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Cogió sus lentes y los limpió con un líquido y un papel especial para lunas especiales. Se los puso. Caminó tres vueltas por su sala. Vivía solo, sin perro ni gato, tan solo las cucarachas le acompañaban, si es que eso era posible pues, don Lucas, era un maníaco de la limpieza. Tenía en su mesa de noche, en su salita, en su cocina un frasco de insecticida que diariamente lo rociaba a través de toda la casa, compuesta por tres ambientes: la salita, el cuarto y baño, y la cocina. De pronto, el timbre de su casita, que era un departamento en el octavo piso de un edificio ubicado en la parte mas linda de toda la ciudad, sonó. Miró la hora, ya era tarde, pasados las ocho de la noche y no esperaba visita, ni amigos, pues, no los tenía, tan solo vecinos que una y otra vez le saludaban o tocaban el timbre de su piso para pedirle ya sea azúcar, alcohol, sal, y ese tipo de cosillas. El timbre volvió a sonar. Sintió un impulso por acercarse, y siempre que sentía ese tipo de cosas, sabía que era algo agradable. Don Lucas sonrió. Se acercó a la puerta y miró a través del ojo de buey, y nada, no había nadie. Alzó los hombros pensando que era un niño que no tenía nada que hacer y se encaminó hacia su cuartillo. No habría dado más de dos pasos cuando el teléfono sonó. Dudó en levantarlo. Volvió a mirar su reloj y ya era mas de las ocho y media, y nadie le llamaba a esa hora, es mas, muy poca gente conocía su teléfono. Su jefe era uno, su mucama que venía dos veces por semana era otras... ¿Quién mas?, se puso a pensar. Y de nuevo, el mismo agradable impulso. Fue hacia el fono y lo levantó. Aló, dijo don Lucas. Nada. Nada de nada. Respiró profundo y se dijo que si volvía a escuchar otro tipo de interrupción, no le haría el menor caso. Siguió su marcha hacia su cuarto y llegó. Cerró la puerta, encendió las luces, miró sus tomos de libros y a la ciega, cogió uno de ellos: ¡Ah!, se dijo. Es Eugenio Sue, "El judío errante", Editorial Edaf, Edición del año 1956. Hermoso, muy hermoso.

Don Lucas se sentó en su sillón Berger, herencia de sus abuelos y forrado por él mismo con otro tipo de tela importada, de color rojo y negro, así como un Petit Rouge, y abrió su primera página. Hermoso, volvió a pensar. Leyó el prologo cuando escuchó pasos en medio de su salita. Aguzó los oídos y escuchó susurros. No, no puede ser, pensó lleno de pavor. Se puso el libro en su pecho y se inclinó como un arco dispuesto a tirar una fecha, es decir, un libro. Los sonidos continuaron. Don Lucas miró un barrote que tenía bajo su cama y con gran lentitud, lo cogió, sin hacer el menor ruido. Los sonidos siguieron, pero tan solo eran pasos, sólo pasos, y muy suaves, como si arrastraran una larga capa... Don Lucas miró su cama y se sintió como una tortuga. La volvió a mirar y se dijo que él no era cobarde ni tonto, pero, el teléfono estaba en la misma salita.

Con el garrote en la mano, se levantó de su sillón, y sin apagar la luz de su cuarto, se encaminó hacia la puerta. Un helado sudor recorría su frente, se lo limpió con su mano. Tocó la manija de la puerta y abrió la puerta muy suavemente, con el corazón que parecía latir en toda su casa... De pronto, nada, no había nadie ni nada. Revisó por todos lados. Encendió las luces de toda la casa y nada. Salió de su departamentito y miró por todo el pasillo, nada, ni una sola persona se asomaba. De pronto, vio una luz encendida en uno de los pisos. Pensó que quizá fueran ellos quienes se habían atrevido a esto. Dudó en hacer algo al respecto, pero al fin, se decidió en tocar la puerta.

