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Dentro de poco, acaso en un par de años más, el tren metropolitano pasará raudo bajo las entrañas de mi comuna. Nadie sabrá de su existencia, a menos que, por necesidad imperiosa, se adentre en sus laberintos y se encuentre con una avenida paralela y subterránea, plena de bullente vida, paradójica situación, si nos topamos a boca de jarro con la certeza escalofriante que bajo ese nivel sólo yacen los cadáveres y los recuerdos.

¿Sabrán los jóvenes conductores que hace tan sólo un puñado de años, un estruendoso ferrocarril cruzó con regularidad el tranquilo paisaje de San Pablo? Era éste el precursor genuino, el prototipo oxidado de lo que ahora serán esos carros flamantes, repletos de propaganda, fluorescente iluminación y rostros demasiado inexpresivos. Las ruedas de su antepasado no eran de goma, sino de rechinante hierro, el recorrido abarcaba unas cuantas cuadras y dentro de esa excursión pueblerina, coexistían océanos de vida, cotidianidades sencillas, saludos gentiles, miradas sugerentes y una sana alegría, aún no contaminada por la recurrente globalidad actual. Carros de líneas pomposas, cajones rectangulares con pretensiones victorianas, que, en pleno verano, eran relevados por esos cómicos tranvías de “mangas cortas”, llamados así porque eran abiertos y surcados por bancos de promiscua estirpe, transportaron a miles de personas que viajaban a sus trabajos, a sus ocupaciones, a sus vidas.

Si algunos no saben de que hablo, acá va la aclaración. Me refiero al viejo Ferrocarril Santiago-Oeste, que en la prehistoria de este tipo de movilización fue, incluso, tirado por caballos. Acaso en ese entonces, las aspiraciones de nuestros antepasados eran menores, acaso más simples. Quizás sus sueños no excedían los horizontes en los que se dibujaba campante la avenida Matucana, más propiamente, el centro mismo de las aspiraciones y –si me aventuro- el terminal de las necesidades. Pero, a medida que la locomoción extendió sus recorridos, la gente comenzó a anidar mayores expectativas, los deseos cobraron formas inusitadas y el carrito supo, por fin, lo que era quedarse trunco, en medio de la indiferencia.

Por eso, si alguna vez me decido a viajar por las catacumbas de mis sueños –no olvido cuantos fueron los anhelos que se me resbalaron por las rendijas de las viejas baldosas de San Pablo-, allí me encontraré de pronto con alguno de ellos, acaso transfigurado en un muchacho de mirada melancólica que, de tanto viajar de línea en línea, no atinará a comprender porque ese tren tan tecnológico, que ahora abordará, no le place para nada a sus nostalgicas evocaciones…














Texto agregado el 26-07-2007, y leído por 270 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
01-08-2007 Hermoso recuerdo. Me encantó esta historia Gui, tan plena de nostalgia. Besos y estrellas. Magda gmmagdalena
26-07-2007 Y de esas catacumbas, seguro, surgió el señor "De la Cruz Tumba". Lindo recuerdo y tan lleno de nostalgia. Felicitaciones. Anua
 
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