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Seguramente habían pasado horas porque el estomago le dolía de hambre; siempre fue tan disciplinado con sus horarios que no cabía la menor duda, debían ser más de las ocho de la noche y precisamente ese inusual viernes no le dio tiempo ni de desayunar… ¡y todo por esa maldita llamada!, nada volvería a ser igual después de colgar el teléfono, su vida cambió aquella tarde de invierno.

El pavor se apodero de él, no sabía que hacer ni a quien recurrir, sólo sabía que tenía que cruzar la ciudad inmediatamente antes de que fuera demasiado tarde… la vida de ella dependía de su rapidez y la desesperación no lo dejaba pensar con claridad. Llegó al lugar acordado unos minutos antes de que se venciera el tiempo establecido; un segundo fue suficiente para percatarse de la soledad que reinaba y del silencio que invadía el sitio, desafortunadamente no pudo ver nada ni a nadie antes de perder la consciencia, justo en el mismo instante que sintió el calor del golpe seco que recibió en la cabeza.

Al despertar percibió que sus muñecas ardían y se encontraban atadas a su espalda, sintió que su cara estaba a punto de reventar por la hinchazón causada por los golpes, también sintió la frialdad del piso en su mejilla derecha; no podía abrir los ojos debido a la cera que habían untado en ellos y además pudo darse cuenta que las comisuras de su boca no se podían separar, las habían cerrado para siempre. Creyó saber lo que era el dolor más infinito cuando intentó gritar, desgarrándose los labios, el grito ahogado se sumergió en el sabor a hierro que dejó la sangre en su garganta.

Lloró hasta que le dolió la espalda, hasta que le ardieron los huesos, hasta que se quedo dormido.

A partir de aquel instante nada regresó a ser tal y como lo conocía, su percepción del tiempo cambio, el hambre no se presentó nuevamente, el dolor que ahora sentía no lo conocía, él no sabía con exactitud lo que pasaba.

Nunca supo con certeza cuantos días estuvo allí, ni siquiera supo donde estuvo, le dolía el cuerpo hasta dejar de sentirlo, pero más le dolía el no saber nada de ella, se conformaba con pensar que su hija estaba segura en los brazos de su esposa pues hasta ese momento no había huella alguna que se encontrara en la misma situación que él, una situación inhumana desde su punto de vista.

Anheló la luz y el calor del sol, la frescura de la noche, anheló un poco de agua pura, anheló un abrazo caluroso e incluso anhelo su agobiante y estresante trabajo pero más aún anheló saber que su familia estaba tranquila aunque sabía de sobra que no podía ser así, no en esta situación.

Lamentaba profundamente el dolor que indudablemente le estaba causando esa situación a las personas que amaba, lo lamentaba aún más que el dolor físico y extraño que lo acompañaba, lo lamentaba más que el sentir su muerte cerca…

Hasta el último minuto no dejó de preguntarse ¿Por qué?, ¿Por qué recibió esa llamada?, ¿Por qué a él?, ¿Por qué no podía hacer nada?, ¿Por qué esa injusticia?, ¿Por qué terminaría así sus días?... la luz se apagó, la vida se le fue y nunca supo “POR QUÉ”

Texto agregado el 25-05-2007, y leído por 280 visitantes. (18 votos)


Lectores Opinan
12-06-2007 coincido con jazy... y además, a veces nos hacemos los disimulados sabiendo que cosas como esta existen, y pasan diario. astridcomet
28-05-2007 buenop sumikko
27-05-2007 Desde luego es angustiosa la situación. Bien apuntados los sufrimientos que le aplican, y el final....si yo te contara por qué terminó así....jjj xung0
27-05-2007 Muy buena historia. Mis ***** -Vera-
27-05-2007 Gracias por dejar claro que tenemos que vivir los días como si fueran los últimos. Me gusto : ) jazy
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