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LA AGENDA


Jonay estaba sentado en un banco junto a su amigo Rayco, aquella amistad se remontaba a los años de su juventud. Ahora los dos ancianos estaban disfrutando uno de los más hermosos sucesos que diariamente se pueden ver. El Sol perdía fuerza deshaciéndose en mil colores y mientras se marchaba iba dejando en sus retinas el recuerdo de una maravillosa despedida.

Cerca de los dos amigos unos jóvenes les observaban:
- Sí, son esos viejos. El de la camisa negra es el que tiene un montón de billetes, “El Lince” me ha dado el soplo.- Le dijo Azazael a Dionisio.
- Esperaremos a que no haya nadie por la zona. Va a ser muy fácil, están tan tranquilos que parece que vivan en un mundo diferente al nuestro.
- Ja, ja, ja, disfrutad de esa tranquilidad, que pronto se os va a romper.- Pensó en voz alta Azazael.

Algo llamó la atención de uno de los dos ancianos.
- Jonay, hace algunos minutos que dos jóvenes nos están mirando, y creo que con no muy buenas intenciones.
- Estate tranquilo amigo, de momento sólo son dos personas que nos están mirando.- Dijo Jonay sin prestarles atención.
- No es normal que nos miren durante tanto rato, además están como cuchicheando. ¿Cómo quieres que esté tranquilo si no hay nadie más por aquí? – Dijo nervioso Rayco mirando a los jóvenes por el rabillo del ojo.
- Todo a su debido tiempo.
- ¿Todo a su debido tiempo? Jonay, se acercan y han sacado algo de sus bolsillos, seguro que son navajas.- Dijo Rayco, con voz temblorosa, lo que provocó que Jonay apartara la vista de aquel bello espectáculo para posarla en las figuras de los dos jóvenes.

- Viejos, darnos todo “la pasta” y los objetos de valor que llevéis encima.- Dijo chillando Dionisio, que parecía ser el más decidido de los dos chicos.- Y no os dejéis nada de valor en esos viejos bolsillos, sino será peor.
- ¿Creéis que os tenemos miedo? – Preguntó Jonay mientras miraba a los ojos de Dionisio.
- Yo sí que se lo tengo.- Tartamudeó Rayco.
- Viejo, deja de mirarme de esa forma y haz lo que te hemos dicho.- Dijo Dionisio levantando aún más la voz por lo incómodo que de repente le había hecho sentir Jonay.
- Saca todo “la pasta” que llevas en la cartera.- Se atrevió a decir Azazael apuntando con la navaja en dirección a Rayco.- Que sabemos que llevas un “fajo” de billetes.
- Así que además con premeditación y alevosía.- Se atrevió a decir Jonay.
- QUIERES CALLARTE YA DE UNA PUTA VEZ VIEJO CHIFLADO.- Gritó Dionisio no entendiendo como Jonay no tenía miedo. Jonay se levantó del banco, alzó los brazos al cielo y mirando en dirección a lo poco que quedaba de Sol empezó a decir extrañas palabras, cosa que descolocó a los dos jóvenes y que sorprendió a Rayco. Finalizó su pequeño discurso mirándoles fijamente a los ojos hasta que ocurrió…

Los dos amigos estaban de pie en el punto desde donde momentos antes estaban siendo observados por los atracadores, estos, permanecían sentados en el banco que antes ocupaban los dos ancianos.

- ¿Qué me pasa? De repente me siento muy cansado.- Fue entonces cuando Dionisio se miró las manos, miró a su compañero y un grito que le salió de lo más profundo de su interior asustó hasta a la casi recién nacida noche.- AAAHHHHHHHHH SOMOS UN PAR DE JODIDOS VIEJOS.- Azazael estaba tan asombrado y asustado que no podía articular palabra.

- Pero ¿Cómo lo has hecho? – Acertó a decir Rayco.- Somos de nuevo jóvenes y ellos un par de…
- ¿Viejos? Querías decir.- Dijo Jonay.- ¿Acaso no te acuerdas que hace años te dije que en mis ratos libres estudiaba magia?
- Una cosa es estudiarla y otra muy distinta ejercerla.
- No tiene importancia.
- La de años que hace que no me dolía nada, ya ni me acordaba de cómo era eso.- Dijo Rayco.- Por cierto ¿Este truco tiene marcha atrás o es una segunda oportunidad?
- No te hagas ilusiones, es para darles una lección que no olvidarán en la vida.- Contestó Jonay.
- En eso te doy toda la razón, no lo van a olvidar. Por cierto ¿Que tengo aquí en el bolsillo que me pesa tanto? ¡Vaya! Es la navaja. Entonces deduzco que alguno de ellos tiene mi dinero.
- ¿Qué prefieres, tú dinero o la juventud? – Preguntó Jonay a su amigo en un tono entre cómico y burlón.
- Y…Esto... ¿No podrían ser ambas?
- Vamos Rayco, es hora de acabar de darles la lección.
- ¿De verdad nos vamos?
- Lo vamos a hacer ver.
- Ja ja ja se van a…

Dieron la espalda a los muchachos y empezaron a caminar en dirección contraria. Al hacerlo, una sonrisa picara pobló sus semblantes.

