Erase una vez una pequeña estrella brillante y curiosa que tenia un sueño difícil de alcanzar. Quería ver como era la luz del día y sentir el calor del astro rey. Estaba muy triste. Sabia que todo eso no seria posible porque al llegar el día, ella y sus hermanas desaparecían y ya no volvían a aparecer hasta la noche siguiente.

Los días pasaron y la luna, al ver que la estrella estaba triste le pregunto: “¿que te pasa pequeña? ¿por qué lloras?”

La estrella le explico entre sollozos la razón de su melancolía y al momento siguiente la luna le contesto: “¡pero eso tiene arreglo! Yo a veces salgo durante el día de paseo. ¡Podría llevarte! Agárrate fuerte a mí que juntos iremos a visitar al sol.”

Y así lo hicieron… El día llego y la luna salió a recibir a su resplandeciente amigo.

La estrella estaba entusiasmada. Cogió carrerilla sobre la superficie de la luna y dio un gran salto para llegar hasta el sol y sentir su caluroso abrazo. Pero no se dio cuenta que estaba demasiado lejos y la estrella se precipito al vacio, hacia la tierra. La caída la llevo a una hermosa playa de aguas cristalinas y suave arena blanca donde se quedo boca arriba, un poco aturdida pero feliz porque estaba sintiendo por fin el calor del sol en su cuerpo. Se quedo allí durante mucho tiempo hasta que la marea la arrastro hacia el inmenso océano donde se convirtió en una preciosa estrella de mar.