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Inicio / Cuenteros Locales / vampire / CAPITULO IV MEMORIAS DE UN VAMPIRO

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“Un rojo lamento nace de unos ojos tristes, tiñendo con poesía las mejillas de la hermosa niña muerta” G.
Una noche al parecer igual a las otras, llegué ebrio de sangre a nuestra mansión y al bajar a nuestro subterráneo Airin me estaba esperando, deambulaba triste y marchita por nuestra habitación sosteniendo en sus preciosas manos una delicada copa de color carmesí, al verme llegar me dijo con un tono que mezclaba el enojo y la desesperanza:
-No podéis realizar estos actos tan viles, Gustav, parecéis un niño jugando con su plato servido en la mesa.- Me decía mientras que yo impávido no atinaba a contestar nada, luego prosiguió:
-¿Cuantas veces os dije? ¿Acaso no os enseñe? La esencia de un vampiro es pasar desapercibido entre medio de los mortales, ser un vampiro es una maldición! No es para estar pavoneándose en medio de la gente. -
-Estás celosa porque no te he amado como antes, pero venid a mí alcanzo para satisfacer a todas las mortales y vampiras del mundo- respondí con una arrogancia estúpida.
Airn me miró con lástima, dejó caer la copa que sostenía, cayendo el cristal lentamente al suelo deshaciéndose en mil partes, y llorando salió de la habitación.
Una risa fingida se dibujo en mi boca que prosiguió en una carcajada imbécil que duró muy poco, porque pronto empecé a romper con furia todo lo que hallé a mi paso, y sumido en ese espíritu de ira salí a ver nuevamente las estrellas, quizás ellas me calmarían. Caminé por las calles aún alegres de Paris y los pensamientos me castigaban.¿Como podía haber sido tan estúpido de contestarle así a mi bella Airin?, ella me amaba y yo a ella, pero era incapaz de serle fiel. ¡Como es de maldita la soberbia que a pesar de saber que uno está errado no me permitió decir lo que de verdad sentía!
Empecé a recordar todo desde que nos conocimos, de nuestras caminatas por los puentes del Sena, de nuestra vida en Londres, de cuando danzábamos cogidos de la mano en los aquelarres de mi tierra vasca en el sur de Francia. Ella era bellísima, ella era perfecta, ella me amaba ¡Cuan imbécil había sido! Debía cambiar, no volvería a pecar, volvería a alimentarme sólo de personas que debían morir, volvería a ser el esposo fiel. Este último pensamiento me alegró y tranquilizó mi alma, miré al cielo empezaba a aclarar, pero había caminado mucho, estaba muy lejos de nuestro hogar, me hallaba en las periferias de la cuidad cerca del cementerio de Les I*******, y a él me dirigí procurando hallar cobijo.
Entré en el primer mausoleo que me pareció seguro y levanté la cripta de mármol con rapidez dejando los huesos y restos de ropa del muerto en la parte de atrás de su mausoleo, justo a mi cabeza, me introduje en el ataúd y traté de luchar con ese cansancio pesado que nos sobreviene apenas nos sumergimos en el sarcófago, pero rápidamente fui vencido por él y casi durmiendo cerré mi cripta. Desperté con ánimo y corrí de un solo movimiento mi tapa de madera y la tapa de mármol, afuera resonaba la lluvia y en el techo del mausoleo se sentía su fuerza. Esto último me regocijo y luego de dejar la tumba tal como la había encontrado, con los brazos abiertos me dirigí hacia fuera para que la lluvia me envolviera en su magia. Yo siempre he amado la lluvia y esperaba que ella me bañara con la alegría que sentía, pero no pudo, esta lluvia era pesada y triste, mi alma ya no rebosaba de alegría e inmediatamente se tornó sombría. Salté los muros del cementerio y corrí y corrí por las calles vacías limpiadas por la lluvia, sin importarme nada.
Al llegar a la mansión clamé con todas mi fuerzas a Airin, al no obtener respuesta, con el corazón oprimido bajé precipitadamente al sótano, y ví nuestro ataúd abierto y Airin… ¡oh Cielos aún al escribir estas líneas mi alma se desgarra!!... atravesada por una infame estaca clavada justo en su hermoso corazón, su vestido otrora albo estaba completamente teñido de color bermejo, el corazón se me resquebrajó. Ví sus mejillas todavía húmedas, no atinaba a realizar nada, el dolor petrificó mi cuerpo y la culpa congeló mi alma, porque yo sabía -y es mi tortura hasta estos días-, que ella nunca hubiese muerto si ella no hubiese tenido ese deseo, el infame que clavó esa estaca sólo la depositó sin saber que el corazón que traspasaba ya no tenía deseos de vivir. Mis lágrimas rojas no paraban de recorren mi rostro, al lado de ella, de rodillas con el corazón en la mano no atina a hacer nada.. hay momentos en la vida que el dolor es demasiado grande para ser soportado…

Texto agregado el 30-09-2007, y leído por 136 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
04-10-2007 sigues sorprendiendome, espero me agrado mucho. revivi algunos momentos que había enterrado, gracias vamp78
02-10-2007 Buen texto 5* lovecraft
 
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