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Estaban las tres entadas alrededor de la mesa. No estaban solas, éramos diez personas compartiendo tabla, viandas y conversación, pero ellas eran el alma de la comida: María, 78 años, Pepita, 79 y Manolita, 72.
María y Pepita son amigas desde el año 52, cuando bajaron ambas con sus maridos y sus hijos primerizos del barco que las dejó, como ellas mismas confesaron aquella tarde, en los mejores años de su vida. Recién casadas y recién madres, jóvenes y animosas, dispuestas a seguir a sus maridos hasta el fin del mundo. Bueno, en el caso de María volvía a casa, el lugar donde nació y fue criada. Su padre, ingeniero de canales y puertos, había construido la infraestructura principal de carreteras de la colonia, y su madre siempre acompañó al marido: un día, con sus dos hijas mayores aún pequeñas, tuvo que enfrentar un tigre que acosaba la improvisada choza donde pasaban la noche. Armada de mucho valor y pocos medios consiguió que no se colara. María aún se acuerda vivamente de aquella noche en la que su madre les salvó la vida a ella y a su hermana. Después de eso vinieron otros 15 años de parir hijos y acompañar al marido. El hijo mayor de María tiene la misma edad que su hermana pequeña… Ella tiene grandes recuerdos de sus días en la selva. Entre las idas y las venidas a España, a Córdoba, transcurrieron sus días, hasta que el gobierno de Macías obligó a los españoles a volver definitivamente a la madre patria. Y después Madrid, a continuar su vida y la de sus 10 hijos.
Manolita es la empleada de Pepita desde su más tierna adolescencia. Se vino y se fue con ella tantas veces que su única casa es Pepita. Aún ahora, jubilada, siguen viviendo ambas en la misma casa y continúa llamándola señora Pepita.
Las tres han criado a una extensa prole de niños, ahora todos adultos y a su vez padres y madres de nuevas generaciones que les han hecho abuelas. Gozan de una excelente mala salud de hierro, y parecen felices. Hablan de su vida en Guinea, cuando los españoles eran los amos y las españolas eran las señoras. María cuenta parte de su vida cotidiana:
-Cambiábamos mucho de personal de servicio, no había manera de conservarlo. Todos los boys, así les llamábamos, tenían problemas para entender qué les pedíamos. ¿Os acordáis de aquella vez que me encontré al boy, de puntillas, en el medio de la habitación que estaba fregando, parado, sin moverse? Cuando le pregunté qué le había pasado me dijo que se estorbaba a sí mismo fregando el suelo. En vez de fregar desde el fondo de la habitación hasta la puerta, había fregado en círculo desde las paredes hasta el centro, y se había encerrado a sí mismo. No volvió a fregar un suelo… Todos los días teníamos problemas así.
-No había forma de conseguir patatas.- Recuerda Pepita- Acordaos de que era más barato comer marisco que comprar patatas…
-Es cierto, señora Pepita. –Dijo Manolita.
Continuaron las tres hablando, y los demás escuchando cómo desgranaban su juventud. Así transcurrieron las horas de sobremesas entre historias de la antigua España colonial y unos dulces.

Texto agregado el 08-08-2007, y leído por 99 visitantes. (0 votos)


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