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Sofía regresaba a su casa, por la tarde, la calle estaba desierta y escuchaba sus pasos rítmicos contra las baldosas de la vereda. Unos labios húmedos te recorren la garganta, se prenden de los botones de tu pecho, transitan tu abdomen dejando un rastro de pelos sesgados, te besan en las ingles, alternadamente lo hacen. El susurro del viento entre las hojas de los árboles le recordaba otros sitios, cuando era joven. Luego dejan espacio a los dientes que muerden la piel del pubis, muerden entre la maraña del vello, muerden los bordes del miembro, lo circundan dejando por momentos el espacio a la lengua que saborea de antemano promesas más agitadas. Aún lo soy, pensó, o creyó pensarlo, sin saber a qué atribuir el origen de esa inquietud. Pasean los labios por el dorso y se apoderan del extremo más sensible. La cartera de cuero colgaba de un hombro y se aferró con energía a la correa, como el soldado sostiene el fusil. Ya dentro de la concavidad de su boca, no respiras esperando adivinar la llegada del placer o del dolor. Claro que no voy a la guerra, volvió a cavilar, y se estremeció al descubrir el jardín y luego el camino de entrada de su casa. Bajan los labios una vez más, viajan por el interior de tus muslos, una y otra vez, hasta que su lengua se apodera, erecta y segura, de tu centro ¿Mi casa?, recapacitó con sobresalto, y la inundó súbitamente una sensación de extrañeza. Se demora y juega, endureciendo los músculos de la cara, mientras sus manos se unen, allá arriba, nido íntegramente robusto. Algo anda mal, si no quiero reconocer lo que conozco y sé mío. De pronto, Sofía decide regresar, hacia la adhesión simétrica, con húmedas escalas. Los pájaros vespertinos, con rítmicos y soñadores trinos, como la luz de la tarde que se filtraba entre las hojas de los árboles, enturbió y finalmente cubrió el flujo de pensamientos que alguna rendija espontánea había dejado escapar. Paseas las manos por su boca, luego por su cuello, por sus senos, su vientre, y ya los labios de Sofía se apoderan de los tuyos cuando se enfunda buscando el perfecto contacto. Escapar...escapar ¿hacia dónde?, y entonces mordió con fuerza algo invisible entre los dientes, la mirada perdió brillo, y se endureció desde los músculos de la nuca. Ella se estremece con movimientos circulares de su pelvis en cadencia perfecta. Se aferró aún más a la correa, que desprendió del hombro al pisar el porche de lajas de la casa. La piel tiembla sobre la piel, las bocas y las lenguas asisten al juego de los dos sentidos y las manos se agitan como anguilas en busca de esto, eso o aquello, que empieza a brotar desde distintos puntos, como estrellas en la noche que se abre. Metió la otra mano en el bolso, extrajo un manojo de llaves, seleccionó una con automático gesto, la hundió en la cerradura, y al sentir el crujido de los metales, se detuvo. Esto, eso y aquello, atraídos entre sí, van tomando una forma singular que irradia luz, color, y sonido, hasta que el todo comienza a latir con pulso agitado. Empujaré la puerta, entraré, y volveré a ser yo misma, se dijo con una voz que apenas logró reconocer como propia. La marea ascendente marca el sístole diástole de los cuerpos que se unen y se desprenden y se derraman entre si y para sí.... Mi propia vida aquí, dentro, y caminaba por el pasillo, apoyaba en una mesa la cartera y las llaves, se quitaba el abrigo, y entraba en su cuarto. Interludio. Se detuvo, volvió sobre sus pasos, pasos que ahora no podía reconocer como propios, y tomó el abrigo, alzó la cartera y las llaves y, antes de llegar a la puerta, ésta se abrió con el gemido prolongado de siempre. Él pasea morosamente una mano, recorriendo como legítimo dueño la forma de Sofía... Una sombra alargada se enmarcó en la contrastante luz exterior. Busca despertarla, volverla en sí, busca el regreso. La voz masculina de siempre la saludó. Comienza a besarla, desde la cintura comienza a besarla. No pudo responder. Y la mano cubre el nacimiento de los muslos. Uno responde a las voces que conoce, pensó, mientras él se acercaba. La boca se arrima a la mano, y hunde la lengua en la profundidad de Sofía. Lo recibió inmóvil. Sofía respira entrecortadamente y lo toma de los cabellos revueltos. Dura como piedra, recibió una mano sobre su hombro y unos labios que buscaron los suyos. Él parte en dos a Sofía con la boca entreabierta; la lengua embate como arma que se sabe precursora. Respiró hondamente y comenzó a caminar hacia la puerta. Hay quejas y gritos entrecortados de ambas partes. Alguna persona que conozco, o que en realidad no conozco me está empujando hacia fuera de mi casa, pensó. Él se vuelve, con los dedos en la boca de Sofía, y asciende con la boca, como gusano pegado a un tronco. Y entonces sintió el contacto de la mano y de los labios. Se encuentran nuevamente simétricos y ondulantes. Se detuvo y se volvió. Se demoran, nada los asusta, nada los apura, nada los detiene. Lo observó mientras él caminaba por el living. Alcanzan el momento...Me voy, me quedo, me voy, me quedo...Con las bocas, con la piel, con el centro de la pelvis, con el sexo íntegro.

-Hola...- la voz se desprendió de ella como un alumbramiento. Las hojas de los árboles caducos, caen poco a poco hasta desnudar las ramas cuando culmina el otoño. Algo parecido le ocurrió a ella en ese momento, pero a la inversa, y rápidamente. Se cubrió de hojas que treparon desde el piso por sus piernas, por su torso, por sus brazos y su cuello, hasta cubrir el cuerpo entero, mientras viraban del marrón oscuro al verde brillante. Sí, es cierto, era otra y ahora soy otra, pensó al mismo tiempo que un deseo incierto circulaba por sus venas. Cuando te encuentre lo sabré, se dijo, y lo tomó de un brazo, y cuando él se volvió, le devolvió el beso.

Los ruidos y sonidos de la noche se filtraban por la ventana entreabierta del dormitorio. Las cortinas leves, se estremecían con la brisa, y los grillos custodiaban el jardín. Poseen el don de la oportunidad, y callan ante un paseante nocturno, alertando con el silencio al que duerme y que de pronto despierta y no sabe por qué lo hace...

Ay, Sofía, que despertó de pronto con el silencio. Respiraba agitadamente, acostada boca arriba, pues al volver en sí la invadió la confusa sensación de extrañeza que impulsaba esa inexplicable pero imperiosa necesidad se incorporarse, vestirse, tomar la cartera y las llaves y salir corriendo hacia ninguna parte...

Texto agregado el 02-06-2007, y leído por 226 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
05-06-2007 ¡Ay, Alberto, al menos cinco lectores se han llevado este paseo, con su completa descripción de sabores, pasiones y besos, envueltos todos en hojas de otoño! Sin decir ni muuuu... ¡Peor para ellas y todos ellos! ¿No crees? maravillas
04-06-2007 una historia muy apasionada y a la ves triste bella combinacion****** neison
 
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