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Alex se acostó en su cama y se quedó mirando el techo. Permanecía horas observando cualquier detalle, por minúsculo que fuera. Esta vez, se entretuvo con algunas imperfecciones, hasta imaginó una cara, con bigotes y todo. Enseguida, recordó la conversación que había tenido con Marcos unos minutos antes:
– ¿Estás como para ir a Punta del Este? Decí que si, mirá que va el Rana… nos vamos a cagar de risa.
– ¿Quien carajo es el Rana? –preguntó Alex.
– El Rana, ¿no te acordás? Amigo del Chato… ¡un fenómeno! –dijo.
Fenómeno. Esa palabra le rechinaba cada vez que Marcos la usaba para denominar alguna reciente amistad, ya que su aplicación sobre unos y otros indistintamente era más fugaz que el viento. « ¿Voy o no? En definitiva, ¿que tengo que hacer acá? Absolutamente nada, entonces… ¿porque me cuesta tanto decir que si?».
– Pelotudo, ¿vas a venir…?
– Depende.
– ¿Depende de qué?
– No sé… dejáme pensarlo.
– ¿Pero vos me estás tomando el pelo? –respondió Marcos. Solo restó escuchar como colgaban el teléfono del otro lado de la línea.

Ahora su mirada se posó en una mancha de humedad, que examinó minuciosamente durante varios minutos. «La gente me ve, habla conmigo, pero solo son voces lejanas que me niego contestar –pensó, mientras sus ojos inquietos seguían escrutando la silueta amorfa–. El aire entra y llena mis pulmones, siento mi pecho hincharse, ¿significa que estoy vivo? Los días solitarios se repiten, uno encima de otro, uno igual a otro… » Al cabo de un rato se decidió a acompañar a Marcos al balneario… ¿para qué quedarse? No había más figuras en el techo que llamaran su atención.
Hizo el bolso y llamó a su amigo, que lo pasó a buscar luego de una puteada soberana. En el auto se encontraba el Rana, un individuo de aspecto tosco, aunque muy bien vestido, que no paró de hablar desde que partieron. Alex estaba abrumado por su inexplicable estado de ánimo, y creyó que la única manera de salvar el momento era emborrachándose cuanto antes, por lo que destapó el whisky y se puso a beber del pico. La conversación se fue animando, como siempre se anima cuando hay alcohol de por medio. Pronto, los ojos de Alex se inyectaron en sangre y al arribar a la ciudad esteña su rostro era un volcán en llamas.

Un rato después estaban en el apartamento, destapando la segunda botella y planeando la salida para esa noche. El Rana propuso “Galaxy”, pero Marcos pidió la palabra y dijo:
– El mejor lugar para ir es “Imperial”. Van las mejores minas, tiene onda…es un infierno. Además, siempre está hasta las pelotas, no hay chance de que fallemos.
Alex se sobresaltó. «Eso quiere decir que va a estar tan lleno que ni siquiera se va a poder caminar, por lo que la única manera de soportarlo va a ser mamándome todavía más. O sea que en el estado en que voy a ir, imposible que una mina me dé bola. ¿Que pasa por la cabeza de éstos dos? ¿Pensaran lo mismo que yo, o de verdad creen lo que están diciendo?»
– ¡De más!, dijo el Rana –cuyos pensamientos parecían fluctuar junto a los de Marcos, – vamos a Imperial entonces.
«Va a ser una noche larga», concluyó Alex, mientras vaciaba el contenido de su vaso, haciéndolo resbalar vertiginosamente por su garganta. Una sonrisa comenzó a pintársele en la cara, que a Alex se le antojaba natural, pero vista desde afuera era la sonrisa inequívoca de un borracho. Pronto se vio abrazado al Rana y destornillándose de risa ante cualquiera de sus ocurrencias. – ¡Bueno muchachos, a romper la night! –propuso Marcos.

