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¿Pues qué no eres hombre, Juan? Me preguntó en la mañana Luz, mi esposa. Pos claro que sí, le contesté. Pero eso es diferente. Qué va a ser diferente, si hasta parece que te mata el miedo. Ni que te fuera a hacer qué. Así me picó la cresta Luz. Así me indicó la manera en que ese día tenía que demostrar que era hombre, que tenía los suficientes para sacar a mi familia adelante. Era cosa de dignidad propia. No tanto ya de machismo como de dignidad humana. Todo por unos centavos más. Unos pocos pesos más para mal comer. La situación está re dura en la fábrica, le expliqué a Luz para que viera que no era tan fácil. Ya ves desde cuándo andan corriendo gente quesque por la crisis. ¿No hasta corrieron a mi compadre Vicente? ¿Y ya se te olvidó que tu hermano Lupe también se quedó sin trabajo? Si no es tan fácil eso de pedir un aumento. No hay dinero, te contestan. Y si no le parece, la puerta está muy amplia. A la salida, nomás te vas de la fábrica y ves a la gente desocupada en las calles, acechando tu plaza. Cuántos no andan pidiendo en la esquina para un taco. Ya sé que mi situación es diferente, que yo he trabajado como burro, que de veras me la he partido para no fallarle al patrón y traerle el sustento a la familia. Por eso me tiene que escuchar. De perdido me tiene que escuchar. Ora sí se lo voy a decir clarito. Ya estuvo suave de tantas vueltas mías y de que tú, mi Luz, me andes humillando en mi dignidad. Entra uno muy decidido a la antesala del patrón. Vas muy seguro de ti y das por hecho que ya saliste con tu aumentote, pero la espera te va matando la esperanza. Así callandito, el veneno te va llenando el corazón. Entras y lo primero que te dice la secretaria del jefe es que te esperes porque está muy ocupado. Tú sabes que igual ni es cierto, pero te sientas y esperas. Nomás faltaba que el jefe deje sus asuntos por atenderte a ti. Si ya esperaste tanto, qué le hace un poco más. Ves que así les demuestras paciencia, una virtud que seguramente valorarán y aumentará tus posibilidades. Pasan los minutos y nada. La secretaria está sentada sin hacer nada. Te acuerdas que tus compañeros están trabaje y trabaje, sobándose el lomo y sudando como animales mientras esta se la pasa muy concha sentada chismorreando por teléfono o limándose las uñas, muy fresquecita por el aire acondicionado. Y tú sentado esperando que el jefe te reciba, sin hacer tampoco nada. Te acuerdas de tus compañeros y hasta te da vergüenza. Ya te estás regresando a la chamba, pero te quedas porque tienes que tratar tu asunto. Empieza a indignarte la poca consideración del jefe y de su secretaria. Pasa un cuarto de hora más, la media hora, la hora completa y, más tarde todavía, al fin te dejan pasar. Entras ya no tan decidido al despacho en el que tu jefe te recibe diciendo que seas breve porque anda muy ocupado. Así te anuncia que no tiene tiempo para asuntos sin importancia. Te das cuenta de cuál es el lugar que te da y de que su respuesta será tan simple y contundente como un sí o un no, sin términos medios ni posibilidad de regatear. Le pides disculpas por molestarlo (y ya de entrada te declaras culpable de nada) y sin rodeos le pides el aumento que necesitas para sostener a tu familia dignamente, le dices que ya no te alcanza para nada, que todos se quedan hambreados en tu casa, que nomás ves las caras tristes de tus hijos porque no les puedes dar ni para un dulce, que tu esposa ya no te tiene el mismo respeto que antes porque no eres lo suficientemente hombre para mantenerla. Le dices todo eso y él te devuelve una mirada irónica como si fuera un cuento eterno que ya no se cree. Te le confiesas y declaras tu vergüenza porque acaba hasta enterándose de tus problemas conyugales por unos cuantos pesos más. Eso nomás. Unos cuantos pesos, no pides mucho. Empieza a explicarte que la situación, que la crisis, que ya no quieren correr a más gente, que no se puede y que lo siente mucho. Pero qué va a sentirlo. Ya parece que su esposa lo manda a pedir aumentos de sueldo, aunque son tus manos y las de tus compañeros las que trabajan; a poco sus hijos lo miran con ese rencor de criaturas que te cala hondo porque es tu misma mirada reflejada en sus ojos que no te atreves a ver en el espejo. Le recuerdas todo lo que has trabajado, que nunca has faltado ni por enfermedad, menos por holgazanería. Te devuelve una miranda encendida. Sientes que ya hasta perdiste el empleo y que te quedaste sin tu mejor carta, tu desempeño laboral. Te le quieres hincar y pedirle perdón, altísimo señor, por haberlo ofendido con este atrevimiento. Pero permaneces de pie y aunque lo miras humildemente, mantienes la cabeza alta. No tienes nada más que tu dignidad. Igual y mandas el trabajo al carajo y te buscas otro mejor pagado, piensas. No te hagas tarugo, sabes que no lo hay, que tampoco puedes andar cambiando a cada rato de trabajo a la menor dificultad. Tienes la esperanza de que todo mejore con el tiempo y entonces, seguramente, te darán ese aumento que te mereces. Ya te dijeron que no y hasta te dieron explicaciones. Casi te vas contento de tratar a tan buenas gentes y te vas pidiendo otra vez disculpas. Ya que sales de la oficina del jefe y le dices gracias a la secretaria, recobras la conciencia y maldices a sus mayores. Vuelves a tu lugar de trabajo, ahí en lo más humilde de la escala de la empresa. Les dices a tus compañeros, que se quedaron a la expectativa, que no te dieron el aumento. Se ríen de ti porque tampoco a ellos se lo dieron y se sienten menos desgraciados con el mal de todos. Te lo dije, te gritan con tono que humilla tu inteligencia. Acabas la jornada y te regresas a tu casa a decirle a tu esposa que no se pudo, que el jefe salió más hombre que tú.

Texto agregado el 04-07-2007, y leído por 91 visitantes. (0 votos)


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