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Me perdí en el bosque, cuando era solo una niña, anduve caminando en círculos por horas, sin saber como regresar a mi casa, llorando, con frió, hambre y al llegar y ver el anochecer perdí las esperanzas, mientras yo sentada entre las raíces de los árboles llegue a pensar que jamás volvería a ver a mi familia, escuchando como a lo lejos los coyotes se llamaban, listos para atacar, los pájaros salían volando, y poco a poco todo iba oscureciéndose, el viento comenzaba a soplar más fuerte, entonces fue cuando lo escuche, él ruido del agua, me levante y siguiendo el sonido de la caída del agua, baje apoyándome en los troncos de los árboles, y entones lo encontré, era el manantial, jamás había estado en toda mi vida en ese lugar, y sin embargo, me sentía tan segura, tan en paz, hasta el frió había desaparecido, era tan tranquilo, que sentí que podría dormir segura en ese lugar, me senté frente al manantial, bebí un poco del agua fresca, y me senté en el pasto, con las piernas extendidas y los brazos cruzados, bostece un par de veces antes de acostarme sobre el pasto húmedo, a pesar del frió, me quede profundamente dormida, desperté al amanecer, con la niebla rodeándome, como queriendo esconderme de algo, y entonces escuche sus pasos, me senté, abrí muchos los ojos y me puse a rezarle a la virgen porque fueran mis padres, o alguien que estuviera buscándome, pero no lo reconocí del pueblo, sus ojos negros fueron los que me llamaron la atención, parecían estar en llamas, su sonrisa retorcida me puso a la defensiva, el no dijo nada, solo me miro de lejos, sin decir una sola palabra.

-¿Lo mandaron por mi?

Dije yo, aun cuando ya sabía que no era así, pero necesitaba engañarme a mi misma, esconder lo que estaba sintiendo en ese momento, fingir que era más fuerte, que no le temía a nada, ni siquiera a él.

-No, no me mandaron tus padres Amelía.

Yo comencé a respirar más fuerte, “¿Cómo sabe mi nombre?” pensé yo, pero no dije una palabra, me levante, y camine hacia el otro lado, dándole a el la espalda, escondiendo mi cara pálida, mis manos frías, rezando en mi cabeza

Ángel de la guarda
Dulce compañía
No nos desampares
Ni de noche, ni de día

Seguí mi camino, esquivando los árboles, pisando con cuidado las piedras, ignorando los latidos fuertes de mi corazón, mirando ese cielo gris, que amenazaba con mandar la peor tormenta de la temporada, escuche una lechuza cerca, pero no me detuve, seguí caminando, despacito, tratando de perder el miedo, de tener confianza en Díos, en mi ángel de la guarda, en que mis padres estarían buscándome por todo el pueblo, me sentí cansada, me detuve un momento a tomar aire, entonces escuche sus pasos otra vez...

-No tienes porque huir Amelía, ¿A dónde vas a ir, si tu alma me pertenece?

Me di media vuelta y ahí estaba él otra vez, sus ojos eran rojos, su sonrisa era perversa, camino hasta mi, me miro a los ojos, puso sus manos en mi frente, sentí que iba robándome algo, que perdía todas mis fuerzas, que moriría en cualquier momento...

-Me perteneces

Dijo antes de soltarme, yo caí sobre el suelo casi desvanecida, él se dio media vuelta y se fue, desapareciendo poco a poco, entre las hierbas y la niebla, y me quede ahí, sin fuerzas para moverme, hasta que de pronto, unas voces a lo lejos comenzaron a llamarme, los pasos se iban acercando cada vez más, hasta que me rodearon, eran varios hombres que trabajaban en la hacienda, me llevaron en brazos de regreso, pero ya era tarde, había perdido mi alma...

Texto agregado el 18-09-2007, y leído por 94 visitantes. (0 votos)


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