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El disfraz

Se desperezó en la cama sonriendo. Era feliz. Después de varios años, lo habían invitado nuevamente a un baile de Carnaval. No se acordaba cuando fue el último, pero sí de su disfraz. Quiso ser original, eso era una de sus características y se apareció disfrazado de oso con la piel correspondiente. Maldito el calor, terminó empapado.
Esta vez iba a ser algo distinto. Lo primero que le pasó por la mente era que debería ser algo liviano. ¿Podría ir de Adán? Descartó la idea; no iba a conseguir una hoja de parra del tamaño adecuado. Se devanó los sesos y al final dio con la solución que aunque no era liviano era sensacional. Encontrarlo ya fue más difícil pero un golpe de suerte y unos billetes que cambiaron de dueño, ayudaron.
Se levantó y se acercó al espejo. Pese a sus 50 años no se veía mal, quizás un poco flaco. Sus costillas se dibujaban claramente y era fácil contarlas. Su altura se destacaba con esa nariz aguileña y las mejillas hundidas. Miró sus dientes. Abrió más la boca para ver hasta el último. Si fuese caballo no sería fácil venderlo. Dejó de admirarse y se dio vuelta observando el disfraz.
Apoyado contra la silla esperaba que le diesen vida. Las tres partes del mismo lo desafiaban a que se lo probara. No iba a ser fácil entrar en el. Se le acercó, tomó la parte inferior que hizo un ruido sordo metálico. Hizo un esfuerzo para meter sus piernas adentro. Sus rodillas chocaron contra los bordes. Saltó algo, se contorneó otro poco, pensó que debería haberse aceitado el cuerpo antes de probárselo, y al fin con un movimiento brusco logró acomodarlo. Tomó la parte superior, pesaba, pero aunque flaco tenía sus fuerzas. Se lo pasó por encima de su cabeza, deslizó los brazos por los orificios correspondientes, y con satisfacción notó que encajaba perfectamente con la de abajo. Caminó algo duro hacia el espejo. No iba a poder bailar, pero seguro que sería admirado.

¡Lucía hermoso! La luz lo hacía relucir como si fuera de plata. Se rió con ganas. En su imaginación se vio subir al estrado para recibir el primer premio. Pensó que las penurias valían la pena.
Dejó de reírse de golpe. Sintió picazón en una de las rodillas. Trató de doblarla para rascarse contra la parte interna del metal pero no logró moverla. Meter la mano era un imposible. Comenzó a transpirar. Le parecía que una colonia de hormigas subían y bajaban por esa pierna en plan de guerra, y él inmovilizado sin poder contraatacar. Levantó la cabeza desesperado y un grito potente, angustioso retumbó contra las paredes,
¡SAAANCHO! y se despertó.

Texto agregado el 07-07-2007, y leído por 173 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
07-07-2007 Terrible. Me gustó cómo está escrito. sereira
07-07-2007 ¡Hermoso texto! Muy buena historia, la revelación del personaje lo hace entrelazarse con aquella novela. marielavit
 
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