- ¿Se van? No pueden irse y dejarnos así.- Dijo Dionisio en un tono de suplica.

Detuvieron la marcha, se dieron la vuelta y Jonay dijo:

- Nos querías arrebatar por la fuerza nuestros objetos de valor. Nosotros os hemos cogido lo único que vale la pena en vuestras vidas, vuestra juventud.- Jonay miró con sus rejuvenecido ojos a Dionisio. Por la vieja cara del antes joven muchacho un par de lágrimas se apresuraban en tapar arrugas. A la vez que esas lágrimas iban perdiendo altura se teñían con el color del arrepentimiento. Dionisio se sentía muy mal consigo mismo cosa de la que Jonay se percató. Azazael aún no había dicho nada, ahora parecía ser él el que estaba en otro mundo.

Los dos amigos reiniciaron la marcha dando de nuevo la espalda a sus atracadores. A cada paso que daban, perdían parte de aquella efímera juventud de la que se habían vestido por unos momentos. Continuaron andando sin hablarse, no tenían nada que decirse, era más bonito ver como la Luna ya reinaba en la oscuridad.
Dionisio y Azazael recuperaban su perdida juventud por momentos.
Azazael aún no hablaba. Dionisio no dejaba de darle vueltas a lo que había sucedido.

Al rato Rayco metió la mano en su bolsillo alegrándose al reconocer en él su cartera intacta en vez de la navaja. No le hizo falta mirar a su amigo para saber que paso a paso su cuerpo iba envejeciendo, sus articulaciones y su cansancio eran síntomas más que suficientes.

Jonay acompañó a su amigo hasta la puerta de su casa. Al poco entraba en la suya.
Se preparó una cena ligera y después fue hasta su agenda, la abrió por el día correspondiente y empezó a tachar todo lo que había hecho:

Paseo matutino.
Repasar el libro de magia bajo el árbol milenario.
Comer a la luz de las velas.
Siesta reparadora.
Tocar el piano.
Ver anochecer con Rayco.
Dar una lección a Dionisio.
Acompañar a Rayco a su casa.
Esperar que Dionisio llame a la puerta.

Se puso a pensar en Azazael. ¡Ah sí! Morirá dentro de dos días en un tiroteo. Siempre hay quien no tiene remedio.

En ese preciso momento alguien golpeaba con timidez la puerta de madera de su casa. Dionisio ya está aquí, se dijo.

- Señor, siento lo sucedido y me gustaría pedirle disculpas y pedirle también ser su ayudante de mago.- dijo Dionisio.
- Sólo te enseñaré si te haces merecedor de ello.
- Dígame lo que he de hacer y no dude que lo haré encantado.- Dijo Dionisio arrodillándose ante él e inclinando la cabeza.
- En circunstancias normales te pediría que estuvieses diez años haciendo el bien, pero yo ya soy mayor por lo que me conformaré con sólo dos. Al fin y al cabo puedo leer en tu interior. De todas formas esos dos años no te van a hacer daño ni a ti, ni a quien le hagas el bien y te servirán de experiencia.
- Gracias, muchas gracias.- Dijo el joven intentando coger la mano del mago que con un movimiento de ésta lo evitó.
- Haz el favor de irte, quiero descansar.
- Lo que usted diga, señor.- Dijo contento Dionisio mientras abandonaba la casa.

El mago, al quedarse sólo volvió a coger la agenda. Pasó las páginas hasta llegar a dos años más allá de la fecha del día en el que estaba y no se sorprendió al leer entre otras cosas:

Paseo matutino.
Repasar el libro de magia bajo el árbol milenario.
Esperar la llegada de Dionisio.
Empezar a instruir a Dionisio.

Satisfecho cerró la agenda. Aseó su arrugado cuerpo y desnudo se plantó delante del espejo. Dijo unas palabras mágicas y convirtió su anciano aspecto en uno de una criatura de diez años. Satisfecho se miró en el espejo Y Se dijo para sí
“ahora a dormir como un niño”.

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Quiero dar las gracias por el pulido del texto a:
CLARALUZ


Texto agregado el 23-05-2007, y leído por 101 visitantes. (0 votos)


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