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Inicio / Cuenteros Locales / curiche / Con tu puedo...Cap 46. Bajar a Iquique

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Bajar a Iquique.

¿Qué me ocurre?, desde que se inició la huelga Fernando ni me toca, se acuesta cuando va a comenzar el alba, da vueltas en la cama y no me dice nada, piensa que eso es cosa de hombres o que yo soy tonta.
Hace ya un par de semanas que despierto con esta sensación estúpida, eso de haber hecho venir a uno de los Aravena fue luego de soñar que un minero me violaba, ¿no tenía cara o no quise ver su imagen?
¿Por qué les pedí que viniesen si yo soy hábil con las plantas? Quizá sólo sea el querer ver a alguien diferente a los que veo a diario. Temo más a los guardias que a los huelguistas, estos últimos al menos piden lo que es justo para ellos, y muchos son más inteligentes que los perros que usa de guardia mi marido.
Debo hacer algo para sacarme de encima ese sueño.


—Siéntense –Indica el Administrador a los delegados- ¿Quiénes le acompañan, Alamiro Araya?
—Mis compañeros, Juan González, delegado de los herreros y Gustavo Díaz de los cargadores. Usted dirá, señor Gómez.
—Miren, mañana o pasado llegarán las tropas, ellas los llevarán a trabajar a punta de bayoneta.
—Señor, ¿nos ha llamado para seguir amenazándonos?, ya nos cerró a pulpería, así que no podemos adquirir alimentos, también hizo cerrar la cantina, con lo que no tenemos en dónde comer, así que si no va a proponernos nada nuevo, creo que estamos demás acá, así que nos retiramos, señor.
—Ustedes serán los responsables de llevar a sus compañeros a la muerte ¿A quién creen que culparán? A ustedes.
—Trabajo por el cual usted gana demasiado, señor – le responde Gustavo Díaz-
—Porque yo coloco la plata.
—Don Fernando, yo pensaba que nos había llamado para entregarnos alguna respuesta, como no la hay, y nuestra gente está expectante, tenemos que retirarnos. Hasta luego señor. Sí mañana los militares nos disparan, sobre usted caerá la maldición. Usted no apretará el gatillo, ni dará la orden de asesinar, pero sobre usted caerá la responsabilidad de por vida y después de muerto seguirá siendo recordado como quien trajo a los militares para matar a sus trabajadores.
—Usted Alamiro, me ha traicionado.
—No señor, yo defiendo a mi gente.
—Les hice la plaza, les construiré la escuela ¿Qué más quieren?
—Mayor salario, señor, más respeto.
—Más plata no hay, ni la habrá. Puedo hacer dos concesiones.
1. Les puedo eliminar los castigos en los cepos.
2. Pagar una indemnización a los familiares de quien muera en faena y no echar a los deudos del campamento.

—¿Permiso para los que se enfermen?
—Tres días.
—¿Pagados, como trabajados?
—Sí les doy esto ¿ustedes regresan al trabajo?
—No señor, queremos hablar de salario y libertad de comprar y de fichas. Le contaremos a la gente que nos ha ofrecido esto. Yo no estoy por volver al trabajo, se lo digo al tiro, si los que represento quieren aceptar, se regresa. Pero, yo estaré en contra. Y antes de que me olvide. Lo de la organización es intransable y que no se tomen represalias con nadie, con uno que se eche, habrá huelga.

En ese instante, entra uno de los empleados de confianza, entregándole un mensaje a Fernando, un telegrama en donde Viera – su abogado- le dice que debe bajar al puerto para conversar con el intendente y que es muy probable que luego de ello suban tropas, pero, que trate que regresen al trabajo sin que sea necesario envío de militares.

—No tengo más que darles y es mucho por esta traición, yo me voy al puerto a ver el envío de milicos, Le diré al intendente que ustedes son buenos niños y que están equivocados, así a lo mejor no les meten balas.
—Don Fernando, saque la mano del bolsillo y entregue el reajuste pedido.
—No hay plata ¿Saben acaso cuánto me costará eso?
—Sí, señor, lo sé, lo sabemos, con el precio de hoy del nitrato, en dos semanas y media de trabajo usted recupera lo que nos reajustará.
—¿De dónde sacaron esas cuentas?
—No somos ignorantes, señor.
—¡Espero no los maten a todos!
—Sobre usted recaerá la ignominia, señor. ¡Hasta luego!
—Lo de la organización, también se lo puedo conceder sin regresan a trabajar.
—No tiene alternativa, señor.

