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-Deseo que me hagas un tatuaje -le dijo un día Eliré a Sureb, el tatuador, quien vivía en las más profundas regiones de Nalamisi.
-Antes debes saber -le respondió éste dando una aspirada a su pipa de agua- que llevar un tatuaje en la piel debe ser una decisión para toda la vida. Te lo digo porque tú, siendo tan sólo un muchacho, quizás carezcas de las convicciones necesarias para tomar decisiones de este tipo. No se trata de que hoy creas estar seguro y luego mañana ya no sientas el mismo deseo. No es tan sencillo como cambiar de vestimentas o de ideas, que esas sí son fáciles de transformar de un día para otro, ¿me entiendes?.
-Claro que sí -respondió el muchacho.
-Pues bien. También debo decirte que este procedimiento puede resultar algo doloroso.
-Todo lo que vale la pena puede llegar a serlo -contestó nuevamente con voz firme.
Sureb procedió, entonces, a tomar sus instrumentos, sus agujas, sus tintas vegetales traídas desde las selvas en donde habitan el uakari y la taira. El muchacho, solemnemente, desnudó su brazo.
-¿Qué figura deseas? -preguntó el tatuador.
-Deseo llevar el rostro de mi bella novia, a quien amo más que a nada y a quien amaré por siempre -dijo el muchacho extendiéndole una fotografía, en cuyo reverso se leían las iniciales A.Q.
Sureb lo miró en silencio y luego al retrato, para un momento después decir con tono pausado:
-Te recuerdo que un tatuaje es algo que debe llevarse durante toda la vida.
-No lo he olvidado -replicó el muchacho extrañado-. ¿Por qué me lo repites?.
-Porque debes estar seguro de que su motivo también será eterno. Sólo así podrás tener la certeza de no arrepentirte jamás.
-El amor nunca muere, si es que a eso te refieres -contestó el muchacho impasible, como quien defiende una verdad absoluta.
Sureb, entonces, lo miró fijamente, convencido de no poder cambiar las ideas de Eliré.
-De todas formas, debo hacerte una última advertencia: yo no sólo grabo tu piel, sino algo mucho más profundo de tu ser. El secreto de quien decide llevar un tatuaje es que ha aceptado dejarse marcar el alma. Yo te ayudo a que descubras quién eres, a que develes lo que se oculta en tí. Dejo una señal indeleble para que nunca lo olvides. Por eso es que, si alguna vez te arrepientes, una parte tuya morirá, porque estarás renegando de tí, de quién eres.
-Estoy cierto de ello.
-Está bien -contestó Sureb-. No hay más que decir entonces.
Procedió a retomar sus instrumentos y a dibujar sobre el brazo del muchacho el rostro de la bella joven, inyectando los colores de los pétalos en los labios y el de los tallos verdes en los ojos. La delgada piel fue rasgada y la sangre se mezcló con aquellas tintas, llevando cada rasgo de aquella imagen hasta lo más hondo del muchacho.
Luego de un rato el trabajo estuvo terminado.
-Quedó muy bueno -comentó satisfecho Eliré, mientras contemplaba la obra, para después añadir:
-Toma. Aquí está tu pago.
Dejó tres monedas de plata sobre la palma morena del tatuador y, acto seguido, salió por la misma puerta por la que había entrado antes, desapareciendo entre la verde espesura.
Sureb nunca más volvió a verlo ni a saber nada de él hasta muchas estaciones después cuando otro muchacho, tan joven como el de aquella ocasión, lo visitó para grabarse la piel y el alma. El tatuador, ya anciano, le hizo las mismas advertencias que solía hacer a jóvenes inexpertos, a lo que el muchacho respondió ya saberlas, en especial aquella que hablaba sobre qué podría suceder si alguien llegase a arrepentirse luego de haber tomado la decisión. Sureb, sorprendido de tal conocimiento, le preguntó cómo era posible que supiese de ello. El muchacho entonces le contó una antigua historia, de cuando la selva aún guardaba secretos entre su espesura inexpugnable, acerca de un joven enamorado al que su bella novia había abandonado por otro, provocando en él un odio incontenible. "Fue en ese instante que murió una parte suya", prosiguió narrando el joven. Una parte que se le mantendría como un persistente recuerdo durante toda la vida.
Aquel, quien en alguna época había sido un muchacho tan lleno de certezas, cumplía treinta y dos años de encierro en la prisión del pueblo, por el homicidio y descuartizamiento de Ambar Quempi.

Texto agregado el 16-03-2004, y leído por 721 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
30-06-2006 buenisimo tomado della vida real. Felicitaciones tienes madera. maldonado
07-11-2005 Te felicito por tu excelente texto. Cchp
12-05-2005 me gusto la descripcion de lo que significa un tatuaje, es como el credo previo, gracias PacoVictoriano
27-03-2005 Me he tatuado,y en el tatuaje se perpetua el tiempo...lo encuentro largo pero valio la pena terref
11-03-2005 Nunca me haría un tatuaje. Más allá de eso, la historia está muy buena. Sólo el principio me pareció innecesariamente extenso. Salud! victorio
16-03-2004 Que bueno, no creo que nunca me haga un tatuaje yoria
 
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