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Inicio / Cuenteros Locales / criptexx / VINACURE - \"El señor de los gansos\"

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Cuando tienes una botella de barato tequila circulando por tu sangre corres el riesgo de convertirte en comida para gansos. También te expones a que las lagunas instaladas en tu mente (memento mix) se vayan drenando día tras día y a que tu cara vaya adquiriendo gradualmente forma de V (V de vergüenza, V de Vinacure).

- Bueno, ¿qué querés hacer esta noche?

Esta fue la pregunta que me hizo Martín mientras caminábamos seguros por el traicionero centro de Medellín, tan profundos y casuales como siempre. Me tomé mi tiempo para pensarlo. Hoy era mi último día en la ciudad y no iba a aceptar una despedida cualquiera. Toda la semana nos la habíamos pasado brincando como un par de grillos de bar en bar y de cine en cine. Ahora quería algo nuevo, algo diferente. Pensé en Vinacure, un bar loco localizado en las afueras de Medellín cuya sui generis propuesta de entretenimiento tiene mas relación con el arte que con la rumba misma.

- Yo quiero ir a Vinacure, no lo conozco y me han dicho que el ambiente es de lo mejor

¿Vinacure? Fue el interrogante que se dibujó sobre el nada entusiasta gesto de mi amigo. No era difícil leer sus pensamientos, el volumen de su mente estaba demasiado alto. Con seguridad Martín se estaría sintiendo incómodo al recordar la afeminada reputación de aquel lugar.

- Relájate hombre Zorro, yo voy a ir con Marta y le digo que lleve una amiguita para vos – lo animé adelantándome a su respuesta.

- Ah, pues así, sí. Vamos pa´ Vinacure – aceptó el viejo Martín con un evidente tono de alivio.

Entramos a un estanquillo en el antiguo sector de Guayaquil para comprar dos botellas de tequila a mitad de precio (ventajas del contrabando). El Zorro amagó con sacar algunos billetes de su bolsillo pero yo insistí en invitar. Una vez salimos del depósito continuamos nuestro camino. Martín y yo somos unos caminantes excelsos, el hecho de que ninguno de los dos tenga auto no pasa de ser una mera anécdota. Somos caminantes por naturaleza – “Natural born walkers” -. Nos gusta mezclar con licor nuestros paseos y pusimos a caminar al tequila con nosotros. Paso a paso la transfusión se iba desarrollando, la composición de nuestra sangre iba mejorando, mi lengua se iba enredando, y en la tarde nos fuimos perdiendo. Terminada la primera botella ya estábamos lo suficientemente entonados como para partir hacia Vinacure.
Tomé mi celular y le marqué a Marta. En una media hora pasaríamos por ella. Era poco tiempo para que se acicalara pero hoy era yo quien ponía las condiciones, se trataba de mi despedida y todos debían ajustarse a mis caprichos.

- ¿Y de dónde pensás que voy a sacar una amiga a esta hora? – me dijo Marta impotente ante mi petición (léase instrucción) de conseguir una acompañante para Martín

- Ahí tenés un batallón de primas, ¡imposible que ninguna se apunte! – le contesté

- Voy a ver que se puede hacer pero no te prometo nada.

Le dije al Zorro que ya todo estaba arreglado. En aquel momento no nos habíamos tomado ni un cuarto de botella y ya nos encontrábamos al borde de la ebriedad. Tres tragos de tequila usualmente no emborrachan a nadie, pero cuando se trata del tequila del estanquillo, tres tragos te pueden matar (desventajas del contrabando).

Caminamos haciendo figuras durante treinta y pico de minutos (pico, que palabreja tan dolorosa, y mas todavía si es el de un ganso) antes de llegar a la casa de Marta. Una de sus primas, a quien no pareció gustarle demasiado nuestra carencia de sobriedad nos abrió la puerta.

- No está nada mal – me dijo el Zorro mirando a la chica de arriba abajo.

Nos sentamos en el sofá y le seguimos pegando al tequila mientras Marta pedía un taxi por teléfono. La prima no aceptó el trago que Martín le ofreció. Le presentó sus credenciales a la chica, y ella le clavó la lanza en el costado, cosa que extrañamente nos produjo una incontenible carcajada.

- El 286 en cinco minutos – nos informó Marta después de colgar el teléfono.