¡Hijos de putas! Nunca más cometo el error de subestimar a ningún peón, este huevón tiene apenas veinticuatro años, aún es un pajero y ya me tiene agarrado. Sé que nadie le manda, no obedece a los socialistas, tampoco es de ideas anarquistas, sabe que lo siguen. Ninguna ninguna cosa me ha salido bien, a los maricones que iban a trabajar les sacaron la cresta. Cerré la pulpería, el Alamiro tiene gente cuidando para que nadie la asalte. Nadie se mete con los guardias. Conoce lo que haré, adivina lo que deseo hacer.

—¡Arsenio!
—Sí, señor
—Vaya a buscarme al telegrafista.
—Bien, señor.

Lo de la mancomunal, es algo que no me quita el sueño, se puede manejar, sobre todo una vez que se resuelva el trabajo de Antofagasta. Espero que el intendente resuelva lo de los milicos, con eso los hago trabajar, pero que sepan que yo quise resolver algo el petitorio.
Son cinco las oficinas paradas, los administradores piden mano dura, pelotas, me exigen y a la vez me suben el precio, quieren ganar por ambos lados ¡Las pelotas! Son una manga de maricones aprovechadores. De la oficina central, también exigen se acabe la huelga, diez días esperarán, Les he dicho que desde allá presionen al gobierno.


—Permiso, señor, ¿usted me mandó a buscar?
—Sí, quiero mande un telegrama, a la oficina de Antofagasta. Tome nota.
“José Miguel, necesito que me envíe al capataz de cuadrilla”, y luego le coloca mi firma. ¡Envíelo de inmediato!
—Bien señor, ¿eso es todo?
Sí, puede retirarse.

—¡Arsenio!
—¿Señor?
—No importa se demore algo más en lo que hace, vaya a la estación y que me preparen el automotor, a las tres me voy a Iquique. Luego me busca al jefe de la guardia, que saque a tres hombres que vayan conmigo. ¡Armados!
—Bien señor.

Si, iré con la guardia, no vaya a ser que me ocurra algo. Acá no va a suceder nada, con ese Araya y los que dirigen, no ocurrirá nada, Alamiro, mide sus fuerzas antes de hacer algo. ¡Me las vas a pagar, Alamiro! Me llevaré a la Estela, ¿la llevo? Por ahora no.

—Estela, por favor haz que el almuerzo esté temprano, mira que me voy a Iquique.
—Como cada día estará a las doce. ¿A qué vas al puerto?
—El intendente llegó de Santiago y me ha llamado, creo que enviará.
—¿Puedo ir contigo, y quedarme en el puerto?
—No, Estela, por ahora no. Cuando regrese la envío al puerto.
—¡Ah! ¿Te juntarás con doña Emilia? Eso es lo que quieres, dilo así Fernando, bien, cuando regreses me voy. Voy a ordenar te preparen ropa.

Ya poco me importa si se va al puerto o a otro lugar, lleva tantos años con esa Emilia, si no fuese por esta sociedad ya me hubiese ido, lo peor es que aún le amo, de eso se aprovecha. ¡Maldita sea!

Es tal la ira de Estela que rompe parte de una llave de agua de su baño, se mira en la luna del espejo, en sus ojos claros hay un brillo acuoso, lágrimas que pugnan por salir, hace un supremo esfuerzo por tragárselas y ahogar el grito que estaba a punto de dar. Se mira, aún percibe la belleza que ha convivido con ella a lo largo de su vida, al costado de sus ojos se ven esas tenues líneas que cualquier día se convertirán en profundas grietas, las toca con calma, en un segundo, cambia, sonríe, inequívocamente sonríe.

Todo se paga en vida, Fernando, pagarás lo que me haces, aún cuando Dios me lo va a cobrar. Soy rica sin tu existencia, una parte de esta Oficina es mía, cuando mis padres fallezcan recibiré buena parte de su propiedad, puedo irme a cualquier parte del mundo y no tendría que pedirte nada, sólo lo mío.

—Fernando, al regreso quiero que conversemos seriamente, quiero que conversemos de esta huelga y de esa mujer.
—Con esta huelga, tengo mucho en qué pensar para hacerlo en mujeres, haz que me sirvan el almuerzo para irme, que quiero regresar de inmediato. ¿Qué pasó en el baño que hay una llave rota?
—Nada importante, yo veré como se arregla eso y si no encuentro a nadie, lo hago yo misma.

Desde la estación llegó el silbato de la pequeña locomotora que moverá el vagón en el que viajará Fernando. El Administrador apura su almuerzo, toma su pequeña valija y sale apurado.

—Niña.
—Mande, señora
—Vaya donde están los mineros y si ve a Francisco o Ernesto Aravena, dígales que si puede venir alguno.
—Me da miedo, señora, me pueden hacer algo.
—Ay niña, nadie te hará nada.
—Permiso señora.

