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Escríbote desde la cárcel, padezco en estos momentos una pena profunda al recordarte la pena de muerte, una la de los jueces, ellos acudieron a sus libros de estudios, sus manuales y esas cosas escritas para profanar lo que aún me queda de aliento; otra la de no tenerte ni siquiera en fotos, en este caso trascendíste el derecho natural y me condenaste sin querer al más fiero de los castigos, el de no poder oler ni tu piel, ni tu espalda, ni tu cuello, ni tus párpados benditos. He tenido noches de torturas insufribles al desear múltiples veces al menos tocar cualquiera de tus dedos, esos que señalaban hacia el norte donde viajaban aquellas aves misteriosas y lúcidas cuyos nombres ignorábamos.
Más tarde cuando falten quince minutos para las doce, el verdugo inyectará en mi piel ese liquido letal, tan sólo le voy a pedir cuando me den el chance de un último deseo al menos ver tu cara, tu recuerdo o tu foto en el trasluz de ese espejo que me aparta de curiosos. Ni siquiera ellos que por sadismo están allí cuando falte tan poco tiempo para las doce de la noche podrán aprender de lo mucho que he querido verte una vez más.
Por no sentir lo que es la muerte cambiaría hasta mis últimos soplos, no por una lágrima tuya, no te quiero ver llorar. Por un minuto tal vez en tu frente virginal daría mis recuerdos de niño, en aquél puerto, frente al mar, mientras los pescadores tendían sus redes en altamar. Por lo demás no voy a negar al criminal que se esconde en alguna parte de mi ser, tan sólo te quité la vida porque estabas sufriendo, estabas sin esa vida que no era vida, yacías en esa cama inmóvil, fría e inconsciente. Habías sido condenada a una pausa en vegetal, no sé que largo tiempo. Una vez escuchaba en alguna parte de mi memoria aquella tarde en que me pediste que te quitara el sentir, de cualquier manera sencilla, esto era mejor que ambos no poder platicar; era mejor que no poder vernos mientras cenábamos a la luz de la luna. Total se me fué apagando igual el sentir, luego la imagen del carcelero y esa mueca macabra del fin de camino. Después no sólo el silencio sepultó mi vida y tu vida...más allá estabas tú y de nuevo brotó tu aroma.

Texto agregado el 28-08-2007, y leído por 130 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
20-07-2008 Francamente hermoso, muy triste , pero a eso se le llama amor, hacer que el ser amado deje de sufrir es el mayor regalo que se le puede hacer al ser amado..hay tanta gente que se les deja morir lentamente diciendo que lo hacen por su dignidad, es pura hipocresia , la eutanasia es la mejor medicina que se le puede dar a un moribundo o a esas personas que tan solo son esqueletos vivientes pero que murieron hace años.besote almaguerrera
08-10-2007 tristemente bello ***** moribunda
26-09-2007 Al estar frente a la muerte x persona, imagino que tiene la capacidad de recordar en su memoria infinita todos los momentos vivídos, más que nada con una persona amada, pienso que es un acto de misericordia el aliviar el sufrimiento de alguien amado que es nuestro propio sufrimiento, sin embargo no devería ser asi, no nos es permitido quitar la vida en ninguna circustancia, pero ésta situación existe, error cometido por no sé cuantos, sólo quedan los recuerdos y éstos vuelven, con más de una lágrima. Lo real del escrito acompasa las gotas de agua al caer por mis mejillas,y esta extraña sensación de vacio... gfdsa_elisa
 
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