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En el Helheim. Más o menos al mismo tiempo.




La situación en el Helheim era un poco distinta a la del Orco. Se podía sentir, entre los terribles hielos de ese infierno, la maldad y la conspiración. La diosa Hel estaba sentada en su trono. Allí estaba, inmóvil, pálida, parecía un cadáver. En ese momento entra uno de sus esbirros –que no son otra cosa que los hombres fallecidos en formas deshonrosas– con un anuncio.
- Mi señora, su padre está aquí.
- Está bien, ahora vete –contestó la diosa de los muertos.
Las enormes e impenetrables Helgate se abrieron con violencia, provocando un horrísono estruendo que se podría asemejar al martillo de Tor. Entonces, entró en la habitación el rey del mal, el taimado Loki.
La diosa miraba a su padre acercarse mientras acariciaba a su espantoso perro. De pronto, Loki se detuvo frente a su hija, aunque no muy cerca. En el Helheim, nadie confía mucho en nadie, y hacen bien. Estuvieron unos momentos contemplándose, estudiándose, previniéndose. Entonces, Loki fue el primero en hablar:
- Hija, ¿has hecho lo que te ordené?
- Lo hice –contestó la diosa–, pero a mí nadie me ordena, yo hago lo que quiero y cuando me place hacerlo.
- Sí, bueno, ¿dónde está? –respondió Loki, sin prestar atención a la pretendida independencia de Hel.
- En la otra habitación.
- Hazlo venir aquí.
La diosa mandó a que llamaran al huésped misterioso. Cuando por fin apareció de entre las tinieblas que inundaban todo el palacio, se presentó:
- Aquí estoy, señor del mal. Mi nombre, como debes saber es Set. Yo soy a quién mandaste llamar, yo soy el mismo que dio muerte a Osiris, soy el príncipe de las tinieblas.
- Tenía entendido que ustedes los egipcios eran pomposos, pero no me imaginé que fueran tan dramáticos –contestó Loki.
- ¡Alto! –replicó Set–. No vine hasta aquí para ser la burla de nadie. Si quieren mi ayuda van a tener que soportar mis dramas.
- Está bien, no te alteres. ¿Has conseguido lo que habíamos acordado?
- Ciertamente. Pero no fue nada fácil.
- Bien, ahora podremos liberar a mi hijo.
- De eso quería hablar: aún no se me ha dicho para qué se va a usar esto que robé. Si arriesgue mi existencia, tengo derecho a saber.
- Ya lo sabrás, Set. No hay que alterarse.
En eso, la diosa Hel, que al ver a esos dos seres malignos tuvo una duda, le dijo a su padre:

- Padre, no estoy segura de continuar con esto. Creo que es demasiado.
- Hija –respondió Loki–, no me importa qué pienses, este es el momento. Tiamat se está agitando en el fondo del Abismo, ¿si no es ahora, cuándo?
- Tu padre tiene razón Hel, la bestia es incontenible, o estamos a su lado o estamos extintos para siempre. Es cuestión de elegir.
- Pero ya está bien de preámbulos –interrumpió Loki–, tenemos que ir en busca de mis otros dos hijos y liberarlos de sus ataduras. Primero iremos donde la serpiente Jormungander.

