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Inicio / Cuenteros Locales / MarceloArrakis / Diez y quince

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No sería nada fácil para Vicente, ese animal siniestro y taciturno, soportar las celebraciones empresariales que tanto gustaban al jefe. Movimiento de cabeza de Martina que no podía convencerse de que este Vicente antiguo, ahora atrapado en trajecito gris oscuro con corbata celeste, fuera -lo pensó con un poco de desgarro gástrico- funcionario.

Lo vio salir de mañana, envainarse en gris oscuro y para qué decirle ahora. Muy temprano, casi las diez, él apurado, ella atrapada entre colchas: mejor cuando volviese de la celebración. Tranquilos conversarían un café para que él entendiese. No es que ella quisiera irse, pero se lo había advertido desde el principio y ahora se auguraba inevitable. No era fácil, pero la vida cambia, uno no elige y, por cierto, no hay regreso. Eran casi las 10, así que sería bueno ducharse para espantar esa pequeña muerte que significaba dejarlo, de modo que, taza de té en mano, fue a encender el calefon.

De golpe la arrebató del baño el sonido petrificante de unos frenos que le helaron el té en los labios. Se asomó por la ventana, y no, no puede ser, no, no, no, no...traje gris oscuro y corbata celeste desgarrada por la navaja tibia, roja y descapotable. Bajó corriendo las escaleras y se arrojó a través de las dos cuadras. No, no, no, no, no ahora, más tarde, el café, la celebración, no, no, corbata celeste desgarrando la mañana lenta, no. Cruzar sin mirar, movimiento de cabeza de Martina, mirar hacia el lado y descubrirse atrapada entre las ruedas, golpearse contra el suelo caliente, heridas, y saber, ahora sí, que es tan simple desaparecer. Vaina gris oscura, corbata celeste, bata de levantarse, caer de improviso, fruta madurada de un golpe.

Los transeúntes estupefactos, la calle paralizada en ambas pistas, mientras Marcia y Luis, vecinos por décadas, comentaban los pormenores, el ruido, la pareja, después la necesidad de poner un semáforo para perderse entre pedestres temas de actualidad mientras Luis bajaba la cortina del almacén y, aún con el candado en la mano, se persignaba para aullentar de la avenida ese velo negro.
Miró su reloj, diez y quince. Bueno y qué hacer, un día perdido. Ya estaba bien jubilarse, "¿no cree Marcia?". Este trabajo de almacén.

En la empresa, la celebración estuvo bien. El jefe comentó encantado la elegancia de los funcionarios y anunció pronto retiro.
Nadie trabajó ése día.

Texto agregado el 15-03-2003, y leído por 323 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
21-03-2003 ajja..vicente es algo asi como tu fans???jajaj..bien...me ha gustado ...no es mi estilo de historias, pero creo ke eres un gran escritor..porke por mas ke el tema no me halla agradado completamente, no me he aburrido el leerte..lo cual es mucho..besos dulcilith
17-03-2003 GENIAL, llevaste la muerte y la tragedia a una cotidianidad insolente y sencillamente. FRASES PARA EL BRONCE: No es que ella quisiera irse, pero se lo había advertido desde el principio y ahora se auguraba inevitable. No era fácil, pero la vida cambia, uno no elige y, por cierto, no hay regreso." y "Nadie trabajó ése día." La frase final es EXCELENTE. "Un gran cinco para el cuento", jajajaja, una abrazo VicentePrado
15-03-2003 Algo entrecortado al principio, después toma fluidez, interesante..., Ana C. AnaCecilia
 
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