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¡¡¡¡¡Pero qué es esto…..NIÑO!!!!
¡¡¡¡¡¡¡¡¿De dónde vienes así cubierto de nieve y empalado?!!!!!!!!!

El niño había golpeado con dificultad la puerta trasera de la casa. Efectivamente traía el alma copada de nieve y hielo. No profirió palabra alguna. No podía. Difícilmente se divisaban sus ojos bajo aquella capucha congelada del Montgomery. Le colgaban los mocos y salpicaron algunas lágrimas de sus ojos. No lloraba de pena, sino de frío.

La mamá, aún anonadada, atinó en fin a hacerlo pasar y tomando una escoba, barrió con él. Primero por delante y luego por detrás. "Ahora levanta el brazo... y ahora le toca al otro”. La nieve caía sobre el suelo de la cocina y comenzaba a derretirse. El alma del cabro chico, se demoró un tanto más en entiviarse. Circulaban por su cabeza borbotones de nieve y espacios amplios copados de un ruido sordo. Su mente no funcionaba para nada claro.
Con bototos y bien arropado, un par de guantes mitones y un casco minero; se había echado a caminar por el encaramado campamento. La memoria aún aturdida no atinaba. Espacios blancos, laderas blancas, metros de nieve y cortinas de plumas cayendo suaves e imponiendo un silencio ancho, absorbente y casi tibio. Sus ojos abiertos, dejaban entrar hasta lo recóndito de su ser niño, la magnificencia de ese espacio sinuoso y blanco, ese cielo oscuro que se atisbaba detrás del cortinaje innumerable, que se desprendía de lo alto. La nieve se posaba sobre el relieve abrupto. Estaba nevando. El cabro chico templaba su alma y le daba forma con esa experiencia casi de ensueño. Estaba nevando y nevando; y él allí, caminando sosegadamente. Se detuvo para sentir, para mirar, y dejarse capturar por la nieve blanca que lo envolvía todo: paisaje, escalas, techos y columpios. Lo envolvía todo, hasta su alma entera. Era niño, era juego, era bola de nieve, planchón, aguja de hielo.
Un sordo rodado bajó de repente. Quiso absorber la enormidad, la quietud del paisaje nevado, la penumbra y al niño. Lo hizo. A raudales y emitiendo un ruido de molino seco; gutural y profundo, bajó por la quebrada y rompiendo sobre el río congelado, subió las laderas del campamento. Era una miríada de polvo blanco, de hielo y de cristales que enloquecidos ascendían copándolo todo.
Del sosiego al asombro; del asombro a lo incierto y, de allí, en medio del polvo blanco; al temor por lo inusitado que provino del fondo. Se mantuvo parado, vuelto para no se sabe donde. No podía ver y le costaba respirar. Cubrió prestamente su cara con el casco, y se encuclilló queriendo guarecerse del imprevisto. Así pasó un buen rato. Se puso de pié y caminó trémulo para donde supuso que estaría su casa. Fueron algunos varios minutos. Sintió frío. Una vez más el silencio lo envolvió todo. La "cortina blanca" que caía desde arriba, paulatinamente se sobrepuso a la avalancha venida desde abajo. El cabro chico con dificultad, encontró el sendero. Encaminó sus pasos y subió lenta y henchidamente los escalones de la escala trasera de su casa. No sin temor, no sin riesgo, pero atravesado todo sus ser por una experiencia de nieve calma y abrupta; por silencio y ruido sordo, por entrañas de madre tierra, trajeada de blancura desbordante y desgarrada.

Texto agregado el 17-08-2007, y leído por 115 visitantes. (0 votos)


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