Los dos dioses partieron y Hel se quedó en su palacio. Para llegar ante Jormungander, los dioses tuvieron que sumergirse hasta llegar al fondo del océano. Pero cuando estuvieron ante la serpiente, ésta fue la respuesta que recibieron: “Lo lamento, padre, pero no los voy a ayudar en lo que pretenden. Yo estoy esperando el Ragnarok para enfrentarme con el poderoso Tor. Si emprendiera esta empresa que ustedes me proponen y muriera, ya no podría luchar contra Tor y estaría violando la ley del destino. No, padre, no los ayudaré”.
La respuesta de la serpiente de Midgar fue determinante. Loki se dio cuenta que nada podía hacer ante las razones que acababa de oír. Set, en cambio, quedó algo sorprendido y también desilusionado. La poderosa serpiente Jormungander era, a su juicio, un recluta indispensable. Pero Loki, que se daba cuenta del dilema que se planteaba Set, le dijo lo siguiente:
- No te preocupes, ya contaba con la negativa de mi hijo. Él es muy estructurado en cuanto se trata de normas divinas. Si está escrito que él y Tor se matarán uno a otro, eso mismo es lo que hará.
- Entonces –dijo Set–, ¿lo tienes cubierto?
- Absolutamente. Aún tengo a un hijo que no se va a resistir a ayudarnos. Su nombre es Fenris.
- ¿El lobo? –inquirió Set con asombro.
- Así es.
- Su nombre y fama se extienden hasta mis reinos y supongo que a muchos otros. Lo que no sabía es que era tu hijo.
- Es y no es. Pero eso no es fácil de explicar. Lo que importa es que está de nuestro lado y, por tanto, del lado de Tiamat.
Para llegar ante el lobo Fenris, Loki y Set tuvieron que descender al Niflheim, el noveno reino. Este lugar se encuentra más abajo aún que el Helhein, justo en donde están las raíces del Fresno de la Vida.
Al llegar, vieron a Fenris, que estaba encadenado a una enorme piedra y constantemente lanzaba aullidos desgarradores que hacían temblar a los nueve mundos. En esa humillante situación lo habían puesto los dioses del Asgar. Loki había jurado nunca perdonar semejante atrevimiento, pero ya habría tiempo para esos menesteres. Lo fundamental en esos momentos era reclutar soldados con prisa, antes de que Tiamat pudiera despertar.
Loki y Set se pararon frente a Fenris y fue el primero quien habló:
- Fenris, hijo mío, aún no has logrado liberarte de tus ataduras. Vengo a hacerlo por ti pero antes debes unirte a mí en una batalla.
- Padre, soy tu hijo y te debo la existencia. Si logras liberarme de mis ataduras iré contigo a cualquier batalla.
- Lo haré, hijo. Encontré la manera de romper estas cadenas tan poderosas.
- De eso me encargo yo –interrumpió Set, mientras desenvainaba una espada.
- ¿Cómo dices? –preguntó Fenris.
- Esta es la gran espada de oro. La espada del poderoso gigante Crisaor, el orgulloso hermano de Pegaso.
- ¿Cómo la conseguiste? –preguntó Fenris.
- Eso no tiene importancia. En cambio, vean la forma en que corto estas cadenas.
Dicho y hecho, Set dio un golpe a las cadenas con la espada de Crisaor y las cortó como si fueran las ramas de un sauce. Por fin quedaba libre el incontrolable Fenris. Pero todavía quedaban bestias por visitar.
Fenris le preguntó a su padre si tenía alguna intención de ir a visitar a los gigantes hijos de Muspel en las profundidades del Muspelheim, a lo que Loki contestó: “De ninguna manera, los gigantes son muy poderosos pero poco inteligentes, no los podremos controlar cuando estallé su furia. Ni siquiera tú podrías detenerlos, hijo.”
- Pero padre –contestó Fenris–, ¿cómo piensas hacer cuando llegue el Ragnarok?
- ¡Bah! No sabemos con certeza si algún día pasará tal cosa –dijo Loki.
- Tu padre tiene razón, Fenris –interrumpió Set, mientras enfundaba su espada de oro.
Nada más se dijo sobre ese tema. Directamente pasaron a otros asuntos. Aún les quedaban algunos voluntarios a quienes recurrir en las tétricas tierras de Nifhleim. Al primero que fueron a convocar fue al perro Moongard, “el que devorará a la luna”. Esta bestia, dispuesta en todo momento para la batalla, no dudó ni por un segundo. Incluso cuando Loki le advirtió de la posibilidad de morir y no cumplir con la profecía del Ragnarok, Moongard aceptó, declarando que tenía sus dudas acerca de las profecías en general.
El perro Moongard no se asemejaba en tamaño a Fenris, pero sí en fuerza y en fiereza. Su pelaje de color claro intimidaba mucho menos que el aspecto de Fenris, que tenía el pelo oscuro como la noche y de su cuerpo salía humo, producto de la elevada temperatura que había en el interior de la bestia. En efecto, Fenris es la encarnación del fuego violento que, cuando está restringido, busca liberarse.

Texto agregado el 28-05-2007, y leído por 166 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
07-08-2007 Evocas una variedad de imagenes con tus escritos, buenos contextos y ni hablar de la manera en que te expresas, excelente! Stardust
 
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