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Alimentar Conejos Ajenos

Cargado de carpetas, planos, papeles sueltos y folletos de publicaciones técnicas, comencé a subir por la maloliente escalera. Comenzando el verano, las temperaturas estaban inusualmente altas, según decían los meteorólogos la “corriente del niño” estaba afectando el clima; cualquiera fuese la razón, la camisa se me pegaba al cuerpo y sudaba a chorros.
Por fin estaba en el cuarto piso frente a la puerta de mi departamento, sujeté parte de las carpetas con las rodillas y logré abrir, empujé la puerta con las posaderas luchando por sacar la llave y a saltitos pude ingresar sin perder mis papeles, no alcancé a disfrutar de mi triunfo momentáneo, una doble carcajada coronó mi esforzado ingreso. Me quedé mirando a mi esposa y una joven desconocida, que sin embargo me parecía vagamente familiar, riendo a carcajadas y con lágrimas de hilaridad en sus ojos.

¡Gladys, este señor saltarín es mi marido!, --- presentó mi esposa con fingida solemnidad—

Martín, mi amiga Gladys, vive en el edificio del frente, ---Prosiguió ---

Sólo atiné a balbucear un mucho gusto bastante poco convincente. Secándose una lágrima, Gladys me tendió la mano e hizo una cómica reverencia, por lo que hube de unirme al jolgorio general y reí de buena gana.

Así conocí a Gladys, al menos de manera oficial; ya antes la había visto asomada a la ventana de su dormitorio, cuando me acodaba a fumar en el pequeño balcón de nuestro living. Ambas habitaciones quedaban enfrentadas por lo que en estos encuentros visuales habíamos desarrollado una especie de lenguaje gestual que nos permitía una suerte de diálogo con señas; de esa forma me enteré que su esposo pertenecía a alguna rama militar, nos preguntábamos por nuestros respectivos hijos y muchas veces no sabíamos interpretar adecuadamente las ideas, o representarlas por gestos que el otro entendiera, dando origen a situaciones jocosas: sin haber conversado nunca, cada uno contestaba de acuerdo a su apreciación, lo cual muchas veces distaba de la realidad.

La sorpresa de verla en mi casa, como amiga de mi esposa y en otra situación divertida, enrieló la relación de manera simpática y fluida, sin olvidar que compartíamos cierta complicidad no exenta de curiosidad, por esclarecer nuestros coloquios gestuales.

Mientras me duchaba y ambas muchachas se afanaban en la cocina, recordé uno de estos “diálogos” en el que ella me preguntaba por mi esposa, indicando su dedo anular, yo respondí que dormía, mediante la seña típica de colocar la palma sobre la sien e inclinar la cabeza sobre el mismo costado. Luego copiando su gesto le pregunté a mi vez por su marido, Gladys contestó con una cómica marcha, dándome a entender que estaba de guardia, luego apuntó en mi dirección y efectuó la seña de ir a dormir; yo pregunté ¿los dos? Levantando el índice y el dedo medio, ella asintió con una sonrisa, apuntó hacia su pecho y señaló su dormitorio, luego hacia mi y acto seguido mi propio dormitorio, cerrando lentamente la cortina con una enigmática bajada de pestañas.

Enfundándome un jeans y una polera me preguntaba si no habría sido una velada proposición, mi ego quería creerlo: Gladys era una mujer de 22 años de estatura baja, pero hermosa y bien proporcionada, sus ojos verdes destacaban en un rostro redondeado, con hoyuelos en las mejillas y líneas alrededor de su boca que daban cuenta de su fácil sonrisa. El conjunto resultaba chispeante, y su personalidad se adivinaba juguetona y risueña, pero con algo como de tristeza que aleteaba en el fondo de su mirada a veces irónica, pero franca y directa.

Durante el almuerzo, manifesté una vaga atención a la conversación de las nuevas amigas, me enteré de que Pablo, el esposo de Gladys; era alto y desgarbado, tenía los dientes delanteros enormes por lo que se había ganado el apodo de “Conejo” desde su ingreso a la Fuerza Aérea donde trabajaba como programador de Computación, y hacía un año que habían regresado de una destinación de cuatro años en Puerto Montt. Tenían un niño de tres años quien estaba con su abuela paterna durante los meses de verano en un balneario de la quinta región, al que viajaban los fines de semana hasta que Pablo tomara su feriado. Su tiempo libre lo empleaba en hacer amistades y solía ver las cartas a sus amigas; lo de la cartomancia era un pasatiempo que había aprendido de una anciana en la sureña ciudad.