Honestamente no recuerdo que fue lo que sucedió en el lapso de tiempo transcurrido entre aquel instante y la llegada a Vinacure. Es un recuerdo olvidado en el olvido, un recuerdo perdido que no se quiere dejar encontrar. El Zorro me dijo que el 286 llegó por nosotros y nos transportó hasta nuestro destino. Durante todo el trayecto, un muy varón taxista no dejó de hacer bromas acerca de la dudosa hombría del público vinacurense.

- ¿A dónde los llevo? – preguntó supuestamente el taxista

- A Vinacure – respondí, según el Zorro, en tono enredado.

- Me recogen las plumas cuando se bajen del taxi – se burló de nosotros el hombre, haciendo referencia a la reputación gay de Vinacure

Hasta los borrachos intuyen que desafiar a un taxista en Medellín es equivalente a amanecer agujereado en uno de sus basureros de mala muerte. Marta y su prima, espantadas se aferraban con fuerza de nuestros brazos. Inicialmente ignoramos a nuestro chofer concentrándonos de manera salvaje en la botella de tequila. Nuestro instinto de conservación nos dijo que le debíamos ofrecer un traguito al antipático conductor.

- ¿Un trago o qué, hermano? – le preguntó el Zorro alcanzándole la botella.

El hombre no respondió pero agarró el recipiente y se zampó su buena dosis de licor azteca. A los dos minutos ya nos estaba diciendo que él también se animaba a rumbear con nosotros, idea que a decir verdad no recibimos con el mayor agrado, pero ante la cual no podíamos hacer otra cosa mas que aceptar. Hubiéramos preferido que el caricortado nos dejara en la puerta del bar y luego se esfumara, pero ante su auto-invitación nada podía hacerse. Contradecirlo era un suicidio, así que apelamos a la resignación.

Cuando llegamos a Vinacure, la botella estaba vacía. De ahí en adelante mi memoria escucha un conteo progresivo y se levanta de la lona antes de escuchar el número diez.

- ¿Cuanto te pagamos? – le pregunté

- Nada, muchachos, yo invito – contestó el taxista, tal vez a modo de agradecimiento por los tragos que se tomó de cuenta nuestra.

Nos bajamos del auto y vimos emerger ante nosotros aquella majestuosa estructura. Era la casa de fiestas de un excéntrico artista de Medellín, localizada cerca de la (ahora convertida en santuario) tumba del capo de capos Pablo Escobar. Subimos a la galería-bar a través de unas escalas en forma de espiral rodeadas por gansos enormes que saludaban a los visitantes. Al llegar a la entrada, una mujer disfrazada de cavernícola nos recibía golpeándonos en la cabeza con un garrote hecho de espuma. Nos cobró la entrada, una suma equivalente a un mes de salario, cosa que nos bajó un poco la borrachera. Juntando los covers de los cinco pudimos reunir el dinero suficiente para reclamar otra botella de tequila.

- Huy Zorro, para entrar aquí hay que robar antes un banco – le dije

- Sí, hermano, hay que hacerse liquidar, pero ya pagamos, ahora disfrutemos – contestó mi amigo.

Nos recibieron esculturas y estatuas que representaban divinidades, dioses, demonios y seres mitológicos que nos decían que allí adentro todo era permitido. Aquellas imágenes insólitas hicieron que nuestro cuerpos fueran tornándose sensibles. Incluso el taxista, supuestamente el más fuerte, no fue indiferente ante aquella locura en donde los olores transgredían el olfato y las texturas tomaban forma. Fuímos pasando de ser unos meros visitantes a ser parte de la obra que allí se desarrollaba, fracasando en el intento de descifrar aquel mágico sitio.

Todos los meseros eran hombres disfrazados de cavernícola cuyos vestidos de piel eran exageradamente cortos, dejando ver impúdicamente una parte considerable de sus glúteos. El taxista no se demoró en empezar con sus bromas pro-nazis y anti-gays. Aunque nosotros odiábamos las chanzas homofóbicas, debo reconocer que el tipo se echaba uno que otro buen chiste. Su chispa, aunada a nuestra borrachera, hizo que nos riéramos un buen rato a costa de los amanerados picapiedras.

Algunos trogloditas algo mas varoniles realizaban en medio de la pista espectáculos de malabarismo, contorsionismo y tragafuegos. Aquel pequeño circo de sol animaba la noche al ritmo de Madredeus y Pink Floyd.

