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Ambos tenían pasados similares. Lucía se decía prudente. Pedro se enorgullecía de ser cauto.
Cuando eran chicos, a Lucía le encantaba pensar en lo que sería cuando fuera grande mientras se hamacaba, sola, en la hamaca de madera de dos asientos pintada de color verde que estaba en el patio de su casa; Pedro, mientras jugaba solo a las bolitas, se distraía enumerando todas las cosas que quería hacer en su vida.
Les gustaba su soledad, les estaba evitando enfrentamientos, desilusiones, reclamos.
Mientras tanto, la vida transcurría.
No tenían proyectos demasiado elaborados, los dos pensaban para qué.
Lucía había terminado la escuela con un promedio aceptable y no se había planteado seguir estudiando otra carrera, ya tenía asegurado un trabajo en el almacén de la familia. Pedro terminó un año más tarde ya que había tenido dificultades con las matemáticas. Su tío Edgardo le ofreció trabajo en la zapatería.
La vida seguía transcurriendo.
Lucía tuvo un novio. Rodolfo se llamaba, era un buen chico. “Dale Lu -le decía- vamos de campamento a San Clemente”. Pero a Lucía no le gustaban el riesgo y la aventura, ella prefería ir al cine continuado, pasear por la plaza, ir a tomar un helado... Como la vida continuaba, Rodolfo al fin se cansó de empujarla y se dijeron adiós. Lucía le dijo “Vos te lo perdés”. “No vas a encontrar a otra como yo”.
Rodolfo fue feliz.
Pedro estuvo a punto de casarse con María. Muchacha encantadora, eran vecinos de la cuadra, compartieron juntos juegos infantiles. Pero la cautela de Pedro pudo más que su amor. Una noche, mientras comían pizza le dijo “María, me asusta que esto no sea para toda la vida, ¿y si no funciona? ¿y si nos tenemos que divorciar?” “Pero Pedro -dijo María- si ya estamos pasando toda la vida juntos, nos conocemos desde hace 25 años”. Y sin darse cuenta de que se estaba separando Pedro le dijo “No soportaría alejarme de vos, mejor no nos casemos”.
María fue feliz.
Por supuesto, la vida siguió pasando.
Una mañana de lluvia Lucía y Pedro cruzaron sus miradas en la Avenida Rivadavia al 6500. Los dos sintieron una sensación desconocida, algo de inquietud. Lucía perdió el colectivo y a Pedro casi lo atropella un auto. Siguieron sus caminos.
Con el correr del tiempo fueron olvidando esa cosquilla.
Más de 10 años después, una mañana en el 126 al cruzar Carabobo, no supieron si fue un sonido, un roce o un olor, volvieron a percibir la misma sensación. Se buscaron con los ojos, pero en el instante antes de cruzarse, a Pedro se le cayó una moneda y a Lucía le preguntaron si faltaba mucho para Jujuy.
Pedro se bajó en Boedo, había visto unas ofertas de calefactores en el diario y con el reajuste de la jubilación, quería aprovechar. Lucía tenía turno con el médico, ya no veía bien con esos lentes.
El corazón se les calentó un instante. Nunca más volvieron a cruzarse.
Lástima, hubiera sido lindo.

Texto agregado el 13-05-2007, y leído por 121 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
29-07-2007 Con un lenguaje simple, dejaste al descubierto una situación que se debe haber planteado infinidad de veces. Lacerante. Muy bueno, Mang. lobodebarro
10-06-2007 mujer..tu cuento desgarra, y si desgarrar era la intencion lo has logrado. 5 dax
 
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