Observa. Ni siquiera hay huellas en la arena. El agua, que da sus zarpados sin ritmo aparente, se ha llevado cada una de sus almas. Las huellas ya no tienen cuerpo ni esencia. Solo son un recuerdo algo aparente. Recuerdos. Y esa sensación de vacuidad. Todo efímero, desvanecido.
Y el cuchillo que pende aun de sus dedos. Todavía no se ha animado a introducirlo en las entrañas del mar, para borrar todo vestigio. Por lo menos aquellos que son evidentes a la sola vista. Los otros, quedan indelebles en la conciencia.
El cuerpo, de donde previene la sangre, ya es una parte constituyente de los dominios del Dios Poseidón.
Ahora limpia el cuchillo. A partir del primer segundo que saque el elemento cortante del agua, ya no quedaran más vestigios. Las entrañas en el fondo del mar se disgregaran. Y el cuerpo, que ya no flota, no volverá a aparecer.
El crimen perfecto. Sin testigos, ni huellas.
El niño guarda el cuchillo en la vaina que lleva en su espalda. Ha matado al gato de su hermano por haberse comido a su perico. No lo pudo encontrar dentro de su estomago, pero se ha cobrado venganza.
Cosa de chicos.

Leir Bagh