Entraron al boliche y se abrieron paso entre la multitud, luchando por ganarse un lugar dentro de ese salvaje territorio. Algunas palabras ininteligibles al voleo a cuanta mina se cruzara, que nunca funcionaban al principio, pero quedaba bien hacerlo.
– ¿Que hacés divina? –tiró Marcos, y siguió caminando rumbo a la barra.
– ¡Como está esto de minas! ¿Qué hacés gatúbela? –comentó el Rana.
– Si… ¡esto está bárbaro! – agregó Marcos, – pedimos unos tragos y vamos hacia esas féminas.

Alex, al que el efecto alegre se le estaba deviniendo en cansancio, bebió con furia y salió decidido a conseguir alguna chica. Luego de un rotundo fracaso renunció a su propósito y pasó a su plan de contingencia, que consistía en recostarse en un buen sillón. Lo encontró, se dejó caer pesadamente y cerró los ojos unos breves instantes tratando de unir algunas secuencias inconexas. Prefirió dormir.

Su sueño fue interrumpido por los tímidos golpecitos de una atractiva rubia en su brazo derecho. Abrió los ojos y la miró sorprendido.
– ¿Sory, no me decís la hora? –dijo la rubia.
Alex giró su cabeza para observar que el resto de la gente seguía allí. « ¿Por qué me pregunta la hora justo a mí que estaba dormido? Seguramente quiere algo más, aunque… ¿si quisiera algo, no sería mejor intentarlo con alguien que esté despierto?» Este tipo de cosas pasaron por su mente en esa fracción de segundo en que volvió a mirarla y contestó:
– Las cuatro de la mañana.
– Gracias mil, sos un divino.
La chica se vio en el compromiso de explicar su actitud.
– Te vi ahí tirado en el sillón, y me pareció re-cool. Eso no es normal, tirarse con el estilo que lo hiciste, sin importarte nada… ¡fue genial! Y los ronquidos, cuando los escuché creí que me moría.
Alex se pellizcó la pierna para comprobar que no se trataba de un sueño. De pronto, una mujer se veía atraída por su actitud y su personalidad, cuando lo único que había hecho era tirarse a dormir. Esta mina era un diamante en bruto, que sabía hurgar en la basura para encontrar una flor. Algunos podrían decir que era un poco estúpida y fácilmente impresionable, pero no era el caso de Alex. Llegados al clímax de la conversación, se dio cuenta que el nombre de la chica no había dejado el más mínimo registro en su memoria. Preguntarle de nuevo sería una descortesía inadmisible, por lo que decidió esperar a que transcurrieran los acontecimientos. Arriesgó y mandó su frase:
– ¿Vamos al auto?
– ¿Te pa?
– Me pa.
– Ay, bueno –contestó la mina.

De inmediato le pidió las llaves del auto a Marcos y salieron del boliche. Subieron al vehículo y partieron rumbo a Punta Ballena, empecinados en ganarle al amanecer. Finalmente, la madrugada los encontró abrazados en el asiento trasero del auto, mientras el sol calentaba el tapizado. La dejó en su casa, le pidió el teléfono, pero la chica nunca anotó su nombre. Y así fue que hizo el amor con una completa desconocida. Volvió al apartamento y se acostó.

Unas horas mas tarde, abrió los ojos y sintió que su cabeza estallaba. Volvió a cerrarlos, con la esperanza de levantarse en un par de horas y que todo hubiese pasado, pero fue imposible. Se dio vuelta sobre si mismo. «Así está mejor, creo que…. ¡ay!, me duele lo mismo. Voy a probar boca arriba… ¡uy!, mi cuello». Al incorporarse se dio cuenta que su estómago también estaba destrozado, por lo que se dirigió al baño. No recordaba casi nada de la noche anterior. Apenas mantenía un levísimo eco de voces e imágenes dudosamente ciertas de acontecimientos extraños. Caras, gritos, luces, toda una sucesión de fragmentos de vida difícilmente agrupables. Se paró frente al espejo: vio unos pelos pegados en su frente transpirada, los ojos rojos y algunas canas en el sector de la sien. De pronto, un vació indescriptible se apoderó de él y comenzó a desesperar. En un brusco movimiento, se reclinó sobre el inodoro y pudo ver su imagen reflejada. Se quedó así por unos segundos eternos… luego vomitó.

