DE RODILLAS



Por un momento, notó como poco a poco su cuerpo se aflojaba y cayó de rodillas. Era la primera vez que olía la tierra. Abandonó su trabajo ante la aparición de un punzante dolor en su pecho. Llevaba varias horas punteando la tierra terrón por terrón.
Un mareo muy fuerte lo envolvió y sumido en un intenso sopor, solo escuchaba unos incomprensibles graznidos por sobre su cabeza, en tanto el sol lo apretaba cada vez más.
Sudaba frío.
En el horizonte creyó ver a un jinete que se acercaba sobre un caballo que resoplaba estridentemente. El hombre vestido de negro con sombrero de alas anchas, cara pálida e hierática, pasó a su lado pero no se detuvo. Solo dejó tras de sí un delicado perfume a polvo.
Juan quiso gritar, pero su garganta se cerró.
Vio perderse en la distancia al extraño cabalgante en una alocada carrera que parecía sin tiempo.
Entonces se resignó, lloró desconsoladamente, sus brazos se endurecieron y cerró los puños para acordarse de sus pequeños hijos, de su esposa vieja con sus piernas casi deshechas por las varices y de su rancho que aún se veía en el horizonte.
Cuando creyó percibir que el techo del mismo se desplomaba, murió.
Una gaviota comía, distraída, diminutos granos de trigo, mientras el sol del mediodía sacaba humo de la tierra.

Osvaldo Santoro