Yugo que no me conoces, 
acercas mi lomo sobre la tristeza, 
madura, que goza en mi vida 
entendiendo lo duro y suave 
de un bello amor que no me disipa; 
ingenuamente, el mutuo acercamiento 
gusto, tierno, ilícito 
intrigando internamente y	 
sobre tu bella intención que me llama 
tentativamente los Viernes y Lunes, 
entrecavados con tus venidas y retiras 
suavemente de mi cuello, tus manos 
que legan y despiden un viejo amorío 
untado de amor, deseo, placer, llantos 
encendidos con los viajes de tres semanas, 
tentativamente, sin saber el escondido retorno; 
elevado, caído al fondo incierto, y hoy 
vivo en un monte lejano que me indica 
apasionadamente; sin temores vespertinos 
sobre nosotros, muy calladamente, 
proponiendo lugares, horas, momentos 
ordenando nada, talvez todos lo último, 
rogando no regresar estos 
sorgos maduros, celeques, casi verdes 
intentando lo vano negativo, alargando la evasión 
elemental, que hoy, me confesaste; sin lágrimas 
manejando los nervios, perversos 
permanentes, puros, perennes; 
recogiendo, nada simplemente nada 
escondiendo nada, simplemente nada existió. 
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