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' ... y mientras, veía sin que él me viera, el brillo de su mirada lasciva a través de las rejas de esta insolente burqa. '

[1]
Era la mañana del día siguiente de su llegada. El cielo ya había parido su carga de llanto sobre la tierra donde ya no crecía nada más que cruces hechas de palo santo.
A lo lejos, la polvareda de la cosecha: cuerpos enjutos y trozos de pellejos esforzándose en no desaparecer, sin suerte. Sombras colgando del cielo haciendo círculos sobre nuestras cabezas caídas, esperando a que hagamos la primera movida en una interminable partida de ajedrez obligada, impuesta, olvidada.
[2]
En lontananza, la poltrona, se regodea viciosamente sabiéndose sabia-sabia. ¡Hay que seguir! Hasta que las fauces de Sumaj dejaron de tragarse a sus hijos. Ahora sólo quedan ruinas y algunas almas enloquecidas recorriendo la pampa en busca de algo perdido que ya el tiempo parece haberse encargado de borrar.
[3]
Kabul no se muestra mejor. A ella le gusta azotar mujeres y lapidar amantes, pero a ellos les da la soga. Es que ¿cuándo se ha visto a los perros recitar el tora? ¡Rasgarse y ganar!
[4]
¿Y los niños? A esos hay que echarlos a las casas de citas, total, que el sexo es para divertirse y no para desperdiciarse. Que hasta se lo deifica en beneficio de esos, los que sabemos. Y que luego no hablen de Derechos Humanos porque aquí mando Yo, el hombre.
[5]
Así que, escribamos las escrituras que transmitan nuestra fe hacia el futuro. Para que nuestros hijos manden en él y para que sean los amos de ellas así como lo hemos sido nosotros por los siglos de los siglos.



Quiero expresar mi indignación por la especie humana y su olímpica ineptitud para corregir errores históricos en contra de los indígenas, los niños, las mujeres, los esclavos africanos y todos aquellos (y muchas aquellas) que han sufrido explotación, discriminación, abusos, violaciones y el robo de los más elementales principios de respeto y humanidad que, en teoría, nos pertenecen a todos los que habitamos en este planeta (que merece también nuestro más profundo respeto).
Esta inmensa esfera de intenso color azul le pertenece también a los animales y a sus hijos y a nuestros hijos y a los hijos de nuestros hijos por los siglos de los siglos.

Texto agregado el 25-09-2007, y leído por 113 visitantes. (0 votos)


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