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Terminaron temprano ese día, como a las ocho y se fueron con rumbo hacia ese lugar, que tal vez sería el hogar o tal vez un refugio a tanta oscuridad. Caminando de noche por esas calles, oscuras, tan llenas de miedos y oscuros deseos, se hacían compañía el uno al otro, tan en silencio, tan solitarios aunque iban juntos. Tan perdidos en sus propios pensamientos, descifrando esa realidad que les toco vivir.

Antes, mucho más allá de aquel día, iban juntos; ahora él cogía por su lado, se adelantaba y la dejaba sola, pero no mucho, siempre la esperaba, porque sabía bien que ella caminaba despacio. Y aunque no lo pudiera decir, la quería, aún la amaba y por eso la cuidaba, aunque ya no lo abrazara como antes., como le hacían falta esos mimos y cuidados, esos días de paseo en los cuales corrían ambos por el parque, libres pero juntos, sin cadenas pero unidos.

Ella, por su parte, iba siempre detrás, pensando, tanto que se olvidaba algunas veces de que él iba adelante. Pensaba en Omar, aquel amor que la había abandonado; y en las estrellas, ella lo veía y hablaba con ellas, tratando de acercarlo otra vez a ella y poder retenerlo sin que se le escapara de nuevo. Odiaba ese silencio absurdo, esa soledad que había quedado después del viaje. Odiaba el océano que no había conocido, pero que la separaba de su verdadero amor y del cumplimiento de la promesa hecha antes de abordar el avión.

Él lo odiaba, maldito Omar, con su maldito perfume francés, tan penetrante que lo hacía estornudar. Tantas veces, cuando Omar la tocaba, había tratado de lanzarse sobre él; manos sucias las que tocaban el cuerpo de su dueña, de aquella que gobernaba sobre su vida. Quería ser el único; desde que él llegó, los paseos dejaron de existir, para ella sólo estaba Omar y su maldito perfume francés, tan penetrante.

Y ella pensaba en Omar, en su perfume francés, ácido y suave al mismo tiempo, como de naranjas frescas; y, de cierto modo, él también pensaba mucho en aquel hombre estúpido y tonto, aunque con sentimientos diferentes; él lo quería ver muerto, mientras ella lo quería ver otra vez, tenerlo entre sus brazos, sentir su aroma, aquel enloquecedor aroma francés, que para ella era irresistible y para él, que la acompañaba sabiendo que pensaba en Omar, insoportable, por eso se adelantaba, para no sentir nauseas al recordar aquel maldito olor.

Habían cerrado temprano, como a las ocho y se fueron caminando. Los clientes ni siquiera habían llegado hoy, llovió durante toda la tarde. A ella le gustan las tardes lluviosas, le parece recordar el día que llegó Omar al restaurante, mojado de la cabeza a los pies. Sí, ese fue el día que sintió por primera vez ese olor a colonia francesa, un olor que le penetraba hasta lo más hondo de la nariz y lo hacía estornudar. Lo miró encantada, esos ojos claros se clavaron en los suyos y esculcaron por allá, en el corazón, buscando quedarse, y no salieron de allí. Mientras tanto él lo miró con rabia, como solo los celos pueden hacer ver, pero ella lo tranquilizó y no pudo lanzarse sobre ese tonto espécimen humano como quería. Quería destrozarlo, no soportaba su presencia, había algo en él que no le gustaba, tal vez que le estaba quitando a la dueña de su vida, la que lo atraía tanto con ese aroma a flores frescas y suaves.

Habían cerrado temprano, se fueron caminando esa noche, lentamente viendo las estrellas, hablando con ellas en secreto, para que no creyeran que estaba loca. Él iba sin cadenas que lo atarán, pero poco le importaba sentir la libertad si no la tenía a ella, la única que lo podía detener, que lo podía amarrar, con unas cadenas tan suaves como sus manos cuando, en viejos tiempos, le acariciaban la cabeza. Hacía ya rato que Omar no había vuelto, con sus ojos claros y su aroma francés, por el restaurante, extrañamente desapareció. Pero las cosas habían cambiado en la vida de los dos, ella triste, él con la seguridad de que ella pensaría en ese hombre tan extraño por el resto de su vida, que su relación no era la misma, que ya no lo abrazaba y consentía como antes. Una lastima.

Caminando de noche, él no dejaba de cuidarla, así ella estuviera pensando en el otro y no se preocupara por él. Sentía el peso de la responsabilidad, el peso de cuidarla siempre, para eso estaba en el mundo, para ella y ella no se daba cuenta, pensando en un pasado ya perdido. Ella viendo en las estrellas a su amor, a aquel que la dejo, con una promesa, tal vez vana, tal vez cierta, de volver. Él que se adelanta, para no tener que ver la cara de idiota que pone ella al ver a las estrellas y no tener que sentir el aroma que la impregna en esos momentos, ese penetrante aroma a colonia francesa, el recuerdo de Omar que genera todo esto.

Hoy cerraron temprano y decidieron irse caminando, al fin y al cabo era tan cerca, cinco cuadras de frente y en la esquina, voltea a la derecha y avanza unas diez cuadras más, no hay pierde, en la casa verde. Y Omar que tampoco había llegado hoy, como tampoco habían llegado clientes, por lo que decidieron cerrar y salir a caminar un rato, viendo las estrellas, recordando. Él se adelantaba y ella atrás, hablando con las estrellas como una loca y él cuidándola, de lejos, pero cuidándola. No podía abandonarla, como parecía que ella ya lo había hecho con él.

¿Qué hacer? Ese hombre había entrado en sus vidas, los había, de cierto modo, trasformado; sólo bastaron unas horas para que Omar, aquel humano pedante, se adueñara de lo que era la única razón de su existencia; para que se adueñara de su corazón y de su vida, tan rápido que no se dieron cuenta cuanto los había cambiado. Él se adelantaba pero la esperaba; ella se quedaba rezagada, como hablando con las estrellas, las mismas que le recordaban a Omar, aquel hombre que se había adueñado de su corazón. Caminaba acomodándose su cabello, que le caía en la cara, desordenado; se lo quitaba del rostro para poder ver hacía arriba y poder descubrir a su amor perdido. Confiaba en que las estrellas le contarían algo, le llevarían mensajes a él, a Omar, y ella sentía que el viento traía el aroma francés de su enamorado.

Caminando por aquellas calles oscuras, pues habían cerrado temprano, como a las ocho, para salir a caminar, caminaban tan solitarios aunque iban juntos. Y él se adelantaba, pero no mucho, sabiendo que ella caminaba despacio, pensando en ese aroma francés, entonces él volteaba, la miraba hablando con las estrellas y ladraba, para despertarla de aquel sueño estúpido con Omar, aquel amor que había perdido tanto tiempo atrás. Ella entonces lo cogía por el collar y se iban los dos juntos hacia la casa.

Texto agregado el 07-05-2007, y leído por 191 visitantes. (0 votos)


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