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Inicio / Cuenteros Locales / electrocity / 8.- Mariposa Metálica

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Mariposa metálica

Tras comprender donde estaba, el policía decidió que ya era hora de ponerse en pie. Lo último que recordaba era haber sido golpeado por aquella chica y ver como la moto iba a estrellarse. Antes del impacto vio como ella saltaba. Él no tuvo la misma suerte. Sin embargo, como policía que era, su uniforme estaba hecho para resistir ese tipo de accidentes: una fibra metálica que era tanto elástica como resistente, un peto para el pecho y un casco que mantenía su cabeza lejos de cualquier peligro. Sin embargo la fibra especial no cubría todo el uniforme debido a su alto precio. Nada más se encargaba de proteger los brazos, la espalda y las piernas, el pecho y la cabeza eran cosa del peto y el casco; y las manos, los pies, los costados y el cuello dependían únicamente de la fortuna del policía.
Y ahí estaba el poli, el cinturón con la cartuchera y otros utensilios del oficio estaba a saber donde, porque se había roto al chocar. El cuello estaba apenas herido aunque no se podía decir lo mismo de las manos, los pies y los costados; desde luego estaba fuera de combate. Se quitó el casco para poder respirar mejor y observó la situación. Aún había demasiado humo para ver bien como había quedado todo. La aeromotocicleta estaba en llamas y difícilmente podría recuperarse.
Tenía miedo, era la primera vez que le mandaban al corazón de los suburbios, al piso cero. Un trabajo en cualquier piso superior era algo relativamente fácil. Pero los pisos que pertenecían a los suburbios (y sobretodo el cero) no eran lo mismo. A todo policía se le enseña que ahí están solos, que si les pasa cualquier cosa nadie hará nada al respecto, en los suburbios hay que saber que se está abandonado. No confiar absolutamente en nadie.
Un poco como la vida misma.
Y allí estaba el poli frente a la mayor pesadilla que podría imaginarse: se había quedado perdido en los suburbios, sin el resto de su grupo y sin un vehículo con el cual escapar.
Se sentía descorazonadamente solo.

Fue entonces cuando la vio. El humo se descorrió lo suficiente para pintar aquella chica en los ojos del policía. Estaba acurrucada tapándose la cara, entre el humo y el fuego. Su posición era tal que la mayoría del cuerpo, que se adivinaba envuelto en un vestido rosa y negro como su cabello, estaba escondido tras sus piernecitas delgadas y blancas. La cara estaba totalmente tapada por las frágiles manos. Una pobre niña en medio de la catástrofe.
El poli se acercó cautelosamente, al fin y al cabo la chica en cuestión le había derribado. Pero parecía otra, parecía tener miedo a lo que le rodeaba. El policía se vio a si mismo en aquella figura de bailarina de cajita de música, una especie de miedo hacia la soledad, miedo hacia lo que les rodeaba. Comprendió que esa chica sería mucho más feliz en los pisos superiores.
Poco a poco fue acercándose. Tenía que ser cauteloso, por lo cual puso a punto el único arma que le quedaba tras el impacto. Sin embargo ella parecía totalmente desarmada, además que esa necesidad de ser precavido era arrollada por su atracción hacia ese ser aparentemente indefenso. Quería poder aproximarse a ella, agarrarla en brazos y decirle “tranquila, todo ha pasado” mientras le enjugaría las lágrimas de su carita de princesa. Quería saber que podía estar a su lado y quitarle la soledad de encima, para así ser él mismo un poco más feliz; sentirse menos desamparado.
Fue haciéndose paso entre el humo
Sentía que al atravesar aquella humareda echaba a un lado las cosas que los separaban, se acercaba a ella en todos los sentidos.
Finalmente la alcanzó. Y sintió más cálido su corazón. Entonces la miró y susurró:

- Oye… ¿Estás bien?

Silencio.
La chica seguía acurrucada sin mostrar la cara. El hombre quería acercarse a ella. Anhelaba despejar sus miedos y sus tristezas.

- Eh, chica… ¿Te encuentras bien? Tranquila, no voy a hacerte daño…

Silencio.
El policía extendió la mano lentamente para acariciarle la cabeza. Deseaba unir sus soledades. La mano se acercaba centímetro a centímetro hacia la tierna cabecita de ella:

- ¿Te pasa algo?...

Pero esa vez no es el silencio lo que cortó sus palabras, sino un mechón de la dulce, negra y rosa cabellera de la muñequita de cajita de música, que se extendió velozmente hasta atravesar la frente del policía.
Cayeron unas gotas de sangre y el mechón volvió a su posición inicial, el muerto cayó al suelo. La chica se destapó la cara: no había sonrisa o resentimiento; el rostro parecía completamente limpio de consciencia o sentimiento alguno.
Se levantó, se limpió el vestido con las manos y se abrió paso entre el humo y las llamas.

Al irse su paso parecía imperturbable, como si ni los muertos ni las llamas pudiesen alterar su baile, siempre al compás de la música de esa pequeña y triste cajita llamada Electrocity.

Texto agregado el 10-08-2007, y leído por 87 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
08-09-2007 Un capítulo muy bien logrado. Empiezas a relajarte y a entender la historia que quieres contar. Me gusta la emotividad de este pasaje. Sólo desperdicias tiempo al describir el uniforme, los costos, las partes del cuerpo que protegen. adso_demelk
12-08-2007 Muy bueno.. Sigue siendo muy interesante... Las dificultades de la sociedad cambian tan radicalmente a la gente... Miss_Vane
 
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