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Ideas

Acomodadas como las dejó el espacio ubicarse, una a una se fueron tragando la una a la otra, poco a poco dejaban de existir. Se contaban, al final, cuidadosamente cual si fueran sobrevivientes de la más terrible masacre de todos los tiempos. Mil uno, mil dos, mil tres…
Las que todavía esperaban escondidas el regreso triunfal de su creadora con aires liberadores, imaginaban toda clase de escapes absurdos, tal como ellas mismas. Cosas que iban desde desesperados saltos suicidas a la boca montadas en una palabra, hasta recorrer toda la carretera nerviosa a pie para tratar de colarse, con la tinta de una birome, en el papel de la lista del supermercado.
Apareció un día una, de las seiscientas que quedaban, totalmente descolorida, ajada y polvosa. Había salido de detrás de una rutina. Pronto se encontraban casi todas enfermas, desganadas y completamente cubiertas de telarañas. No las había doctoras ni enfermeras, pero intentaban de todas formas salvarse las vidas.
Cuando su creadora suspiró el último hálito todavía quedaban unas diez. Se sentían solas y distantes habitando esa gran mansión ahora abandonada, silenciosa y oscura. Se les habían cerrado con llave, repentinamente, varias puertas y el cansancio no les permitía explorar nuevas formas de salida. Los planes antaño urdidos no servían para nada.
Quedaba ya una sola en pie. Miraba tristemente a la nada recordando los viejos tiempos, cuando en la lejanía oyó un susurro. Aquel susurro iba creciendo lentamente y se convertía en las palabras de la boca de un poeta. Venía recitando, caminando solo entre su compañía de ángeles esculturales y fríos. Se detuvo lánguidamente en la gélida piedra repitiendo el mismo verso una y otra vez sin poder terminarlo.
Abajo, en la mansión solitaria, comenzaba a renacer ese extraño calor del pasado y nostálgicamente se dejó arrastrar desde la mente de su creadora, para ser parte de esa prosa inexperta y tenaz.
Ahora la última de las ideas, la más vieja de todas, aquella con la que había empezado la vida su creadora y a la que había decidido guardar para un sueño que nunca concretó, se mantenía viva para siempre en las páginas encuadernadas de los escritos de un poeta, anhelando, tal vez, ser leída y convertida en voz.

Texto agregado el 26-07-2007, y leído por 118 visitantes. (1 voto)


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