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Alfredo giró y se hundió en las sábanas. La televisión aún estaba encendida. Su brazo formaba una escuadra entre la almohada y la cabeza. Ahogado disfrazó un gesto de enfado con uno de solapado bostezo. Su mujer estaba tibia y le daba la espalda una vez más. La vida volteaba otra hoja escrita con poco sabor. Quiso saber algo de ella, pero no hubo tiempo. Los celos, las notas de los niños, las deudas y la acidez; se llevaron consigo el tiempo que hubo disponible en el día. Esa noche volvería a sentir otro derrumbe de garganta con arena.

Soñó que corría. Vio rostros y otra vez recreó situaciones absurdas. De cuando en cuando llevó el cobertor hasta su nariz; se agarró la entrepierna; se rascó la espalda; hurgó en sus orejas. Afuera los perros ladraban a la barredora municipal disfrazada de una enorme nave galáctica. Ultra Moderna, como su nación. O al menos eso decían.

Más tarde volvió a soñar en abstracto, difusamente, moviendo personas de allá para acá, trayéndolas a lugares donde nunca habían estado, ni podrían haberlo estado jamás. ¿Quién para a los sueños cuando a veces son enormes camiones cuesta abajo que terminan desbarrancados?

No hay peor miedo que aquel que se riega y expande con un sueño a punto de transformarse en pesadilla. Alfredo casi se ahoga cuando el sueño se transformó en una llovizna de cuchillos atravesándole el cráneo. Entraban lentos en su esternón como cuncuneo de bandoneón, y hasta podía oler la acidez de las hojas que reflejaban su rostro desdentado.

Se interrumpió la noche cuando de pronto despertó y recordó los problemas que siempre mantuvo con su madre. Dio un salto con estertor sobre el colchón. Ella, transformada en un descuerado mueble viejo, le gritaba fuerte. Por eso estuvo harto rato con la mirada pegada en la penumbra del techo de madera donde las moscas dormían quietas. Quieto se mantuvo él también en la impostura. La diabetes que siempre estuvo allí, floreció, y crecieron los gastos. Mamá le embadurnaba la culpa, como si fuera champú que irrita los ojos. Peor aun, a esa hora la televisión estaba puesta otra vez en el canal del erotismo, y otra vez su mujer no estaba.

Una gotera en el baño hizo remembranza de sus incumplimientos, ahí en casa y más allá también. En la plateada espera del reloj las horas agonizan. Su corazón, el miedo, los pasos de Antonia que no detienen su andar, las cenizas de un amor.

La mujer que se había levantado del lecho, dejó un hueco tibio a su lado. La señora Antonia –así se llamaba ella- otra vez se encontraba instalada frente al computador. Así al menos lo cantaba el leve sonido de las teclas detrás de la pared y el campanil siniestro del mensajero. Para él fue devastador la primera vez que se percató del asunto. Algunas veces ella volvía a la cama tan animada y caliente que Alfredo era arrastrado de su sueño por el cuello y le servía de presa a la hembra que acostumbraba bambolearse con los ojos cerrados, como leona sobre la humanidad moribunda y funesta de un pedazo de carne; ida; imaginando desvergonzada que su miembro viril –el de su respetable marido-, representaba el difuso falo de algún amiguito español o argentino, adicto a la webcam.

Algunas veces, el hombre la escuchaba refunfuñando insultos tras su espalda mientras fingía dormir. Lo peor era cuando ella se ponía a llorar con ese fervor ahogado, silente, maricón y poco claro, que al hombre le incendiaba la conciencia.

La humilde luz del farol se coló por el visillo arrullando su soledad. ¿Qué hacemos acá? se preguntaba una y otra vez. La culpa y la fanfarria desataron una murga en su cabeza. Antes los besos de Antonia le borraban toda tristeza; hoy era coraje quererla.

El tiempo viejo se puso a llorar mientras esperó a que volviera. Entonces la noche se pobló de recuerdos. Un coro lejano de miradas cómplices, de florecido deseo; lo acompañaron un rato. El carnaval del mundo comenzó a girar otra vez, como el primer día en que la vio. Ella alguna vez fue buena y le sonrió sin engaños. Hubo un vinilo que sirvió de unión; hubo respeto y devoción; paseos de la mano e íntimo pecado. Vuelo endemoniado; infinito declarado; asombro y esa cosa que llaman amor. Duraznos con crema, Salvador Allende y ten years after. Hoy en cambio, todo era fatiga y vinagre derramado, hoja agitada por la nube que no llueve.
........

Abrazado a la angustia de un mal presagio, Alfredo fue empujado al fondo de la noche contraído como flor de lino, arrastrándose entre espinas, afanado en dar su amor, esperando en vano.

Texto agregado el 16-08-2007, y leído por 750 visitantes. (20 votos)


Lectores Opinan
10-02-2010 Excelente¡¡¡ ..espectante estuve desde el principio al fin miriades
17-07-2009 Me sumergí en el clima. El texto me fue arrastrando de los pelos. Me provocó insomnio. Me hundió. Muy bueno. Tarambana
31-03-2009 Cao, cuanto tiempo; la leche... Sigues llevando al límite tus textos, nos invade el misterio. nomecreona
08-01-2009 Muy bueno, de veras, por qué dice presagio? Se refiere a cuando la conoció o al momento presente? Es que el sueño se le hace realidad y ella lo acuchilla? Bueno, che, libre interpretación, bye Dhingy
18-08-2008 Terrible! Conozco esa sensación.. mmecalalu
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