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Mi soledad es deficiente y monoclonal. Me hace pensar en un cáncer que se replica día y noche bajo la vista estrecha de mis pupilas. Los párpados se hinchan de tanto llorar y los labios se colorean de un rojo sanguíneo. Estoy enferma le digo a mi madre, ella responde que de esa enfermedad no se conoce la cura. Estoy condenada a la muerte. La muerte parece ser un descanso que no llega. Estoy condenada a la vida y esto me asusta más. De pronto se acerca un médico, su rostro es ilegible. Me han desahuciado imploro, me voy a morir y me alegro. Sin embargo me dice que estoy bien. Esas palabras me matan el alma otra vez. Usted tiene una pena de amor, un trastorno conversivo…es histérica como todas las mujeres…necesita tratamiento, antidepresivos y descanso, cariño de a pocos y amor con gotero. No se vaya a dar una intoxicación. Mis piernas dejan de funcionar. Mis brazos caen hacia los lados de la silla. No respondo no me inmuto cuando me levanta la enfermera y me pone en la silla de ruedas. Mi madre se sorprende, llora y le ruega al médico que haga algo. Yo quiero gritarle, ¿que acaso no entiende? Déjeme morir, regréseme al vacío, no me de pepitas de alegría falsa, no me llene el cuerpo de sustancias amables. No me devuelva el cáncer. Déjeme morir, y que se muera la soledad dentro de mí, y que no lo recuerde como lo recuerdo y que no lo ame como lo amo.

La enfermera se ha quedado a solas conmigo fuera de la consulta. Mi madre le sigue implorando al médico que me de algo. Que me induzca la vida que me saque al demonio que me devuelva. Escucho sus palabras. Escucho la brisa del viento que golpea las hojas del helecho de la ventana y escucho la risa de alguien que pasa por la acera. Escucho mi corazón y lo odio. La enfermera se acerca y me levanta el cabello de los ojos, se mira con la secretaria y ambas dicen al unísono. Tan bonita. Ya encontrarás otro, ya verás que dios aprieta pero no ahorca. Una prima mía también estuvo así, se casó con un extranjero, vieras tú lo feliz que es ahora. No vale la pena. Me miran con lástima. Tan bonita, repiten. Fieras, fieras infernales. Me dan asco sus alientos a café y galleta. Quiero irme de una vez. Morir a solas en casa. Mi madre sale del consultorio y seca sus lágrimas. Empuja la silla y dejamos la clínica. Camina conmigo hasta el parque y me mira a los ojos. Egoísta, me dice. Dame la silla y déjame a mí ser la que no hable, la que no escuche, la que no camine. Te quedas con toda la pena del mundo sólo para dejarme a mí la carga de llevar tu vida y la mía. Todo es fácil para ti, sentada sin seguir viviendo. Y yo luchando para que sufras. Para que vivas. Me rindo. Y me rindo todos los días mientras te miro. Me rindo cuando respiro y cuando duermo. Me quiero rendir y me quiero quedar en la cama. Dame esa silla y ya deja de morir.

Mis ojos lloran. Siento como el corazón deja de latir. Mi respiración cesa. Muero.

Mi madre me abraza, sus manos están tibias y sus ojos lagrimean. La abrazo con fuerza. Me dice, yo también tengo el corazón roto. Me levanto de la silla. No puedo pensar ni sentir. Dejamos el parque de la mano y caminamos hacia la casa sin decir nada. Ella no me mira y yo se que estoy muerta. No siento mi corazón latir. Entramos a casa. Mi madre se sienta a la computadora y trabaja. Yo prendo el televisor y tomo un sorbo de coca cola. Pienso en él, lo extraño. Quizás mañana pueda morirme de nuevo.

Texto agregado el 24-06-2007, y leído por 124 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
09-08-2007 No me gusta meter floro, la verdad pero k te pongan uno no hace honor al escrito... dalvenjha
 
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