detiene cual semáforo en rojo. Intermitente y con enormes letras se anuncia “CASINO”.
Entra en él, y se encamina a la ventanilla de caja, donde cambia un buen puñado de billetes por cartones de lotería. Con su uniforme de camarero podría pasar por un crupier.
En una buhardilla de reducidas dimensiones, una acongojada mujer mira desconsolada un cajón. Solo ve una pastilla para condimentar sopas. Nada más. En el reloj de los de antes, de gran esfera redonda y que funciona a cuerda, dan las 12.
En una cuna duerme un bebe de apenas tres meses, mientras otro de unos cuatro años hace que juega con un trozo de lo que fue un camión, mientras de reojo mira hacia el fogón aun apagado. Su mirada se alegra cuando su madre lo enciende y pone una cacerola con agua.
En el casino, Germán no ha tenido suerte con el bingo. Intenta mejorar en las mesas.
Cambia nuevamente dinero por fichas de colores. Ruletas, dados, y otros azahares le han sido negativos. Sale a la calle y se encamina con paso cansino hacia su casa.
Se detiene. Mete la mano al bolsillo y lo único que encuentra es una cajetilla de tabaco;
Saca un cigarrillo, pero se da cuenta que no tiene encendedor. No importa; lo deja entre sus labios. Se detiene, cambia de dirección y se dirige por el tan conocido camino del bar donde trabaja. Al llegar al puente, se detiene. Escucha el ronroneo que ahora le parece más fuerte. Se asoma a la barandilla, y en la oscuridad de la noche, desaparece.
En la buhardilla, al bebe, que se ha despertado, su madre le da el pecho, para consolarlo, aunque sabe que no tiene con qué alimentarlo. En la mesa, el muchacho va tomando lentamente cucharadas de agua tibia con un extraño sabor. El reloj se paro, tal vez por falta de cuerda.
En el casino, los crupieres repiten con cancina voz: “Hagan juego… No va más…
La banca gana…”