La olla común bulle de actividad, en mesas hechas con lo que han encontrado conversan y ríen decenas de mineros y familias, los niños almorzaron primero, porotos con olor a humo de roble, roble sacado de durmientes eliminados. Clotilde dirige la cocina. Después del almuerzo se realizará la asamblea para dar a conocer lo conversado con el patrón.
Hay sorpresa de ver a la niña que ayuda en la casa patronal, Francisco saca hacia a un lado a Juvencio y Alamiro.

—Que vaya el Tito – Dice Alamiro de inmediato, sin siquiera pensarlo, algo le dice que de a mujer sacarán alguna información.

Francisco le dice a la niña que se vaya tranquila y que luego irá alguien. La asustada niña, sale apuradísima. Tito, rezonga, pero le convencen.

—Misia, buenas tardes.
—Buenas tardes, Ernesto. ¿Almorzó?
—Sí, señora, en la olla común, ¿ya sabe que nos cerraron la pulpería?
—Bueno, si no trabajan, ¿cómo van a pagar lo que consuman?
—Siempre pagamos y hasta con intereses, ¿dígame, para que soy útil?
—Para varias cosas – dice eso y hay una sonrisa, agradable, prepotentemente insidiosa y enigmática– no sé si puede, pero en un enojo de enante eché a perder la llave del baño ¿sabe repararla?
—Sé reparar eso y no me molesta mucho hacerlo, además que mis compañeros saben que estoy acá
—¿Tuvo que pedir permiso? Usted ya es grande para ello, ¿No lo cree?
—Si no hubiese una huelga, no le pediría permiso a nadie y a lo mejor ni siquiera habría venido, pero, mis compañeros, me autorizaron, en esto soy muy obediente, de eso depende que ganemos, ¿no cree usted? ¿cree que vamos a ganar?
—Supe que a varios de sus compañeros, le dieron una buena tunda.
—¡Por traidores!
—Me gusta como es usted Tito. Mi marido se fue a juntar con el intendente y creo que va a mandar militares. Yo no quiero eso, pero, si ustedes regresan a trabajar no pasará nada, si siguen en huelga, no lo sé. Creo que ustedes van a ganar algo, no creo que todo, conozco a mi marido, no es tan tonto, algún día se va a desquitar.
Pero, bueno, vea si me repara la llave, le pagaré por su trabajo, luego quiero preguntarle algo de la tierra. Me agrada conversar con ustedes, a pesar de todo, no son ignorantes, ni usted ni su hermano. Me gustaría conocer a ese Alamiro. ¡Tiene loco a Fernando! Jajajaja, me gusta ese hombre, tampoco es feo, si yo fuese joven, me enamoro de él, Todas las chinas que tengo en la casa están que se mueren por él.
—¿Dónde está la llave, señora Estela?
—Acompáñame, Tito

En la mesa, José Manuel habla al oído a Francisco Aravena, este busca a Luciano y al Inti y salen.
Juvencio habla con Alamiro, el presidente pide permiso una hora para descansar y se va.
Entran a una casa, en donde Julita conversa con Luis Emilio y Elías, saludan a Alamiro, todos se sientan alrededor de la mesa y comienza una pequeña reunión. Luis Emilo le solicita a Alamiro le cuente de la reunión con Fernando.

Curiche
mayo 31, 2007

Texto agregado el 31-05-2007, y leído por 263 visitantes. (10 votos)


Lectores Opinan
07-06-2007 La cosa se pone fea y la mujer del Fernando, es de desconfiar.Te sigo.***** tequendama
05-06-2007 Bueno son las 4 menos cuarto de la tarde por aqui y veo que por alli son las nueve y media por la ma~nana, y por fin recuperé la pagina! Espero el capitulo siguiente . Mis 5* y un buen dia para ti. salambo
03-06-2007 Me suena a traición...Ay, es que hay que cuidarse de una mujer celosa...Me tienes intrigá, no nos vayas a dejar sin final eh?. Como siempre Juan mil besos para ti de esta jaenera. currilla
03-06-2007 miqueridoJuan, leerte es como quitarme los zapatos y entrar a la tibieza de mi casa!...mis estrellas y Dos de cada lado!! gringuis_
02-06-2007 Que bueno que nos introduces al mundo interior de la mujer de Fernando, tal vez la única que se encuentre completamente al margen de lo que sucede. Aunque todos la olviden, la huelga también la afecta, y reacciona a su manera, buscando liberarse, porque ella también se siente prisionera en medio del desierto. La tensión se acumula en todos lados, en la oficina, en Iquique, en la casa patronal, y los dirigentes de la huelga tiene que tratar de controlar todos los elementos susceptibles de romper ese equilibrio tan inestable, para impedir un estallido que podría resultarles fatal. loretopaz
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