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Eran las seis de la mañana. Alguien anunció el arribo a la estación “El Umbral” del tren en el que me encontraba. La última de un largo viaje. Tuve la clara sensación de haber estado toda una vida subida a ese ferrocarril.
El viaje había llegado a su fin, y la misma voz nos invitó a los pasajeros a tomar nuestro equipaje y a bajar del tren.
Comencé a levantar mis cosas y noté, quizás por primera vez, el sobrepeso de mis pertenencias. ¿Cómo fue que llegué hasta acá con todo ésto?. La desgastada valija, la mochila a punto de romperse y el pequeño bolso de mano, se habían convertido para ese momento en una parte inseparable de mí misma. Durante mucho tiempo me acompañaron, y terminé acostumbrándome a su presencia y a su peso; tanto que llegué a creer que no era posible vivir sin todo lo que llevaba ahí dentro.
Cuando llegué a la puerta del vagón no pude decidirme a bajar. Era extraño, porque cientos de veces deseé detener ese ferrocarril y escaparme, huir, irme lejos; hubiera arriesgado mi vida de ser necesario. Pero como de costumbre me quedé inmóvil, quieta.
- ¡ No dudes más, no hay tiempo ! - me dijo una nena desde el andén a la vez que me extendía su mano para ayudarme a bajar.
Por un instante quedé abstraída en mis pensamientos. Recorrí con la vista cada asiento, el pasillo, las ventanas, cada rincón escondido del vagón. Intenté hallar una razón para quedarme donde estaba. Sin embargo, y a pesar de mis esfuerzos, nada encontré allí que tuviera la fuerza para retenerme.
Bajé.
Desde el andén me despedí del tren que anunciaba su partida. Su respuesta a mi “adiós” fue un penetrante silbido. Ambos supimos en ese momento que ya no nos volveríamos a ver.
Y ahí me encontraba yo, en medio de esa estación a la que sólo unos pocos se atreven a ir. Trataba de caminar hacia algún lado, pero el peso en mi espalda y en mis manos se me venía encima a cada paso. Mientras avanzaba lentamente el pensamiento de deshacerme de todas las cosas que ya no me servían irrumpió en mi, pero no tuve en ese momento el valor de hacerlo.
Dejé de caminar.
De pronto vi venir a la misma nena que antes me había ofrecido consejo y ayuda. Fue ella quien rompió el silencio casi sagrado que se imponía en ese lugar.
- ¿Qué tenés en las valijas? - me preguntó sin rodeos.
- La verdad es que ya ni me acuerdo, hace un montón que no las abro.
- Bueno, si querés salir de esta estación tenes que cruzar aquella puerta y no vas a poder pasar con tantas cosas.
Se refería a una puerta muy pequeña de la que colgaba un cartel con el nombre de la estación.
- Dejame ver que traés. Dale, dale, así tiramos lo que no sirve - me pidió insistentemente.
No le pude decir que no.
Llena de diskettes estaba la valija. Todo lo que había aprendido y vivido desde que era apenas un bebé estaba grabado ahí. No faltaba nada.
Para cada miedo, para cada actitud, para cada recuerdo, manera de pensar, punto de vista, creencia, había un archivo correspondiente. Todo clasificado, dividido, bien guardado, cuestión de siempre poder ser utilizado. Todo indispensable.
Los que me había grabado mi mamá eran buenísimos: caras de enojo, distintos tipos de gritos, opciones de reproches, posturas del cuerpo, reacciones... Mucha variedad, para todo tipo de ocasión.
Los de mi papá... geniales: de miedos, miles. Pensamientos negativos, un millón. Archivos de excusas, tipos de culpa y sentimientos de inferioridad, un montón.
Seguí buscando y encontré un par de archivos con buenos momentos con mis padres. No eran muchos, pero también hay y eso es importante.
Cada diskette pertenecía a una sección, y había muchas.
Estaba la de la primaria, la de la secundaria, y la de la facultad. Estaba la sección amistades, la sección novios y la de los no tan novios también; había diskettes con canciones y otros con libros leídos, y por ahí encontré uno medio escondido que tenía algunos complejos, de esos que te acompañan hasta último momento.
Todo registrado, todo bien incorporado, bien alojado en la CPU de la mente.
- ¿ Para qué guardas todo eso? - me preguntó la nena.
- Te enseñan a hacer eso. Y al final uno se acostumbra a usar los mismos archivos durante toda la vida.
- ¿Por qué?.
- Porque es lo más fácil, sólo por eso. Pero después te dicen que eso sos vos: SOS ASÍ, te dice todo el mundo. En realidad no son más que un montón de programas que funcionan solos, y que uno ni sabe que los tiene.
- ¿Y en la mochila qué tenés?.
La abrimos.
Había un álbum de fotos y un par de diarios íntimos de mi adolescencia.
- Mi historia, en la mochila cargo toda mi historia.
Había más cosas: mi primer chupete, el primer diente que se me cayó, y hasta el broche del cordón umbilical. Había dibujos de mi infancia, el cuaderno de primer grado. Había cartas con sentido para destinatarios sin sentido, poemas y cuentos sin terminar. Algunas risas, pocos abrazos y lágrimas... muchas lágrimas.
- ¿ Y en ese bolsito qué tenés?.
- Tengo una llave, unos anteojos y un cuaderno con su lápiz.
- ¿ Para qué?.
- La llave me sirve para abrir y cerrar puertas. Los anteojos para ver claro, y el cuaderno y el lápiz hacen que mi corazón esté contento.
Estuvimos un rato guardando cada cosa en su lugar, calladas, nos mirábamos de vez en cuando.
- Nos tenemos que ir, no hay más nada que hacer en esta estación - me dijo ella.
- ¿ Y a dónde vamos?.
- Del otro lado. Hay que cruzar la puerta, pero ya te dije, no podés pasar con todas estas cosas.
- ¿Qué hago, con qué me quedo?.
- El bolsito llévalo, pero los anteojos no los vas a necesitar. Y para cruzar tenés que agacharte y hacerte bien chiquita como yo. Sólo así se pasa.
Hice lo que la nena me dijo y dejé atrás la valija, la mochila y los anteojos. Nos acercamos hasta el cartel que decía “El Umbral” y con la llave abrimos la puerta.
Un paisaje suave, un campo verde y florido se abría adelante. Frente a mis ojos un arroyo de aguas transparentes.
- ¿Qué ves? - me preguntó la nena.
- Las piedras que descansan en el fondo del arroyo.
- Entonces ahora puedo dejarte sola - me dijo y se fue.
Me senté junto al arroyo y me puse a escribir este cuento.
Mi corazón estaba feliz.


- FIN -

Texto agregado el 24-07-2002, y leído por 470 visitantes. (0 votos)


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