Llegó el adiós soberbio que ya no desvaría,
y hubo que despedirte con impotencia,
a sabiendas que partía contigo.

Y a tus pasos de polvo que desdibuja el viento,
volví la espalda, para no mirarlos ni saberlos.

Sé bien, que me embargarán algunos días o quizás algunos años,
las esperanzas absurdas y baratas
que apuestan inocentes por tu vuelta.

Pero también sé, que, aunque elegir el adiós
anula los logros de mi lucha,
también cede victoria a tus guerras.

Sólo me queda convencer a lo que queda de mí,
que con igual arrojo que te ama;
apreste su fervor entero, para amar el olvido.