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En mi barrio, más precisamente en mi calle, siempre hay gran alboroto y gran fiesta cada vez que se rompe un vidrio; y es que en mi calle todos somos vidrieros. Pero no unos vidrieros comunes, ¡no señor! No somos de esos que cambian un vidrio roto por otro nuevo, eso es tan normal, y en mi calle, generalmente nos gusta salir de la monotonía que produce el hacer cosas normales, como pasear el perro o salir a trotar.

Todo empieza cuando el vidrio ha sido accidentalmente roto y esto es muy importante, nada de que el vidrio se rompió porque sí, ni porque dada la desesperación de no hacer nada, alguien decida romperle. En estos casos, el responsable del semejante crimen es castigado con la no colaboración en la instalación del nuevo vidrio, incluso con la expulsión del grupo oficial de vidrieros de la calle, sentencia que será respetada por todos, aún si el hombre llora o se revuelca en el piso pidiendo perdón. Ese espectáculo es tan penoso.

La ruptura del vidrio debe ser causada por un accidente certificado. Es por eso que los padres responsables educan a sus hijos, no como cualquier hijo de vecino, a hacer sus tareas juicioso en la casa, sino que los obligan a salir a jugar fútbol, ponchados, y otros juegos donde los vidrios corran gran peligro, bajo amenaza de que si no lo hacen no podrán hacer sus tareas más tarde. Además son entrenados, no para meter goles, como cualquier jugador de selección, sino para que todas las patadas sean mal dadas y los balones vuelen sin sentido de un lugar a otro. Si entre semana no ha pasado nada y lo vidrios siguen intactos se recurre entonces a los juegos de tenis amateur, donde se improvisa la cancha y se hace toda una copa Davis de la calle.

Puede suceder que no se rompa ningún vidrio, lo que causa gran tristeza y desolación, otra semana más sin nada que ver, sin nada que hacer. Otra semana más donde todos los que tienen trabajos alternos (es que estamos en crisis) tienen que ponerse la corbata y asistir con desanimo a la oficina. Los niños vuelven cabizbajos al colegio, las mujeres vuelven a hacer sopa y arroz, así, todo tan deprimente.

Pero también puede suceder que en alguno de esos juegos se rompa un vidrio, y entonces si comienza la fiesta y la algarabía y nuestro plan empieza a ejecutarse. Es en ese momento cuando los adultos y los adolescentes que están aprendiendo el arte, se toman la calle. Todo está coordinado, después de muchos simulacros y ensayos, tenemos ya toda una organización montada, cada uno tiene una misión específica, un oficio especial. Claro, que como en todo lado, no falta el que no quiere colaborar, porque le parece una locura todo aquello, pero son muy pocos y no nos preocupamos por ellos.

Decía entonces, que todos tomamos posición, las mujeres se encargan de preparar postres y refrescos para aquel grupo de hombres que cerramos la calle y empezamos a recolectar cada uno de los pedazos de aquel vidrio roto. En el parque de al lado, en ese donde jugábamos y en donde ahora sólo juegan los perros, se enciende la hoguera que ha de calentar el pegamento que usaremos, una mezcla secreta que sólo conocemos los iniciados en este arte de ser vidrieros. La recolección de los pedazos, que debe ser minuciosa, es el trabajo más riesgoso, pero no por las cortadas, que es cosa que va y viene, sino que el riesgo consiste en no poder encontrar todos lo pedazos, lo que implicaría que el vidrio quedara incompleto, haciendo inútil nuestro trabajo, lo que nos deprime muchísimo.

Después de encontrar todos y cada uno de los pedazos, revisando que no se hayan quedado algunos, los recibe el comité de numeración de las piezas, quienes arman y desarman rompecabezas, cada vez que no hay un vidrio roto, para estar listos para un momento como este, donde tienen todas las piezas e intentan unirlas unas con otras para rearmar el vidrio sobre un delicado papel periódico. Se vuelve a revisar que no falte ni el más mínimo pedazo de vidrio, porque de ser así, implicaría una nueva búsqueda, un nuevo numerar, otra cerveza para los más viejos, un nuevo refresco para los más jóvenes.

Los sorprendidos automovilistas, aquellos que pasan una y otra vez por esa calle, se topan de frente con un vecino, que trabaja con la policía de transito, y que ha detenido el trafico, para dar mayor espacio y movilidad a la gran masa de hombres trabajando y a las mujeres pasando tortas, empanadas, lechona y otras cosas por el estilo. Han pasado tres horas y el proceso de numerado es el más demorado, los automovilistas se atreven a ver que es lo que está pasando, algunos protestan, otros se ríen, otros llegan a ayudar con el comité de numeración. Otros dan reversa y cogen por otro lado, poco nos interesa, es que estamos tan concentrados en el vidrio.

Después de la tercera gallina y el cuarto tamal, todos vemos al comité de numerado que ha terminado su trabajo, porque algunos sonríen, otros se van para sus carros, que han sido cuidados por alguno que otro niño vecino que ha salido por ahí, y otros traen con sumo cuidado el vidrio rearmado en aquella fina hoja de papel periódico, y entonces estallan los aplausos, los abrazos y las felicitaciones para aquel equipo de trabajadores tan responsables. Ahora solo falta el pegamento, pero antes, otra cerveza para los viejos, un refresco para los jóvenes.

El pegamento está listo, sólo es echarlo encima del vidrio y dejar secar un rato, después del cual el vidrio ya está listo para volver a su nido en el ventanal. Es el momento más importante de todo el día, por el que todos nosotros hemos trabajado tanto, y los encargados de llevar el vidrio son elegidos por azar. Estos lo llevan sin mucho cuidado, ojala se cayera y se rompiera otra vez, esto traería nueva fiesta a la calle.

Ahora estamos todos expectantes de cómo quedará aquel vidrio, nuestro vidrio que va a ser instalado otra vez en su marco original. Este momento generalmente nos llena de orgullo y el presidente del grupo oficial de vidrieros eleva su voz y lanza un discurso que siempre es lo mismo, sobre colaboración, trabajo en equipo, la unión que hace la fuerza y otras cosas, causadas por las cervezas que ha tomado. Nos levantamos todos y cantamos el himno de la cuadra, y nos sentimos contentos por los colores que ha tomado el vidrio, azules y rojos, amarillos y verdes, violetas y rosas, debido a yo no sé qué reacción química entre el papel periódico y el pegamento, que cuando se enfría, toma esos matices coloridos.

Con las luces de la noche la fiesta continúa, nuestra calle se llena de colores. Todos celebramos otro color más, un vitral más, una vida más en aquella calle, la de los vidrieros. Celebramos la vida de aquel vidrio renovado.

Texto agregado el 07-05-2007, y leído por 620 visitantes. (0 votos)


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