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uno tiene tantas ideas acerca de dios, puede que jamás sepamos que lo tenemos demasiado cerca como para verlo. escucho a personas, se lamentan por la suerte que cargan. recuerdan las injusticias de la vida: una niña de dos años con leucemia, un hombre generoso violado por gente enferma, hombres llenos de poder con el alma muerta, prostitutas haciendo el amor por dinero y diversión... en fin, hay tanto que echar la culpa a dios que no es bueno seguir anotando. mi padre de mas de cien años me dice hasta cuando voy a vivir. un amigo dice lo feliz que es mientras habla y habla acerca de su suerte, y no sabe que esa suerte pende de un hilo muy fino llamado, lo inesperado. en fin, en esos meandros existenciales me hallaba cuando tuve ganas de salir a la calle. me vestí, saludé a mis amigos y me dispuse a mojarme de la cotidianidad de lo real.

allí estaba el viejo que vende periódicos, el perro de mi vecino, la calle sucia y sin plantas, el auto sin llantas tirado en una esquina de la calle. de pronto, miré mi periódico y vi que era domingo. había poca gente en la calle. pocos autos. hasta los insectos parecían descansar, o estar aburridos de arrastrarse por los basurales... caminé hasta llegar a la bodega de mi barrio. saludé al tendero. ¿qué tienes para tomar?, pregunté. me puso dos botellas de cerveza y un vaso encima de la mesa. abrió la botella y me serví con placer. no había gente ni en la bodega. tan solo escuchaba la radio del tendero que era un viejo italiano de mas de setenta años. me gusta tomar solo, le dije. el viejo sonrió, y dijo: eres un buen alcohólico. sí, me gusta tomar solo. el viejo comenzó a conversarme pero no le escuchaba, miraba el techo y escuchaba la radio, me gusta sentirme solo mientras hago algo... terminé mis dos botellas, pagué al viejo y salí a la calle.

llegué a un parque muy grande. vi a perros, niños, padres y madres de familia. los bichos que merodeaban a lo chicos. todos estaba allí. les miré un rato, y luego, vi a una linda mujer que no dejaba de mirarme. me gusta que una mujer me mire. me iba acercar, pero parecía estar con una niña. mejor no, me dije. me detuve en seco y me alejé del parque.

caminé hasta llegar a la casa de unos amigos. recordé la última noche con ellos. decidí darme la vuelta. me pregunté: ¿adónde diablos voy?. parezco una abeja buscando flores en un desierto. tuve ganas de orinar, y me dije si eso era yo, el producto de mis necesidades, las acciones del devenir... en fin, la consecuencia del largo motivo del hombre en busca del amor y la eternidad. me miré las manos y vi que mis dedos eran demasiado grandes para mi mano. estoy borracho, pensé. me di media vuelta y caminé hasta llegar de vuelta al tendero. entré y ya estaban dos botellas y un vaso esperándome. gracias, le dije al viejo.

ya estaba oscuro. la gente, poca en verdad, entraba y salía de la tienda del viejo. le pregunté cómo estaba, sí su mujer ya estaba muerta. aún no, pero, está en el hospital... ¿la quiere?, pregunté, luego me arrepentí. ¡y claro, cómo no la voy a querer a una vieja que me ha dado dos hijos que joden tanto o mas que ella misma!. nos reímos y le invité una cerveza. chocamos nuestros vasos y seguimos para adelante. el viejo hablaba, pero yo tan solo escuchaba la radio, mirando las cucarachas paseándose por el techo de la tienda del viejo. de pronto vi una arañita que se puso casi en mi nariz. ¿quién eres?, le pregunté. el bicho subía y bajaba de su hilo. iba a cogerla pero ya estaba viendo doble. pero, la seguí mirando hasta verla subir hacia una esquina de la bodega... parecía mirarme, sola, pensando en dos borrachos en una bodega media abandonada... me voy, le dije al viejo. adiós, respondió. ya estaba por salir cuando noté que este apagaba la radio. me volteé y me fijé en la arañita. allí estaba, bajando como en un ascensor, buscando algo del vómito que había dejado en la tienda... sabe lo que quiere el bicho, pensé...

ya en mi casa, pensaba en matarme, y, me dije: ¿cómo podría hacerlo?. pastillas, navaja, el abismo, un auto apurado, una pulmonía, o, dormir con una bolsa de plástico como máscara. pero, para qué quería matarme si de todas maneras iba a llegar mi turno. saqué mi cabeza por la ventana de mi casa y me puse a mirar la noche. estaba fresca, así como mi cerveza. era domingo, de esos domingos llenos de vacío y pensamientos existenciales, mezclados con una pizca de depresión. estaba la noche linda, cuando pensé en dios, en su paciencia conmigo, al no cortarme el aliento de una vez, cuando volví a ver a la arañita, casi frente a mis ojos. estaba colgada de su hijo... la miraba y ella me miraba a mí... ¿eres dios?, le pregunté a la arañita. ella pareció mirarme y, como un trapecista, empezó a balancearse hasta llegar a mi vómito... le vi caminar de un lado a otro hasta subir de nuevo a una esquina de mi casa, y desde allí, en su rincón, sentí que me observaba. vomité nuevamente y todo me dio vuelta, todo. me arrastré hasta mi cama y me tiré mientras todo el techo daba vueltas y vueltas, hasta que vi que una inmensa araña se acercaba a mis ojos... ¿eres dios?, volví a preguntarle, pero luego, perdí el conocimiento...


san isidro, junio de 2007

Texto agregado el 11-06-2007, y leído por 139 visitantes. (0 votos)


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