El año era nuevo y también mi interés, una terrible nueva concepción de lo que es este todo que nos rodea. Un auto se aleja y no es un adiós, sino un principio de la aventura. Una mujer saca el puñal del vientre de su marido y se descubre que fue en defensa propia.

Vi al mundo moviéndose y cambiando, humedeciéndose y humedeciéndonos, y las calles se empezaron a llenar de agua. Una vida que gira y se transmuta con otras vidas. Bolas de masa roja chocando en el espacio sin gravedad, obteniendo nueva forma, nueva distinción y originalidad. Éramos esos y odiábamos a estos y sin darnos cuenta nos convertimos en estos, inspirados en lo antes inimaginable, en el punto del horizonte que creció hasta acaparar la visión presente.

Una mano que viaja sobre tu cuerpo de aire y agua, una recepción, luego la transmisión y la respuesta. Un cambio de papel para llenar la bolsa de experiencias. Una adaptación temporal y los recuerdos de ella. Un regreso al eje con los pies gastados y el corazón con una arruga más. La mirada sabia, una devolución a este mundo que tanto nos dio y la muerte.

Y mi carne se convierte en palabras de una reunión, en un giro del ojo hacia arriba, buscando entre el aire y el techo una nada que se convierta en mi saludo final. Pero yo no estoy ahí, estoy adentro girando tu ojo.

Un minuto y una hora y los años. Te reunís conmigo y bailamos. Dos y ochenta pájaros que se parecen un poquito a nosotros, observados por la mirada de un nene que nos vio mal al pasar una vez cuando era bebé.