Me subí al colectivo, deje el cospel abandonado en la gigantezca mano.
Observé los rostros mudos, casi ciegos, la gente cuando viaja en colectivo parece entrar en una especie de trance misterioso.
Enseguida noté que el chofer, una especie de gigante azul, lidiaba furioso contra la palanca de cambios que aparentemente se negaba a funcionar correctamente, podía ver la mirada del gigante a través del espejo, sus ojitos azules, como de gato ciego, proyectaban todo el odio acumulado por tener que conducir ese catafalco con ruedas que se negaba a funcionar bien.
El retardo que se producía cada vez que el conductor intentaba alejarse de cada parada, ocasionaba bocinazos y quejas de los pasajeros, esto seguramente era como leña seca que se arrojaba a una caldera a punto de estallar en mil pedazos, el gigante jorobado arrojaba llamas azules por los ojos, y su boca se achicaba por la furia, su mano enorme maltrataba la indigna palanca.
En uno de sus intentos de salir de la parada, el motor dejó de funcionar, se produjo un segundo de silencio extraño, pero enseguida se escuchó una tribuna decepcionada que desaprobaba la deficiente tarea del gigante, monstruo inútil que no sabe conducir ni un colectivo, el debe ser seguramente el culpable de que el motor no ande, la tribuna hizo silencio cuando la máquina volvió a rugir.
Cuando llegó a la parada en que yo bajaba, se silenció nuevamente el vagón urbano, pero esta vez no volvió a rugir, y el monstruo azul balbuceó entre dientes que la maquina no podía continuar. El colectivo quedó allí nomas, encallado como una ballena muerta, no sé qué habrá sido del gigante azul, monstruo nórdico relegado a la tarea de guiar un montón de hierros y engranajes ineficientes, seguramente ese demonio odioso fue el culpable de que no funcionara bien el ballenato mecánico.
Me alejé tranquilo, camine unas cuadras, subí por el ascensor, encendí la computadora, y comencé a escribir un estúpido relato sobre un colectivo que no funcionaba correctamente, como debe ser, seguramente por culpa del…