No pude evitar intervenir con incredulidad --- ¿Pero tú crees realmente en esas…cosas sobrenaturales?, consulté perplejo.

--- ¡Realmente te extrañarías de lo que pueden predecir las cartas!---, afirmó con una mirada que denotaba sinceridad, --- a veces odio haber adquirido el don…---reflexionó. Me pareció detectar un dejo de tristeza en su tono. La conversación derivó a otros tópicos y no insistí en mi falta de cortesía, a pesar de que pensaba que ese tipo de creencias eran propias de gente con menos educación.

Gladys se despidió invitándonos para el fin de semana a una cena en su casa. Eliana se movía de un lado a otro en sus actividades y levantando la voz afirmó ---Simpática la vecina, ¿no te parece? --- Asentí, agregando que una amiga le hacía falta, y concordé que su buen humor era muy estimulante.

---Me gustaría saber como será el futuro, ¿A ti no te llama la atención? Agregó---- Pasando sus brazos sobre mis hombros.

--- ¿Crees en esas patrañas?---- ¡Si pudiera predecir el futuro se sacaría la Lotería! ---- sentencié.

---Es que es como un juego--- dijo--- No creo que haya que tomarlo tan en serio. Además, tú lees el Horóscopo y hay situaciones que se pueden ajustar a tus actividades y otras que simplemente no encajan---- Argumentó Eliana, zanjando la cuestión.

---Tienes razón, concedí, no hay que exagerar el asunto. ---


Esa noche en casa tenía mucho que ordenar y redactar para montar una presentación para la Gerencia. Pasadas las once de la noche salí al balcón a fumar el último cigarrillo del día, allí estaba Gladys en su ventana, con una bata roja sin lazo y una tenue camisola debajo, sonrió y gesticuló nuestro consabido diálogo acerca de los hijos y respectivos cónyuges contribuyendo a relajarme.

Durante dos meses casi no volví a verla, el ritmo de trabajo que demandaba el proyecto que debía liderar consumía mis horas, y a pesar de que los contratiempos habían sido menores a los que me había imaginado inicialmente, había áreas en las que continuamente surgían pequeños inconvenientes, ora programas de computación que no funcionaban, ora la hidráulica, o tal vez los servo motores, etc. Finalmente al tercer mes estuvo todo listo para ser producido e implementado a plena satisfacción.

Había desarrollado una actividad intensa durante seis meses, después todo comenzó a ir menos acelerado, mi situación económica había mejorado y también mis horarios de trabajo se redujeron. La relación con Gladys y Pablo se fue consolidando, pero mi actividad no permitía profundizarla, puesto que no faltaban los imprevistos que reclamaban mi presencia en los momentos más inoportunos. Mi esposa se había hecho muy amiga con Gladys y pasaban mucho tiempo juntas.

En una de nuestras charlas de sobremesa, mientras Tamara dormía, le consulté por la afición de Gladys a la cartomancia.

--- ¿Ya le pediste a Gladys que te viera la suerte?--- Pregunté

--- No quiso, me explicó que no le gustaba “tirar” cartas a personas que quería, --- respondió Eliana con cara de no entender.
--- ¿Sabes?, ---- prosiguió Eliana con tono preocupado --- la he notado como triste, o menos alegre estos días.

--- Debe ser el invierno --- Concluí, levantándome para ayudarla con los trastos.

Un par de semanas después, cenábamos en su casa y Pablo comentó que unas amigas de ella la llamaban insistentemente para que les aconsejara a través de las cartas acerca de sus problemas conyugales, o sus aventuras extra matrimoniales y que no le gustaba la manera como Gladys quedaba después de estas sesiones.

El rostro de Gladys se ensombreció y la escuché repetir que a veces se arrepentía de tener el “don” pero debía asumir su castigo. Le consulté al respecto y relató que estando en la ciudad de Puerto Montt (Mil cien Km. Al sur de Santiago) fue con una amiga a la pequeña localidad de Los Muermos, a comprar mermeladas de “Murta” y Rosa Mosqueta, ---frutos de arbustos de la zona muy apreciados, --- y mientras esperaban el bus (pasa cada dos horas explicó) la amiga de Gladys se retiró hacia una oficina de correo para comprar unas postales, y en eso vio venir a una anciana que caminaba penosamente afirmándose en la pared, cuando estuvo cerca le ofreció su ayuda e hizo ademán de darle algunas monedas.

