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Inicio / Cuenteros Locales / ireniKa / Naufrago en la Gran Ciudad. Segunda parte

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Quienes no habían podido subir a uno de esos autobuses y ahora miraban disgustados a su alrededor, más la masa amorfa que había cruzado la calle, se disputaban, todos contra todos, los preciados taxis amarillos aparcados en doble fila. Vio asombrado como aquello se tornaba una selección natural, el afortunado que lograba tomar uno de aquellos cotizados vehículos era envidiado por los demás, desesperados contrincantes, y visto como el elegido, que podría escapar de entre la muchedumbre para cumplir con sus obligaciones. Las bocas del metro vomitaban gente sin parar, que miraba con los ojos entrecerrados el cielo gris que se les aparecía. Los que entraban lo hacían presurosos de evitar la lluvia y de llegar a tiempo a quien sabe donde. Unos salían y otros entraban, nadie se ponía de acuerdo, aquello era una lucha encarnizada, allí sacaba el ser humano primitivo, sus peores instintos.

Los cartones sobre los que, sentado, asistía como un mirón, estaban húmedos y sucios, al igual que sus ropas, su cara, vieja, arrugada y enrojecida, sus cabellos canos; también lo estaba el portalón donde se guarecía de la lluvia y donde solía dormir; su perro grande y pulgoso, dormitaba a su lado, tiritando de frio. El vagabundo paso la mano encallecida por el lomo tísico del perro, arriba y abajo, arriba y abajo. Miraba ahora los grandes carteles publicitarios, brillantes, con sus nombres también brillantes e imponentes, que resplandecían entre el humo negro que subía desde el suelo con sus colores chillones, aquellos anuncios que hablaban de calidad, de moda, de confort, algo que a él nunca le sobró, palabras que sólo le sonaban a grandes sumas de dinero.

La calle había comenzado a despejarse un poco, el embotellamiento anterior había pasado y los coches circulaban sin demasiadas complicaciones. Tras las prisas por llegar a tiempo al trabajo para no escuchar los comentarios de algún jefe hostil, el paisaje había cambiado, ahora eran grupos de turistas, cámara en mano, los que andaban excitados parloteando alegremente, mientras se disponían a inmortalizar todos los rincones de la ciudad para luego, tras la vuelta a casa, poder comentar el viaje. Observó al guía de cara pálida, que no parecía hacerse demasiado bien con el grupo, mientras explicaba a quienes querían escucharle, la historia del singular edificio. Las cámaras, en una orgía de flases luminosos, estallaron de emoción al retratar uno de las construcciones representativas de esa gran ciudad que salía en la tele. Doscientas fotos iguales en doscientos carretes iguales. Fue curioso, él estaba sentado cerca de la puerta, pero nadie le hizo ninguna.

La llovizna había cesado, la gente aprovechó para tomar la calle, tras los turistas apareció un grupo de niñas vestidas de uniforme y un par de monjas que gritaban a tres de sus alumnas que se habían quedado al otro lado del paso de cebra. Una de las niñas de faldita roja vino a acariciar al perro, sonreía y miraba al vagabundo con chispitas en los ojos. La niña llevaba unas coletas en lo alto de la coronilla, con la cabeza partida por una raya perfecta, milimétrica; las llevaba tan tensas que parecían ser la causa de su constante sonrisa, que dejaba entrever, como una sorpresa, los huecos vacíos de algunos dientes. Su expresión radiante cambió de golpe por el susto, una de las monjas gritaba y tiraba de ella para que volviera a la fila mientras la reprendía.

Otra vez ejecutivos que andaban erguidos con sus trajes planchados y hablando por el móvil, con un maletín de cuero en la otra mano, parecían nerviosos, iban rápido, muy seguros de adonde se dirigían, seguro que hablaban de algo muy importante, algo que él no llegaría a comprender, pensó. Se sentía ajeno a todo ese mundo donde vivía pero en el que era un autentico extraño, un perfecto elemento discordante de toda aquella tecnología, aquellos ascensores que subían y bajaban llenos de gente apresurada, aquellas puertas que no paraban ni un segundo de girar para dejar entrar a la gente importante y productiva.

Texto agregado el 27-07-2007, y leído por 147 visitantes. (0 votos)


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