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Otro día de lluvia

Es increíble ver como les gusta la lluvia a los paraguas. Ni bien sienten chisporrotiar a las gotitas en la calle se sacuden en los armarios y paragüeros de toda la ciudad. Ansiosos de que llegue la mañana para ir a trabajar esperan en silencio cabeza abajo, echando inquietos vistazos a su alrededor. Los más intrépidos suelen asomarse para comprobar la lluvia. Felicidad al encontrar salpicaduras en los vidrios. Con tanta ansiedad encima no pueden ni siquiera hablar de todo lo que cuentan mientras hay sol. Sólo esperan a que sus dueños se levanten y mientras tanto todos se peinan y arreglan el moño para no perderse otro día de lluvia.

Suena el despertador y todavía llueve, los paraguas ya se imaginan recibiendo las gotitas, salpicando y tocándose con otros paraguas al pasar. Los minutos entre que suena el despertador y la libre lluvia estalla en sus caras son eternos, y más que nunca los paraguas no comprenden porqué los dueños tardan tanto en sacarlos a pasear. A quién le importaría su peinado si no se peinara, quien miraría su ropa si él no se la mirara. Por fin parece estar todo listo para salir a jugar cuando el señor agarra sus llaves y abre la puerta. En ese momento todos los paraguas, los altos, los bajitos, los de color se estiran cuanto pueden para ser elegidos. Y algunos lo son y agradecen al cielo haber nacido y ser paraguas, mientras que los demás tristemente se esconden en los paragüeros. Pero los elegidos no se olvidan de los demás y prometen contarles todo lo que hagan a la vuelta, e incluso algunas veces les llevan gotas de lluvia como regalo. Las interminables charlas que mantendrán a la vuelta dejarán charcos en el fondo del paragüero

El resto del día consta en contener las ansias por parte de los olvidados y distraerse contando las puntitas de metal o puliendo sus delicadas pieles. Completamente distinto es el día de los afortunados quienes ni bien se despliegan entran en un estado de felicidad tal que se olvidan por completo de todas las maravillas y acrobacias que planearon hacer y se dejan llevar por sus dueños. Se saludan los paraguas al cruzarse en las veredas chocando minimamente sus brazos, si no están ocupados viendo el cielo. Juegan felices a abrazar la mayor cantidad de gotas posibles mientras intentan no ser interrumpidas por violentos balcones. Los más viejitos disfrutan, rotosos ya, con brazos menos, de como los más pequeños aprenden a amar la lluvia. Lo único que los pone triste los días como hoy es que sus dueños no jueguen con ellos en la lluvia.

Texto agregado el 14-03-2003, y leído por 399 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
26-04-2003 Qué imaginación la tuya, muy bueno. La_Pachamama
26-04-2003 en un breve comentario te podria decir que tienes una gran cretividad dentro de tu cabeza y exelente es como la explotas. tonio tonio
17-04-2003 Encantador lo que escribes, me gusta tu estilo, eres formidable. besos Aire
24-03-2003 Tienes una gran imaginación sigue cultivandola, leer es el pan nuestro no lo dejes de hacer, es bueno tu cuento. gatelgto
14-03-2003 Hermosa comparacion poetica. Un placer haberla leido. Gabrielly
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