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Después de una larga contemplación a la recién estrenada escultura de madera que erguía en la puerta del restaurante “Puerto celestial”, antaño salón de juegos amateur de ajedrez, don Simón- con quien yo trataría después-se disponía a leer las solapas de un libro aparentemente nuevo, mientras tanteaba la taza de café con su trémulo dedo índice. No era la primera vez que espiaba al viejo, de hecho, llevaba mas de una semana consecutiva haciéndolo , en son de modesto comensal de barrio. Era un tipo muy extraño de tercera edad-valga la redundancia-: un sujetador de ligas retenía equilibradamente su clásica gafa gruesa, un saco rugoso color gris abrigaba sus escuálidas extremidades superiores y su casi jorobado tronco, su escaso cabello exponía con mucha humildad, una milenaria testa con minúsculos surcos de arruga que manifestaban una extenuada andanza, le distinguía un buen porte burgués en la mesa; y entre otras estrafalarias peculiaridades. Lo que más demandaba mi atención, era su casi extremada soledad, eso me era muy familiar. A veces hasta coincidíamos en leer diarios en nuestros respectivos balcones. Ciertamente, eso era lo único en común que teníamos, la soledad. (Volviendo al restaurante) Don simón ordenó una porción de pastel de papa para llevar, con una apacible voz gangosa; y viéndose atraído por el libro, echó a andar hacia su vivienda.

Mi casa colindaba con la suya, y quizás él no lo sabría, por tal vinculo, yo siempre sostenía que la soledad del viejo se debía a una particular filosofía, pues siempre obviaba los saludos de los vecinos, e incluso no dialogaba con personas que se mostraban amistosos hacia él, queriendo originar conversación; pero el viejo, siempre con una auténtica reserva educada rechazaba con un modesto No implícito.

Por tal alarde que hacían las personas, hasta los perros sabrían que era diciembre. Para ser más exactos, era una de esas noches de festín familiar, una noche que en los ojos de un huérfano imberbe como yo no es mas que tristeza y añoranza nocturna. Cinco minutos para las once, afirmaba un reloj de pared, de esos que solo se pueden hallar en los museos o en antiguas tiendas de subasta. El restaurante, como siempre: silencioso, sin bulla, con meseras cultamente adiestradas; todo en su mismo lugar. Casi en el último lugar, en donde se podía sentir menos frío y resonancia, yo consumía lánguidamente una económica porción de pastel, sumergido en una profunda nostalgia. El ambiente barroco le daba un toque de estilo a mi congoja. La calle parecía un campo de guerra, por tantos fuegos artificiales y niños gritando. Los viejos barbiespesos vestidos de rojo sonreían por doquier, todos estaban felices; acepto yo.

No creo que Jesús haya sufrido más que yo, de hecho, hubiese preferido que todos se escarnecieran de mí: que me pusieran una corona de espinas, una capa de rey y una cruz pesada que cargar, envés de un sufrimiento a largo plazo. Bien dices que el dolor del alma duele más que cualquier golpe. Uno ya se acostumbra a llevar una vida de tal calaña; a veces me gusta mucho vivir, como cuando estoy advirtiendo por los minúsculos agujeros de la cortina de tul, a mi cándida musa, más bella que la mismísima Marilyn Monroe, lastima que hasta ahora no puedo acercarme y decirle que necesito curarme y que la vida me recetó escuchar su voz. Para ser más franco, me gusta a veces vivir por que pienso en el futuro sin pesimismo.
Mientras jugueteaba a pausas con la cucharita, alguien me tocó el hombro. Ahí estaba, no había pensado él desde que entré al restaurante. Por primera vez pude verlo de muy cerca; sus ojos no estaban muy disimulados entre sus arrugas, tal como yo solía especular. Quizás quise reírme cuando noté que estaba vestido como santa claus. Me lanzó una sonrisa cansada y me propuso compañía.

_ ¿Como estas muchacho. Por que tan solo a estas horas? _, interrogó el viejo mientras se acomodaba en la silla.

_ Esperando que pase la dichosa navidad. ¡Lindo traje, nunca pensé verte así! _, repliqué en son de saludo.

_ A estas alturas uno tiene que buscar como sobrevivir pues. Hay que aprovechar las ocasiones y sacarles dinero a tantos ignorantes que hay por estos lugares.

_ Eso es bueno. ¿Por lo visto usted ya concluyo su trabajo?

_ Claro que si. Vine a tomarme un vino y ver si había alguien con quien charlar.
El viejo, con mucha confianza y seguridad, solicitó un vino a la mesera. Yo me mostré muy agradecido y moderado.

_ Noté que le estás echando ojo a la muchacha del kiosco _ indicó el viejo, vacilando.

_ No, como creé eso; apenas puedo verlo. ¿Qué piensa usted sobre el futuro de este planeta_, repliqué abochornado, cambiando enteramente de tema.

_ Jajaja, olvídalo. ¿El planeta…? El planeta es una maravilla. Su futuro esta en manos del azar y del hombre. A estas alturas ya casi no es necesario ser un Edgar Cayce para predecir el futuro. Solo basta ver la penosa realidad y hacer algunos estudios para percatarse de que el futuro no será como todos lo imaginamos: fácil y sofisticado. Yo me atrevería a decir que el problema no es el planeta, el problema es el hombre. Dios debió haber concluido su arquitectura en solo cinco días; pero el tío tuvo tiempo de mirarse en algún espejo e inventó la auto-escultura. Lo cierto es que ese fue el error mas grave que cometió. Tienen la palabra los supuestos irracionales del mundo.

_ Estoy de acuerdo con usted. ¿Como cree que será el futuro?.

_ Habrá un apogeo breve de globalización extrema. Los científicos habrán inventado todo lo que hoy trazaron. Todo estará tal como cualquier otro científico de visiones positivas puede decírtelo. Todo este intervalo podrá persistir poco tiempo -viéndolo universalmente-.Después, la economía descenderá a paso leve por todos los rincones del planeta, para entonces el petróleo se verá remplazado por una reducida energía virtual o alguna otra energía sofisticada que tendrá un abatido complejo de introducirse al mercado. La escasa economía constituirá conflictos bélicos, sociales, religiosos y entre otros aprietos. A esta larga trayectoria de previa autodestrucción, se sumarán con avidez, las secuelas de la globalización y el calentamiento global.

_ Paréese estar seguro de lo que dice.

_ Apuesto que lo que acabo de decirte ya lo habías pensado antes.

_ Tiene mucha razón.

_ No obstante, todos los desastres que mencioné son inminentes.

_ ¿Puede calcular el tiempo que falta para que pase todo?

_ No me atrevería a predecir tal cosa; pero no habrá mediados de siglo 22.

_ Parece que coincidimos-jajajaja-

_ Hay…Este asunto es muy amplio, podemos debatirlo hasta el año nuevo; pero a estas alturas, hablar del futuro es como preocuparse de nuestra salud mientras se esta consumiendo sustancias toxicas. Es mejor agradecer a la naturaleza por habernos otorgado vida en una época estándar.

_ Debe de tener mucha razón.

_ ¡Vamos!... no quiero imaginar lo que pasara mañana solo por que un muchacho ignoró hablar de la chica que le gusta mucho.

_ ¡jajaja!_, Déjame decirle que usted si que es un buen profeta.

Texto agregado el 26-05-2007, y leído por 890 visitantes. (1 voto)


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