El sitio estaba repleto, nosotros fuimos el parche aquella noche prehistórica. No sabíamos que la idea era llegar disfrazados. Tal vez teníamos la cara de pitecántropos, pero la mona, si no se viste de seda, aislada queda. Las paredes estaban ambientadas con pinturas rupestres; las sillas y las mesas tenían forma de roca pero eran sumamente cómodas, toda la decoración hacía ver al sitio como una caverna.

Nos sentamos en una mesa en forma de pecera, después nos daríamos cuenta que era la misma en la que Fito Paez remató una de sus noches hacía ya un par de años. Destapamos la botella y seguimos tomando.

No supimos cuando, pero de un momento a otro estábamos bailando en ronda, abrazados, al ritmo de “Should I stay or should I go” de los Clash. El taxista le ponía toda la potencia a sus pulmones opacando nuestras voces (y por poco la de los punkeros británicos). El incesante giro terminó en caída múltiple. La fuerza centrífuga nos lanzó a cada uno a un extremo diferente de la pista. Más de un paleolítico bailarín fue impactado por los borracho-proyectiles, haciendo las veces de pines de boliche. Pines pacíficos afortunadamente, dicen que un gay enojado te puede sacar las tripas, hacer empanadas con ellas y luego comérselas con buen vino. Como imanes nos fuimos encontrando y en grupo regresamos a nuestra mesa. Un poco más calmados miramos el panorama, y ya repuestos del desplome notamos que el sitio no era totalmente gay, a nuestro alrededor se besaban chicos con chicas, niños con niños y ellas con ellas. Algunos cavernícolas cubiertos con exóticas pieles verdes y de identidad imposible de definir deambulaban en busca de su presa.

Analizaba el lugar cuando escuché el ensordecedor llamado de mi vejiga. Me dirigí rápidamente al baño en donde una fila de homo ebrius se acomodaba junto a la puerta. Lenta y dolorosamente fui avanzando. Logré llegar justo cuando pensé que iba a reventar. El baño era tan extraño como el resto del lugar; felinos con enormes dientes, mamuts y dinosaurios sedientos observaban como se iba por el sanitario un potente chorro de tequila. Leí la inscripción quechua sobre el orinal: “Vinacure: Luciernaga de la noche” y pensé que yo estaba mas prendido que cualquier luciérnaga. Salí mas liviano y regresé a la mesa. Martín y las dos chicas se notaban algo cansados y aporreados por el licor. Del taxista no había rastro.

- Lo que nos hace falta para animarnos es mas tequila – les dije

No sé de donde salió el dinero para la tercera botella pero allí nos vimos dándole mate al etílico y costoso frasquito. Marta y su prima hablaban de algo que no nos incluía. El Zorro y yo empezamos a reírnos de las mismas viejas y estúpidas anécdotas de siempre. Entre evocación y evocación, y entre trago y trago el tiempo se sentó con nosotros para recordarnos que ya no quedaba casi nadie en el lugar y que la hora de irnos había llegado.

Al bajar torpemente por las escaleras me dio por acariciar, de la misma manera que lo hago con mi perro, a los gansos que nadaban a nuestro alrededor. Los malditos no supieron agradecer mi gesto y en manada se me lanzaron, picoteándome furiosamente. Aún conservo uno que otro moretón. Las risas del Zorro y de las chicas me dolían casi tanto como aquellos picotazos. Me uní al jolgorio, la llegada al parqueadero era una sola carcajada. El dolor y la risa no me impidieron que me sorprendiera al encontrar nuestro taxi zarandeándose armónicamente. En un principio pensé que se trataba de mi borrachera pero una alucinación colectiva era descartable. Todos veíamos al taxi sacudirse. Nos acercamos sigilosamente, cada uno se paró al lado de una de sus ventanas para echarle una mirada a su interior. La imagen del “homofóbico” taxista dándole clavo al cavernícola vestido de verde nos devolvió la carcajada. Plumas blancas similares a las de los gansos salían por montones a través de las ventanillas.

Un par de horas después, de regreso en Pereira, Marta y yo nos tomábamos un caldito de pollo para el guayabo. El caldito era efectivo pero no lo suficiente como para aliviar mi dolor, al fin y al cabo los pollos son familiares de los gansos (eso creo, por lo menos también tienen pico). Una sustancia viscosa, excelente para tratar tortícolis, lumbagos, calambres y torceduras recubría mi brazo.

A mi juicio, la famosa pomadita también surte efecto en el caso de heridas producidas por mansos, perdón, por gansos.

Texto agregado el 09-08-2007, y leído por 1054 visitantes. (1 voto)


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