La luna me mira de reojo esta noche. Tiene la expresión un poco triste, la sonrisa sabia, un arrugo de tiempo sobre su cara manchada: cicatrices de dolor que han marcado su rostro las noches largas; y un aura cansada, como de una vieja gitana, que canta una triste bulería con el anochecer.

Me mira como seguramente haría con su nieta enamorada, meneando su cabeza con inquietud, ¿Qué se le va a hacer, mi viejita? Así es el amor: un dulce dolor que llena el vacío, aquel vacío que jamás sentiste hasta que lo viste nacer.

Abro la ventana y huelo la noche. Los tulipanes en mi jardín se arrebujaron entre si dejando que los hiele la noche. Las luces afuera dibujaron sombras olvidadas y dejadas sobre la acera de frente.

No hay estrellas en el cielo, estamos solas esta noche mi soledad y yo y un viejo flamenco triste que nubla mis sentidos, escandalizando cada gota de razonamiento. Tiemblo. Este silencio me duele, porque es en él donde muero y recuerdo.

Y sólo entonces puedo oír a mi vieja luna tarareándome de entre las tinieblas una antigua canción de cuna. Se apagan mis luces, yo me cubro de añoranzas, y la luna menea y canta y yo siempre te recuerdo.

© Natalie Najshomov, agosto de 2007. Noche.