La anciana se negó a recibir dinero, sólo le pidió que le ayudara a llegar a su casa, Gladys conmovida, tomó del brazo a la desconocida y la acompañó durante el trayecto de dos o tres cuadras hasta una vivienda precaria con puertas desvencijadas y jirones de cortina en las pequeñas ventanas, ubicada al final de una calle de tierra pegada a la línea del tren; una vez allí, la anciana se sentó y retuvo las manos de Gladys entre las suyas.

---- Hija: eres una buena persona, gracias, le expresó --- Por eso te voy a entregar un don que yo recibí de mi madre.--- Continuó la anciana con dificultad.

---- No tiene que molestarse, aventuró Gladys, ¿Le traigo un vasito de agua?

---- Me queda poco tiempo, hija, prosiguió la abuela, cierra los ojos por favor. —

Gladys se sintió con una gran paz interior y confiando en la anciana cerró los ojos.

Sintió que la anciana canturreaba una letanía incomprensible, posó ambas manos sobre su cabeza durante unos minutos, sin parar de murmurar. Echo aquello la besó en ambas mejillas, le entregó un paquetito de hierbas y la animó a irse:
--- Anda niña, el bus ya va a pasar, si te duele la cabeza toma agüita de esta “yerba”. Adiós.---

Un tanto confundida, Gladys se reunió con su amiga y regresaron a Puerto Montt.

Durante los tres meses posteriores a este encuentro, Gladys sufrió periódicamente dolores de cabeza y extraños sueños que la agitaban durante las noches, sin recordar lo soñado al día siguiente. Sólo se aliviaba con las infusiones de hierba que le entregó la anciana.

Tras una noche particularmente desastrosa, comprobó que ya no le quedaba hierba; decidida a encarar a la anciana y consultarla acerca de los dolores de cabeza, decidió viajar a Los Muermos. Por lo demás necesitaba renovar la provisión de hierbas para mitigar el malestar.

Inmediatamente llegada a la localidad, compró las consabidas mermeladas y se dirigió rauda a la casa de la anciana, no deseaba perder el bus de regreso y esperar dos horas inútilmente. Al llegar donde debía encontrarse la vivienda, sólo había un peladero, una extensión de terreno cubierto de vegetación y arbustos, confundida se preguntó si podía haberse equivocado tanto, pero recordaba claramente un Emporio al comienzo de la calle. Se encaminó al negocio para requerir información.

La sorpresa la apabulló al escuchar la respuesta de la sonriente señora que la informaba:

--- Doña Ester murió hace más de quince años señorita --- La casa se vino abajo en el terremoto del ’85 y no tenía familia, fue la categórica respuesta.---

Gladys concluyó su relato indicando que a partir de esa fecha se terminaron los dolores de cabeza y los sueños. No supo de donde apareció un mazo de cartas españolas en su casa y jugueteando con ellas, de alguna manera adquirió la capacidad de conocer el pasado, presente y futuro a través de ellas, también supo que había limitaciones que no podía forzar: secretos de ocultismo. Su sombría expresión de preocupación y si se quiere de miedo nos traspasó a todos y no tuvimos duda de que decía la verdad.

Una tarde lluviosa de mediados de Julio llegué sorpresivamente a la hora de almuerzo y Gladys estaba leyendo un cuento a su hijo de tres años con mi hija en brazos, en el sofá del living. Eliana se esforzaba con el planchado y ambas coreaban las canciones del cuento. Mientras me quitaba el abrigo mojado y cambiaba mis zapatos Gladys dejó los niños en el corralito y fue a servirme la comida.

--- ¿Te fugaste o te despidieron? --- bromeó --- mientras extendía un individual y los cubiertos.

---- Los jefes tenemos hasta 30 minutos para el almuerzo --- repuse siguiendo la broma.

---- ¿Cómo has estado, y que es de tu “conejo”? ---- pregunté recordando el apodo de Pablo.

---- Estoy muy bien.--- afirmó --- pero mi conejito está hambriento, agregó en un susurro señalando con disimulo a su entrepierna.

---- Me refería a tu otro “conejo” --- aclaré en el mismo tono.

---- Ese….no ha estado con éste en más de un mes…. ¿puedes creerlo?