Esa misma noche volvieron a Montevideo. La tranquilidad reinante en el auto era únicamente interrumpida por los relatos nada destacables del Rana, que rompían el equilibrio mágico que solo el silencio es capaz de provocar. Alex volvió a entregarse al doloroso placer de la conciencia. Se vio desde arriba: vio a tres personas completamente distintas, frágilmente unidas, disfrazadas, casi anónimas. Cansado, bostezó.

Llegó a su casa, saludó maquinalmente a su familia y se tiró en el sillón.
– ¿Como pasaste? ¿Qué pinta de muerto tenés? Seguro que mucha joda… ¿te preparo algo para comer? ¿Porque no hablás? –fue el tipo de preguntas con que lo bombardeó su madre ni bien entró.
– Es que estoy muy cansado. Me voy a dormir, no te preocupes que ya comí –dijo Alex, y se dirigió a su dormitorio.
Pocas noches mejores que estas para descansar: agotado, la lluvia como música de fondo, un cuarto ordenado y acogedor. Se echó en su cama, cerró los ojos y respiró suave y profundo. Nada podía estar mejor.

Sus ojos volvieron a abrirse como impulsados por elásticos en medio del espeso manto de negrura que acompañaba sus sueños. «Que raro», pensó. Prendió la radio, esperando que alguno de los soporíferos programas del dial cumpliera su cometido de adormecerlo, pero no dio resultado. Comenzó a cambiar de posiciones aunque sabía, irremediablemente, que era el preludio de una larga y tortuosa noche. «Necesito relajarme». Empezó a contar ovejas, pero tenía problemas cuando llegaba a números complicados: «Mil quinientos setenta y ocho, mil quinientos setenta y nueve, eh…mil quinientos ochenta». No estaba dando frutos. Sustituyó las ovejas por números. Ninguna representación poética, solo números: 1578, 1579, 1580. Los imaginó grandes y blancos sobre fondo negro, aunque esto resultaba demasiado frío como para relajarlo. Miró el reloj: las 4:01. Procuró hacer mas lenta su respiración para crear una cadencia hipnótica que lograra adormecerlo, pero surgió de la nada una extraña picazón que iba alternando por distintos lugares de su cuerpo: la cara, el brazo, la rodilla, nuevamente la cara, ahora la barriga. Volvió a darse vuelta, y tanto movimiento le hizo acalorarse, por lo que sacó una pierna para afuera y luego la otra. Luego un brazo y luego el otro. Quedó inmóvil por un tiempo, e intentó serenarse. Un poco más tarde, le molestó sentir el frío del ambiente sobre sus brazos y piernas transpiradas, por lo que volvió a meterlas debajo de la sábana.

Acto seguido, el insignificante ruido de un mosquito lo incomodó; prendió la luz y comenzó a buscarlo infructuosamente por toda la habitación. «Ese maldito mosquito, lo siento pero no lo veo. Su vida es exactamente lo contrario que la mía… me veo pero no me siento». Bajó a la cocina y bebió un vaso de vino. Luego comió lechuga, con la débil esperanza de que aquel dato que había leído acerca de sus propiedades para inducir el sueño sirviera de algo. Caminó un poco intentando calmarse y regresó a su cama. « ¿Me estoy quedando dormido? Creo que ahora si… Pero si me estoy durmiendo, ¿como es que estoy razonando acerca de ello?» Le picó la pierna y volvió a rascarse, anulando todo el efecto en que creía estar cayendo.

Miró el reloj: las 6:20. Se desesperó y tapó su cara con la almohada, apretando sus ojos con fuerza inusitada. «Esto es terrible, terrible…un hombre que no puede dormir… ¡es lo peor del mundo! ¿Por qué a mí? Por dios, que tortura». Volvió a incorporase y permaneció en silencio unos minutos, mientras sus labios temblaban y su mirada vagaba perdida en la oscuridad. Finalmente, se dio por vencido; prendió la luz y se dirigió rumbo a la cocina a prepararse el desayuno.


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Texto agregado el 09-03-2004, y leído por 312 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
20-03-2004 me gustó, solo que las ideas deberian estar mas conectadas, pues o por lo menos asi me parece a mi gracias a dios es solo mi opinion Insomniac
 
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