Detenida en un lento soliloquio suelo hablar contigo. Me pregunto y respondo por esa fugacidad atrapada en nuestros seres y la memoria de permanecer inseparables. Pienso en cada una de las sonrisas que te acallará la pena; en el misterio que esos laberintos regenteados por tu mente harán de mi o la soledad de esta distancia. Y tu nombre se agiganta como un único valuarte del ayer; así, invalorablemente mío; ingenuos; alegres; amigos; compinches; puros; pasajeros... Me pregunto por qué toda ha caído en estas pretéritas ilusiones; quizás la felicidad sólo estuvo de paso esos instantes, en que siendo niños, esperábamos mucho más de todo lo deseado. Sin embargo la alegría de verte aún sigue reflejada en mí, cuando a cada instante vuelvo a murmurar tu nombre entre mis labios... Me fascina esa practicidad de estar dispuesto a dialogar de todo lo que existe con capacidad y sabiduría, aunque en esos mismos pensamientos discrepemos orígenes y combinatorias... Todo va más allá de lo que ocurra, porque entre los dos no cabe otro sentimiento que este amor, en las buenas y en las malas y aunque la muerte nos separe... Te quiero.

Ana Cecilia. ©