Estaba a punto de contestar cuando apareció Eliana con una bandeja, se sentó a mi lado y sirvió mi almuerzo, reservando para sí un plato con frutas y puso otro para Gladys.

Una vez acomodado en mi sillón preferido y saboreando un café, mi esposa informó que debía llevar la niña a control pediátrico y después debía ir a saludar a su madre, quien no se había sentido bien.

--- Te dejo en la consulta si te apuras--- le ofrecí. Todavía dándole vueltas a la conversación con Gladys.

--- Estupendo ---dijo--- y más tarde nos encontramos donde mi mamá ¿OK?

--- Hecho--- concedí.

Ese día no tenía actividades programadas en la tarde, por lo que había decidido aceptar un desafío de Billar largamente pospuesto en el club al que solía asistir; no recordaba cuanto tiempo atrás.

Gladys se despidió con sendos besos en la mejilla, Pablito se había dormido, por lo que lo cargó sobre su hombro y se retiró.

Por fin luego de una prolongada espera, salimos con el tiempo justo para llegar a la consulta, --- ¿Serán todas las mujeres tan lentas para salir? --- reflexioné – ¿O soy yo el afortunado?

Eliana que se había sentado en el asiento posterior con Tamara en brazos, de pronto llamó mi atención para que me detuviese cuando apenas salíamos del estacionamiento.

---Para,--me dijo,-- y luego bajando la ventanilla gritó ¡Gladys! , ven sube, ¿donde vas?

--- Dejé a Pablito con su papá, voy al cine – informó haciendo un mohín en mi dirección— no soy esclava como otros.---

Se acomodó junto a Eliana y no pararon de parlotear animadamente hasta llegar al Centro Médico.

Me despedí de Eliana y mi hija en la sala de espera del médico, quedando de acuerdo para recogerlas en casa de mis suegros, subí de nuevo al auto donde ya esperaba Gladys, esta vez en el asiento delantero.

---- ¿A que cine va la Señora? --- pregunté con irónica sumisión

---- No me gusta ir sola, esclavo --- repuso --- ¿No te puedes arrancar de la oficina y acompañarme? Expresó con una mirada rebosante de picardía.

--- ¿Huir del trabajo para encerrarme en un cine?, Creo que hay cosas más interesantes que hacer --- Sentencié.

---- ¿Cómo alimentar conejitos hambrientos? --- Preguntó, apoyando una cálida mano en mi muslo.

Fue como una descarga eléctrica, la miré y tuve la certeza de que no bromeaba, se me secó la boca, seguí conduciendo como un autómata. Sentía su mano presionando mi pierna y no pude controlar la erección que con violencia amenazaba mi pantalón. La veía mover sus labios, sabía que me estaba hablando, pero no era capaz de escuchar, tenía la mirada fija en la pista de circulación, me encontraba perdido.

El contacto de su mano y el desenfado de mi sensual amiga me habían transportado en el tiempo, estaba como un púber en la primera cita; nunca había mirado a Gladys como una posible conquista, consciente o inadvertidamente lo había evitado.

Su hermoso cuerpo, su feminidad y picardía, la jovialidad que siempre irradiaba sólo la había visto como un complemento a su personalidad chispeante y divertida. Era la amiga de mi esposa, la vecina. Ahora su mano sobre mi muslo multiplicaba mis sensaciones, erizaba mis vellos.
Quise decir algo ingenioso para trivializar la situación, pero no podía articular sonidos ni pensamientos, estaba a su merced, curiosamente como un conejo entre las garras de un águila. Nunca había sido infiel a mi mujer, pero supe que no tenía escapatoria.

--- ¡Ahí, a la izquierda! --- Señaló Gladys, sacándome del trance a punto para distinguir las cortinas verticales de la entrada de un Motel.

Apenas la puerta de la cabaña se cerró a nuestras espaldas Gladys se abalanzó impetuosamente sobre mí, la abracé y el contacto multiplicó lo que había sentido antes, sin separarnos nos desnudamos el uno al otro, nos besamos con avidez, con desesperación, nos aferramos como un naufrago a una tabla flotando en el océano, con desesperación y a la vez con esperanza. Un océano de deseo que producía oleadas de lujuria, nos saboreamos, recorrimos nuestros cuerpos desnudos centímetro a centímetro.

