Círculo

La criatura llora desconsolada en lo brazos de su madre. Para cualquiera de los inexpertos observadores que transitan por esa poblada esquina de la capital, la bebé llora por hambre. ¿Qué otra razón podría tener un bebé para llorar de esa forma? – ni siquiera se preguntan los transeúntes. Ningún acelerado capitalino, camino al banco, a su trabajo, a su lugar de estudio, o a una entrevista, podría percatarse de las uñas de la madre enterrándose en la espalda de la pequeña, forzándola al llanto más desesperado que ésta pudiese emitir.

¿Cómo podrían saber los despreocupados habitantes de la urbe que la bebé había saciado su hambre desde los rebosantes pechos de su madre sólo unos minutos antes de la cruel escena que nadie veía? Nadie podría saberlo, sólo esa madre y esa bebé.

La cruda memoria de la criatura comienza a registrar esas vivencias, su corazón comienza a amar y a odiar a su progenitora mucho antes que el resto de los niños. La pequeña bebé no lo ve, y no quedará registrado en su memoria, pero una pequeña, brillante y real lágrima brota desde los ojos de su madre y rueda libre por su mejilla.

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La madre ensucia con tierra la cara de la pequeña niña, mientras le dice – vamos, ¡más sucia! Quiero ver unas lágrimas brillando ahí – La pequeña es enviada a golpear las puertas en un acomodado barrio de la capital, pidiendo dinero para poder alimentarse.

El corazón humano es aún más complicado de entender que su cerebro. Es inexplicable, casi irracional, pero esa pequeña niña sigue amando a su madre, al menos durante los momentos en que no la odia.

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El juvenil cuerpo de la hija muestra las mismas formas que alguna vez moldearon la figura de su progenitora. Una lágrima recorre la mejilla de la joven, mientras la madre ajusta un cinturón en su pequeña cintura, dando aún más colorido a la diminuta falda que vste. – Tenemos que vivir de alguna forma – le dice la mujer, mientras le da consejos para atraer a los hombres. – Límpiate esa lágrima niña, mira que vas a asustar a los clientes.

Hasta el corazón humano tiene un límite. Algo se rompe en ese momento dentro del espíritu de la joven. Se siente más fría que el frío que el invierno envía a sus casi desnudas piernas. Se apresura en atender a sus clientes sin odio, sin asco y sin placer. Sin sentir.

La madre no logra soportar el frío de ese invierno y no despertará a la mañana siguiente. La hija no tendrá lágrimas para ella.

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La madre, la que una vez fue hija, se acurruca con su pequeña bebé en brazos. Su mano extendida implorando limosna pasa inadvertida para los acelerados capitalinos que recorren la ciudad a esa hora de la mañana – Si tan solo la niña llorara un poco, podría llamar más la atención – pensaba la joven madre, mientras una idea se formaba en su mente, y una pequeña, brillante y real lágrima rodaba por su fría mejilla.

Jota