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10/07/03

Ya no voy a dejar que entren más fantasmas a mi cuarto. La última vez que lo hicieron casi destrozan mi cama, por no hablar del estruendo que se armó en mi casa. Mi padre llegó de inmediato con la escopeta, mi madre llamó a la policía y mi hermano se limitó a reír a carcajadas, diciendo con voz entrecortada:
- Pero si sólo son unos pobrecitos fantasmas...
- Ah claro, como la que rompieron no fue tu cama- respondí con el enfado propio ante la imposibilidad de reír con él, como habría pasado en otras circunstancias.
Cuando las cosas se calmaron, mi hermano y sus ojos húmedos de tanta risa preguntaron de una manera un tanto insolente cómo era que pensábamos (sin incluirle a él, por supuesto) vencer a una manada de fantasmas destrozacamas.
- Podrías comenzar con dejar de soñarlos- mi madre se dirigió a mí, ya más seria que asustada, tras convencer a la policía de que la llamada hecha por ella no había sido real.
- Pero, mamá...
- Creo que ya nos causaron suficientes problemas, ¿No?- esta vez mi padre intervino, a la par que terminaba de guardar su escopeta en el estante correspondiente.
- Y yo que los creía más valientes a todos ustedes...- un asomo de risa acudió al rostro de mi hermano.
- Claro, inténtalo tú mismo, si gustas- en cuanto lo dije, la risa desapareció por completo.
- O dejas de soñarlos, o los controlas, hermanita- y enseguida se fue a dormir.
Algo que al parecer sólo mi hermano comprendía en toda mi familia, era que los fantasmas alborotados representaban algo más allá del desorden. Mis padres sólo se habían convencido de que tales fantasmas eran importantes para mí, aunque nunca comprendieron por qué, y solamente por ello los toleraban, pero su paciencia comenzaba a menguar. El único divertido, al final de cuentas, era mi hermano. Me conocía lo suficiente como para saber que no me sería tan fácil
dejar de soñarlos.
- Voy a ver qué hago, pero por favor no me vean así- mis padres entonces me miraron con un alivio demasiado obvio. Se retiraron a dormir y mi madre, en un gesto complaciente me dijo que no era necesario desaparecerlos, sino sólo controlarlos.
Toda la noche pasé ideando la forma más eficiente de hacer tal cosa, pues siempre que entraban a mi cuarto era cuando perdían el control, y yo creo que cualquiera, fantasma o no, lo haría, habiendo tantos cadáveres desperdigados dentro, y más si eran los suyos propios. Pero yo no podía hacer mucho, no puedo evitar que atraviesen paredes, así que eso era un esfuerzo inútil. Y no era mi culpa que odiaran tanto a la vida o a aquello que la recordase. Sí, alguna vez
estuvieron vivos, pero hicieron de su muerte un acto de voluntad y con eso les bastaba -o por lo menos eso es lo que yo le escuché decir al más grande-; sin embargo, sus actos demostraban todo lo contrario y en lugar de querer reírme de ellos, lo que acudía a mí era un profundo pesar. ¿Quién querría esos cadáveres, y por consiguiente, a los fantasmas? No me desharía de ellos... tenía que existir alguna manera de controlarlos.
¿Escondiendo los cadáveres? No había suficiente espacio; simplemente el más grande ocupaba casi todo el cuarto, y como era el más fuerte de todos, era el de la mayor prioridad, pero tampoco podía dejar a los demás seguir con su existencia de pena.
¿Regalándolos? Sí, claro, a un demente capaz de lidiar con todos, y casualmente aún no conocía a tal persona.
- Quiero morir contigo- el más grande rompió el hilo de mis pensamientos.
- Cielos, tú estás muerto; no puedes volver a morir- la amnesia de los fantasmas me seguía sorprendiendo.
- Entonces no quiero vivir contigo- añadió, alejándose de mi cama improvisada fuera de mi cuarto. Se sentó delante de mí, y fingió fumar un cigarro.
- Yo no quería que las cosas terminaran así, pero recuerda que esto fue una decisión mutua; no puedo cargar siempre con toda la culpa. Y bien sabes, no voy a deshacerme de tu cuerpo, ya es tu problema si la vida de pronto te parece tan repugnante. ¿O quieres que deje de soñarte?
- Considera eso, quizá sea lo mejor para ti- giró la cabeza a un lado.
- Ni siquiera muerto evitas los dramas, ni dejas de intentar de decidir por mí. Mejor ayúdame a pensar qué hacer con ustedes.
- De manera que ya somos una carga... pues te voy a decir algo que quizá te sirva. ¿Sabes por qué nos descontrolamos tanto en tu cuarto?
- ¿Acaso no es porque les enloquece lo putrefacto de sus cadáveres?
- Aparentemente así es, y hemos logrado engañarte muy bien. Pero lo que en realidad nos saca de quicio al ver los cadáveres es el pensamiento de que queremos estar contigo, pero la única manera de que eso suceda es viviendo, y creo que es por demás que te diga que odiamos la vida. Bueno, fue un placer, me merezco la hoguera por traicionar a los demás, pero qué más da, estoy muerto- y con un gesto de indiferencia se alejó.
Pensé un momento sobre lo que acababa de escuchar dentro de mi cabeza. Yo sabía que odiaban la vida, pero me era imposible amenazarlos con correrlos para siempre -eran amnésicos, no tontos-. Y lo nuevo que sabía era que les asustaba una idea tan ambigua como la de querer estar conmigo y no poder. Si ellos me engañaban haciéndome creer algo completamente diferente, entonces yo también podía hacerlo.
Y hoy entonces he decidido que no volverán a entrar a mi cuarto, pues así ya no perderán el control y ya todo estará bien. Acabo de colocar un letrero en la puerta de mi cuarto, que dice: "Quien entre aquí, volverá a la vida". Por supuesto, ahora todos los fantasmas prefieren vagar en el resto de mi casa. Y no tienen que preocuparse por mí, porque lo han olvidado.

Texto agregado el 06-08-2007, y leído por 93 visitantes. (0 votos)


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