El tiempo y el espacio perdieron significado, solo existía el otro, para ser acariciado, para ser besado, para hurgar, para explorar cada cavidad, para proporcionar el más sublime placer, para recibir. Nos entregamos con desenfreno, una y otra vez hicimos el amor; primero con desesperación, luego con ternura, se sucedieron los orgasmos, el mundo carecía de significado, sólo el interminable abrazo consumió nuestras energías sumiéndonos en el letargo y la calma, lágrimas rodaban por las mejillas de Gladys, lágrimas que bebí estremecido por la magnitud de las sensaciones.

Profundos suspiros, sollozos, y después su sonrisa melancólica, un cigarrillo, un abrazo tierno y el lento regreso a la realidad.

Con la mejilla apoyada en mi pecho me habló en voz baja: ---Te preguntarás porqué, afirmó con razón. Puso su dedo sobre mis labios y me pidió que sólo escuchara.

---Ya tendrás tiempo después de obtener respuestas; expresó con tristeza, esta es una cita importante para mí porque es mi castigo y mi premio, quizás no entiendas ahora, pero estoy segura que con el tiempo lo harás.

--- ¿Recuerdas que comenté que existen códigos de lo oculto? --- Bueno, cometí la tontera de transgredir uno de los más importantes: No puedes tirar cartas de futuro para tu propio beneficio ni para hacer el mal. Tampoco puedes decirle a alguien algo que lo ponga en peligro, o la fecha de su muerte, etc.

Asentí sin entender mucho hacia donde iba su discurso.
---Quise ver algo que me interesaba del futuro de una persona que yo quiero, --- especificó.--- Y resultó que descubrí algo que me es imposible revelar, pero tampoco puedo ocultar...En consecuencia; de alguna forma, debo resignarme al castigo que venga, y al mismo tiempo te deseaba profundamente desde las noches en la ventana.

---En cierto modo íntimamente yo esperaba que así fuese, contesté, aún cuando pienso que pese a lo hermoso y satisfactorio que fue; no deberíamos repetirlo.

---Te juro que ésta será la primera y única vez... ¿Qué hora es? --- preguntó con su voz enronquecida y sensual, --- Tienes que ir a buscar a tus mujeres --- Me recordó. Se levantó y me arrastró a la ducha.

Una vez vestidos, tomó mi mano y tiró suavemente de mí hacia el automóvil.

--- Déjame en la estación del Metro ---Pidió

--- Te paso a dejar a la casa --- Ofrecí

--- No, tú tienes algo mejor que hacer --- Repuso con una sonrisa

---- ¿Como alimentar conejos ajenos? --- Pregunté

Su triste sonrisa me acompañó muchos años. Aquella fue, efectivamente la primera y única vez que nos encontramos de esa forma, pocos días después un estúpido accidente le quitó la vida, y se perdió para siempre su alegría, su ternura, sus gestos, su sensualidad y también sus misterios.

Hoy al depositar una rosa roja sobre su lápida me di cuenta de que nunca morirá su recuerdo. Los espíritus son inmortales y errantes, solo se aferran temporalmente a un cuerpo para ser premiados o para cumplir el castigo que va moldeando su alma imperecedera…
©Corguill




Texto agregado el 21-06-2007, y leído por 730 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
11-07-2007 Extraordinariamente bien narrado. Magnífico texto. La verdad es que no sé que más decir, me has dejado sin palabras. Menudo talento el tuyo. Mis humildes estrellas para este relato y también para ti. Besos desde Barcelona. TerraPromesa
09-07-2007 Has pensado en estudiar la forma de que te publiquen? No es facil desarrollar una historia, mantener el interes, sembrar el desacuerdo con el lector ( o la compresión) y resolver la situación de forma airosa. Buen cuento +++++saludos antoniana
03-07-2007 Lo primero, es decirte que escribes como los dioses. Primero me molestó el engaño, luego me estremecí con la pasión y la belleza de ese momento sublime según mi manera de pensar. La traición a tu esposa más por culpa de ella que tuya me molestaba. Pero ese final ese saber que fue solo una vez, y el imaginar que se puede dar esa situación, no se, me dejó pensnado. Y lo último, su muerte y ese recuerdo que dejó en tí, me sensibilizó a tal punto, que creo estaré todo el día con la historia en mi cabeza. Escribes maravilloso. Besitos Vic************ 6236013
21-06-2007 No es fácil escribir un cuento patibeat
 
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