Salió una señora bastante joven y casi desnuda y con un cigarro en la boca. ¿Sí?, ¿Qué desea don Lucas?, dijo la hermosa, pero descuidada mujer. Don Lucas la miraba y de sus labios no salieron palabras pues sintió que no podía ser ella ni nadie de su familia que estaba compuesto por su esposo que era un empleado con servicio nocturno y dos criaturas de nueve y diez años. Y todas mujeres.

Perdón, señora, pero, he estado escuchando sonidos en mi casa. El timbre, el teléfono, pasos en mi casa. Lo extraño de todo es que no he encontrado a nadie, ni siquiera una cucaracha. La señora miró al extraño y mudo vecino y le pareció guapo después de todo. Don Lucas era alto, rubio, de ojos azules, delgado pero bien formado tenía la fama de ser un intelectual luego de haberse jubilado con tan solo cuarenta y cinco años, trabajando el la Biblioteca Nacional como Bibliotecario. ¿Por qué no pasa don Lucas?, dijo la guapa mujer, dejando soltar una parte de su listón, al mismo tiempo que le sonreía...

Gracias señora, pero, tengo que leer, ya es mi hora de lectura y no puedo dejar pasar mas tiempo. La guapa mujer le volvió a sonreír pero de manera diferente, luego, le cerró la puerta casi en sus narices. Ya estaba por irse cuando sintió ese impulso y vio que sus ojos se clavaban en la puerta de la guapa mujer. Pegó su oído y se puso a escuchar: Es el viejo de la casa de al lado... Y dice que está escuchando cosas raras, es seguro que hay fantasmas, ya nos han dicho que han visto a una mujer vestida de blanco en una casa de la parte del último piso, y ya la han visto varias personas, y también ese sonido de ese carpintero que trabaja toda la noche pero nadie está construyendo nada. Fantasmas, eso es lo que hay en todo el edificio...

Don Lucas se alejó de aquella puerta y entró a su departamentito. Miró hacia todos lados y se dijo que quizá leía demasiado. Sí, leo demasiado. Entró en su cuartito y se volvió a sentar en su Berger rojo y negro. Miró el libro de E. Sue y en vez de abrirlo, sintió dejarlo en su biblioteca. Se levantó y lo dejó en su lugar. Se dio un baño y encendió la TV... Leo demasiado, pensó, y siguió pensando en lo mismo hasta quedarse dormido con el la TV encendida. Y mientras dormía, varios personajes de los libros salían de sus jaulas de papel y en vez de viajar a través de los sueños de don Lucas, fueron a visitar a la casa de enfrente.

La muchedumbre de los personajes de los libros entró en la casa, o departamento de la mujer y vieron dormitando a dos niños de nueve y ocho años. Todos sonrieron y sin dudar un segundo más, penetraron en los sueños de ambas niñas...

Al día siguiente, don Lucas trató de levantarse pero no pudo, sus piernas no se movían. Se arrastró hasta llegar al teléfono y llamó a la ambulancia. En segundos llegaron y se lo llevaron. Había tenido un preinfarto. Mientras dos Lucas salía de su casa. Este dejó las llaves a la guapa señora. No supo por qué lo hizo, pero sintió ese hermoso impulso por hacerlo y se fue mas tranquilo al hospital.

Cuando se fue la guapa señora al trabajo. Dejó a sus niñas en casa. Aquel día no tenían clases. Las dos niñas sintieron un lindo impulso y se fijaron en la llave del viejo intelectual. Lo tomaron y sin que nadie se diera cuenta de nada, entraron. Ya en su cuartillo, se fijaron en los miles de libros apelmazados por todas las paredes. Una de ellas cogió uno de estos y se sentó en el Berger. Leyó: El judío errante... La otra miró a su hermana y le dijo: ¡Oye, no leas demasiado! ¡Vayas a quedarte como ese viejo loco...! Mientras tanto, los libros saltaban de emoción, esperando ser escogidos por estas almas. Y todos los personajes de estas obras, vibraban de alegría al sentir un nuevo universo, un nuevo espacio en donde poder existir, navegar, vivir otra eternidad...



San Isidro, Junio de 2007

Texto agregado el 04-06-2007, y leído por 220 visitantes. (0 votos)


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