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Por el camino acaricié la estructura metálica de la moneda de veinte centavos, pasé de prisa por los centros comerciales sin importarme el Santa Clos que se había mudado a los aparadores. Era una noche fría y lluviosa. Me dirigí hacia una de las esquinas del parque y vi la caseta del teléfono. Metí la mano para extraer la moneda y sólo palpé las llaves del departamento. Busqué en todas las bolsas, en las bolsas de las bolsas y la puta moneda no estaba. Regresé pasos atrás y agudicé la mirada. Me reí de mi pendejada. ¿Cómo podría ver un círculo de dos centímetros de diámetro forjado en cobre ya oxidado en una noche de perros? Sofocado de mi interior regresé a la caseta y le di dos golpes con el puño cerrado al rectángulo metálico de la alcancía del aparato y cayeron seis monedas en la buchaca y al descolgar, el teléfono tenía línea.

Recordé que la conocí en un autobús; fue un día feriado en que partí a mi tierra natal a visitar a mis padres y ella a los suyos. Un viaje nocturno de seis horas para mí y para ella de diez. No cejamos de platicar y los pasajeros, nos instaban a guardar silencio, sin embargo continuábamos en voz baja, hasta que el sueño nos venció. Ella ladeó su testa y la apoyó en mi hombro. Yo me dormí viendo a la luna resaltar la oscuridad de su cabello adolescente. Cuando llegué a mi destino le pedí el número de su teléfono. ¡Era lo más fantástico que me había sucedido!, el fin de semana, no la pase con mis progenitores, sino con ella y de tanto ver el número telefónico, que lo aprendí de memoria. Cuando abordé el autobús de regreso, miré con ansiedad a los pasajeros, pero el rostro de ella no apareció. Recordé paso a paso nuestra platica y nuestras coincidencias eran asombrosas, gustábamos de caminar al borde la playa, escuchar el rumor de las olas cuando golpeaban en los acantilados, la figura poética del barco en la montaña y los dos repetíamos riendo como niños: García Lorca. La niña me puso loquito y el corazón se hizo exigente pidiéndome más aire; pues el pensar de no verla, me contracturaba las quijadas.

Estaba sudando aún del frío y en mi prisa marqué mal el número, en la segunda vez, estaba ocupada la línea. El agua fría resbalaba por mi cuello y la calle era una alberca. El parque se miraba sombrío, en las copas de los árboles se arremolinaba el viento y luces zigzagueantes que procedían de los anuncios luminosos. Volví a meter el índice y en cada número marcado mi corazón latía con prisa.
En aquellos tiempos, cuando las líneas se humedecían, los teléfonos acumulaban sonidos como si alguien estuviese aplastando cucarachas, rogué para que no me sucediera. ¡Entró la llamada!

—Bueno, bueno. Bueno, bueno, ¡quién habla!
Es la voz de ella. Cómo no reconocerla, si todas las noches me parece escucharla. Va, viene y la sigo en el sueño hasta que se despide. ¡Claro que es ella! Es la primera vez que le habló a su casa y no sé que decir. Se hace un silencio que corre y desboca en mi garganta; sé que si persiste va a colgar. Algo tengo que decir, tan siquiera un” bueno, bueno” y cuando lo digo, grito.
— ¿ Qué número desea hablar?.
Sé que es la voz de ella, es inconfundible y torpe, digo,
— ¿Es el número tal?
—Sí, éste es ¿Con quién desea hablar?
—Con la señorita...
— ella habla.
— ¡Ah! - No te reconocí.

Una voz interior me dice: “sabes que te haces pendejo, pues desde un principio sabías que era ella”. Tengo tantas cosas que contarle, pero no puedo: estoy bloqueado, sí le dijese que la soñé con cántaros en aquella calle de muchos caminos, con su pelo revuelto por el viento de la tarde.
No puedo hablar de mí y no sería adecuado y en un tartamudeo le preguntó

— ¿Qué te has hecho ¿ Cómo has estado?

Y pienso: si ella cuenta que le sucedió este día amimadamente, será bueno, pero si responde con monólogos, o dice que mañana tiene un día infernal, o que está preparando un examen, entonces inferiré que he sido inoportuno. Ella ha contestado. Tengo el audífono asfixiándome la oreja, pero la ciudad juega bromas pesadas y frente a mí están dos carros deportivos con escapes abiertos. El ruido se adosa y el temor de parecer estúpido me hace cometer otro error y no le pregunto qué fue lo que dijo para no parecer desatento. Cuando creo que podré escuchar con claridad lo que platica, un par de motociclistas pasan y otra frase se pierde. Tengo los ojos cerrados, abierta mi mente para visualizar mejor sus palabras, pero escuché que alguien le ha gritado y le dice que deje el teléfono porque va a hacer una llamada. Quiero hacer una cita, pero entre ella y yo sólo media ya un clik mortal.

El agua rompe impetuosa, son gotas gordas, pesadas, es como si se hubiese abierto el cielo: algunas parejas corren y buscan donde guarnecerse; otras se pegan a los muros de la gran ciudad y se hacen uno. Las calles son ríos, pero a mi me vale madre el agua, el frío, y lo que está a mi alrededor.

Texto agregado el 17-05-2007, y leído por 440 visitantes. (12 votos)


Lectores Opinan
03-11-2008 HERMOSISIMO,NO DEJAS DE SORPRENDERME. MUY HERMOSA Y BIEN NARRADA ME ATRAPO.(ME MOJO TU LLIVIA JA JA ) MIS *+++++ SHOSHA
07-10-2008 No pude despegarme de esta historia hasta el final. Descriptiva y atrapante. Personaje adolescente muy bien delineado, muy cálido, cercano... Un cuento del cuál todos pudimos ser protagonistas. Un muy fuerte abrazo flop
27-08-2008 Lo volví a leer.. y es descriptivamente alucinante! :) Vilyalisse
15-08-2008 Bellísimo.. la lluvia siempre da sorpresas :) todas para ti********** Vilyalisse
24-05-2007 Hermosa composición! wonderguri
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